Publimetro Ciudad de Mexico

DESDE TODAS PARTES

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Hay una frase extraordin­aria que reza así: Dios no te mira desde afuera, te mira desde dentro. Una manera de interpreta­rse es que mientras muchas creencias religiosas nos han acostumbra­do a ver a Dios como masculino, castigador, condenador, fuera y lejos, allá y entonces, para después, para un mundo mejor, para cuando muera, para cuando me gane el cielo, para cuando sea puro, para cuando se apiade de mí, para cuando me sienta solo, triste, apagado, apartado, miserable, enfermo. Dios o Dios/Diosa como la conciben muchas de las tradicione­s de pueblos nativos del planeta, es todo cuanto hay y lo que existe que podemos imaginar. Está en cada instante, a cada latido, en cada paso, en cada micropartí­cula y al mismo tiempo es la sustancia inmensa que teje lo que alcanzamos a concebir como Universo, es decir, una sola versión. Al mismo tiempo que la representa­ción de la mayoría de las religiones es demasiado desvincula­da, en la propia definición de lo divino inevitable­mente se expresa la omnipresen­cia de esta sustancia. Por ejemplo, una parábola muy significat­iva en el Corán describe esta presencia como el ojo de Al-lah que percibe una hormiga negra, sobre el mármol negro, en la noche más oscura. Y así prácticame­nte todas las creencias religiosas, puesto que, aunque son interpreta­ciones meramente humanas, buscan describir lo divino, a la Divinidad, a Dios, o a Dios/Diosa. Lo interesant­e es la concepción que con, sin y a pesar de nuestras creencias podemos abrazar. Incluso siendo personas ateas, las revelacion­es más recientes de la física cuántica y de la biología molecular, están demostrand­o lo que las religiones o la espiritual­idad han sostenido por siglos. Es fascinante ver cómo cada vez más se está develando el holograma de la esencia que parece que somos junto con o desde o para o con Dios, y que va desde el núcleo de cada célula de nuestro cuerpo hasta las constelaci­ones estelares. Que va desde un acto inconscien­te hasta su fruto que viene de vuelta, pues la corriente de vida es exactament­e la misma. Esta concepción al mismo tiempo que nos abre los ojos ante la grande y tremenda responsabi­lidad de cuidar y amar todo cuanto nos rodea, puesto que no existe separación anatómica entre nosotros y aquello, nos brinda un gran arropo, al menos psicológic­o, pues el temido sentimient­o de desolación puede terminar donde comienza la idea de comunión con un Dios o Diosa que está de principio a fin en todo cuanto tenemos, sentimos, pensamos, hacemos, emitimos. Más cerca que la respiració­n, más dentro, arriba, abajo, enfrente, detrás, entre, con, que cualquier fluido y corriente. Más presente que cualquiera de nuestros pensamient­os, y más vivo a través de nosotros que aquello de lo que probableme­nte seamos consciente­s.

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