POLÍTICA EXTERIOR A MANO ALZADA
Andrés Manuel López Obrador hace bien en no confrontarse con Donald Trump, no de manera directa. El problema para nuestro país es que no hay confrontación, pero tampoco hay un trabajo de política exterior respecto a las amenazas que el presidente de los Estados Unidos ha hecho a nuestro país.
El canciller Marcelo Ebrard está rebasado, opina tarde de los temas coyunturales y en contrasentido respecto a lo que dice el Presidente. La información que circula al respecto es mínima y no hay claridad sobre las acciones que se hacen de manera bilateral entre ambas naciones.
López Obrador va más allá, no sólo evita opinar acerca de la relación con Estados Unidos, sino que hace un espectáculo del hecho. El punto más claro fue lo que sucedió en Poza Rica, cuando preguntó a los asistentes a un mitin a modo si debería contestarle o no al mandatario norteamericano. Obvio ganó la negativa.
La forma sí es fondo. Se puede entender que el presidente López Obrador no tenga interés en enfrentarse a Trump, de hecho, no hay manera que gane el mandatario mexicano ante una confrontación con su homólogo del norte. Lo que no se puede entender es que un tema de política externa sea tratado de manera irrisoria.
Las amenazas de Trump son su manera en hacer política. La mira la tiene puesta en su reelección en el año 2020, su apuesta será, como hace dos años, el ataque directo a los migrantes mexicanos y centroamericanos. Eso lo saben en Estados Unidos, pero también lo sabemos en México. La política de no agresión no podrá funcionar para siempre y eventualmente el presidente López Obrador tendrá que fijar una postura firme.
El espectáculo del mitin se da en campaña. El presidente López Obrador debe asumir que esa campaña terminó en julio pasado y los militantes se convirtieron en gobernados. La tentación del aplauso fácil no debe sustituir a la planeación política. La decisión del presidente no debe depender de un grupo de seguidores.