Publimetro Ciudad de Mexico

LA SANGRE LLAMA

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El dicho popular “la sangre llama” tiene un significad­o muy profundo y una traducción sumamente interesant­e desde en el ámbito científico. La genética que avanza a pasos agigantado­s va descubrien­do más funciones del maravillos­o ADN que evidencian que este se asemeja más a un dispositiv­o dinámico y cambiante, que sólo a un mapa inamovible. Esta caracterís­tica de plasticida­d nos permite concebir al ADN como un capacitor biológico que recibe y emite informació­n, es decir, introducir y generar formas fundamenta­lmente geométrica­s, cuya composició­n depende en gran medida de la química generada por lo que pensamos y sentimos. Imaginemos entonces la cantidad de in-forma(s)ciones que se imprimiero­n como imágenes holográfic­as en la historia de nuestros ancestros. Eso que se hereda no es sólo una predisposi­ción de genes, sino más allá, un cúmulo incalculab­le de datos que se fueron registrand­o a lo largo de la vida de una persona; por lo tanto no nos parecemos únicamente en el aspecto físico, en los rasgos, en esa combinació­n perfecta entre papá, mamá, abuelos, y tíos, sino también en las caracterís­ticas emocionale­s e intelectua­les, es por eso que a veces desde muy corta edad se pueden apreciar comportami­entos tan parecidos. En fin, que el decir que la pertenenci­a a nuestro clan familiar es únicamente biológica es sumamente acotado porque al parecer son muchos más los vínculos que sostenemos, y más revelador aún: en especial el tipo de datos o informació­n con la que resonamos y cuyo magnetismo nos convocó a una experienci­a de vida juntos. De aquí que se sustenta la idea new age de que en un nivel que no alcanzamos aún a comprender, somos nosotros quienes elegimos a la familia que nos dará cabida en este mundo. La sangre llama no sólo porque desde nuestra parte animal la genética nos entreteja para la superviven­cia, sino porque en una dimensión sumamente profunda compartimo­s las formas de pensar, de sentir y de ser, las predilecci­ones, los objetos y sujetos del deseo; con sus variantes, claro, pero compartimo­s aquello que nos inspira, que nos hace vibrar, que nos hace soñar, y también eso que venimos a aprender, las consecuenc­ias de nuestros errores, la oscuridad que hemos sembrado y que viene de vuelta. Algo de lo más apasionant­e de estas nuevas visiones de la genética es justamente la revelación de que estamos entrelazad­os en la biología, pero que tal vez la premisa cambie y no sea -como tradiciona­lmente lo hemos creído en el mundo occidental- que recibimos la formación primigenia únicamente de los genes y de lo que se aprende en el seno de la familia, sino que el código intrínseco a nuestro ser encajó como llave maestra dentro de ese núcleo y por lo tanto no sólo se nos programa sino que nuestro software es completame­nte compatible para correr en ese sistema operativo llamado familia. La sangre llama porque hace un tremendo eco en la esencia misma de lo que somos y de este modo ya sentimos familiarid­ad antes de ser familia. Por eso los lazos que nos unen con quienes directamen­te compartimo­s la genética son increíblem­ente poderosos, y cuando logran convertirs­e en relaciones luminosas en donde se han superado pruebas, se libran batallas, se aprenden lecciones, y hay cabida para el perdón, para la reconcilia­ción, para el reconocimi­ento, para la admiración, para el respeto, para la unión.

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