CONOCIÉNDONOS
No demos por seguro que conocemos a la perfección a nuestros seres más queridos. Tal vez los podremos sentir, percibir, pero en ese saber que va más allá de las palabras, de las descripciones, y que se entreteje con los hilos de amor que no tienen comienzo ni fin hilvanándonos por eternidades en vidas continuas. Pero nunca jamás aseguremos ni creamos en la mentira que nos cuenta la mente acerca de que les conocemos tan perfectamente que estamos hartos, hastiados y cansados de su presencia. Al contario, agradezcamos siempre que nos sea posible, que han estado alrededor nuestro tal vez desde que nacimos o bien acompañándonos en forma de hijas o hijos, pero todos maestros de nuestro camino. Es tan grande el vacío de tan sólo imaginar nuestra existencia en este planeta sin ellas o ellos, que nuestra mente ni siquiera es capaz de llegar a representar esto con veracidad. Estar atiborrados de su presencia es señal inequívoca de que algo no estamos viendo bien, o síntoma de que, de todos los aprendizajes posibles, nos estamos atorando en el nivel básico. No quiere decir que no atravesemos por fricciones fuertes, por heridas profundas, por retos y traiciones sumamente dolorosos, por alejamientos imperiosos, no, pues paradójicamente estas condiciones siempre serán parte de lo que nos mantiene unidos como los más cercanos familiares, parejas o amigos. Pero creer que muerto el perro se terminó la rabia, es decir que sentir que nos tienen saturados y por lo tanto alejarles de nuestras vidas sin haber apreciado el valor de lo que vinieron a enseñarnos, sin haber perdonado, sin habernos reconciliado, sin haber pasado por la alquimia del fuego que transforma con el amor más abrazador, y de más comprensión, es un tremendo autogol. Si bien dicen que ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos, cómo entonces poder estar convencidos de que somos capaces de saber de los demás.