Migración, un sufrimiento a menudo sin recompensa
Juan Raúl Rivera es un hondureño que no ve a sus tres hijas desde hace dos años y medio, cuando comenzó un camino de sufrimientos hacia Estados Unidos; ahora trata de volver a casa decidido a no separarse más de su esposa e hijas, aunque con las manos vacías
En la Casa del Migrante, en Ciudad Juárez, el hondureño Juan Raúl Rivera cuenta que llegó a Chiapas ya sin dinero. En Palenque, junto a otros mil 500 inmigrantes, abordó el tren conocido como la Bestia, en el que cada año medio millón de centroamericanos arriesgan sus vidas viajando sobre los techos de los vagones en el intento de atravesar el territorio mexicano en dirección a Estados Unidos. Rivera había salido de Honduras “con la intención de llegar a Estados Unidos para un mejor futuro para la familia. Con pobreza y todo logramos guardar unos centavitos para salir hasta Palenque y de allí para acá en el tren que le llaman la Bestia”.
Rivera vio cómo muchos de sus compañeros perdían extremidades: “por querer agarrar el tren, uno empuja a otro y si no se engancha bien en la escalera, el tren, en vez de botarlos para afuera, los chupa para adentro”.
Durante el trayecto, los inmigrantes sufren “por el frío y el sueño”, porque tratan de no quedarse dormidos para no caerse al ser azotados por una rama “que nos puede tumbar” o con los movimientos de los vagones. “Las vías por allí hasta Veracruz están muy malas. Los vagones se van bamboleando para todos lados y es bien terrible”, recuerda Rivera rodeado de las figuras de vírgenes, cristos y cruces de la Casa del Migrante, adornados con los brazaletes y tarjetas de identificación de los centros de detención de Estados Unidos que, junto a cartas y documentos personales, han ido dejando allí las personas asistidas en el refugio.
El recorrido en la Bestia se hace con el temor de ser asaltados por delincuentes, pero también de ser extorsionados por las policías de México. “Cuando nos encuentran, la Policía que sea, la local, la estatal, la federal, nos para y si no les damos lo único que tenemos, lo que ha ido uno pidiendo en el camino, y si no le da uno el dinero, la amenaza es que nos van a deportar. Sí se sufre, se sufre mucho”, insiste.
“Luego uno llega aquí a la frontera y como no tiene dinero para pagar a un pollero (que ayuda a pasar la frontera a cambio de dinero) para cruzar al otro lado, cuando llega acá uno nuevo
le vienen: ‘oye mira móntate una maleta’. Y uno con la intención de llegar de una vez pues dice: ‘sí, vamos’” reconoce Rivera. “Y me agarraron con la dichosa maleta allá, que llevaba droga, y me dieron dos años y medio de prisión... pero como es el 85%, sólo hice 25 meses y medio”, recuerda.
“Con pobreza y todo logramos guardar unos centavitos para salir hasta Palenque y de allí para acá en el tren que le llaman la Bestia”
Juan Raúl Rivera