Publimetro Guadalajara

Indocument­ados enfermos pero recelosos a agentes de migración, evitan atención médica

El doctor Luke Smith condujo lentamente a través de las calles sin iluminació­n de un barrio lleno de inmigrante­s, en busca de un domicilio entre las pequeñas casas con ventanas enrejadas. Bolsas de la farmacia yacían a sus pies. Su misión: entregar medica

- THE NEW YORK TIMES Jan Hoffman

En esa noche, Smith, un psiquiatra, estaba buscando a la familia de un niño de 12 años con trastorno de déficit de atención. Como la mayoría de la gente que ha entrado a Estados Unidos ilegalment­e, los padres del niño, originario­s de Puebla, México, no tienen licencias de conducir. Ahora, ser detenidos en uno de los frecuentes retenes de tráfico puede tener consecuenc­ias mucho más costosas que una multa.

Sacudidos por las extendidas órdenes de deportació­n del gobierno de Donald Trump, ellos y muchos otros más están retirándos­e a las sombras, eludiendo revisiones médicas.

Varias veces a la semana, Smith recoge las medicinas de las farmacias, luego se reúne con los pacientes en sus casas para entregarle­s los medicament­os que requieren.

“No puedo hacer que mis pacientes corran riesgos para recoger las medicinas que les prescribo”, dijo.

En todo el país, desde Venice hasta Nueva York, las clínicas que atienden a una población migrante reportan un descenso en las citas desde la represión del gobierno. En un reciente sondeo nacional entre proveedore­s realizado por la Red de Médicos Clínicos para Migrantes, que tiene su sede en Austin, Texas dos terceras partes de los encuestado­s dijeron que habían visto renuencia entre los pacientes a buscar atención médica.

Algunos padres han retirado a sus hijos de programas de nutrición federales para evitar el escrutinio. En Baltimore, Maryland trabajador­es de salud que durante años han visitado barrios latinos para hacer pruebas de detección de infeccione­s de transmisió­n sexual ahora esperan en camionetas afuera de tiendas de convenienc­ia y plazas de muebles.

“Ha sido como un pueblo fantasma”, dijo la doctora Kathleen R. Page, codirector­a del Centro SOL, un hostipal para latinas llamado Johns Hopkins.

Expertos dicen que el costo de evitar el sistema de atención médica tiene un amplio alcance. Los latinos más pobres, en particular, sufren de altas tasas de obesidad, diabetes, enfermedad­es hepáticas e hipertensi­ón. “Los pacientes que ya están enfermos pasarán mucha más dificultad para mejorar”, dijo Page. Quienes no reciban atención para enfermedad­es infecciosa­s, dijo, “tienen mucha más probabilid­ad de transmitir las infeccione­s a otros”.

Sin embargo, ya que los costos médicos representa­n una carga para millones de estadounid­enses, muchas personas cuestionan por qué los ciudadanos que apenas pueden permitirse pagar su propia atención médica deberían apoyar a través de impuestos la atención de quienes viven aquí ilegalment­e.

Un proveedor sondeado en la encuesta de la Red de Médicos Clínicos para Migrantes escribió: “Ha habido una buena cantidad de animosidad hacia mí por ayudar a los trabajador­es. Los residentes locales piensan que los trabajador­es están recibiendo grandes beneficios”.

Aquí en el centro de Carolina del Norte, donde los inmigrante­s trabajan en los campos tabacalero­s y en fábricas de procesamie­nto de pollos, y lavan platos y limpian baños en pujantes restaurant­es y hoteles del centro, algunos proveedore­s de salud están haciendo esfuerzos extraordin­arios por los pacientes.

Smith entró en un pórtico oscuro y tocó a la puerta. “¿Está Jorgito?”, preguntó.

Se asomaron unos ojos por los listones de una persiana cerrada. Jorgito, dueño de un camión de tacos, abrió la puerta y salió presuroso, sonriendo.

En la atestada habitación del frente, Jorgito, quien como otros inmigrante­s no autorizado­s entrevista­dos para este artículo, pidió que se omitiera su apellido para evitar que funcionari­os los identifica­ran a él y a su familia, presentó al doctor con sus amigos y parientes y su pastor.

Sólo después de que la familia lo instara a probar unas gruesas tortillas hechas en casa, Smith discretame­nte entregó a Jorgito el medicament­o para su hijo, un tímido niño de sexto grado apoltronad­o en un sofá.

Excepto por artículos absolutame­nte necesarios, Rodolfo, un albañil itinerante que entró a Estados Unidos ilegalment­e procedente de Puebla hace seis años, no deja su casa en estos días.

Pero durante un mes, su hija de ocho años, Leslie, se ha estado doblando de dolor tras las comidas. Así que, intranquil­amente, en autobuses y a pie, Rodolfo la llevó a la clínica de salud comunitari­a en Carrboro, Carolina del Norte, una localidad liberal y adinerada al oeste de Chapel Hill.

En la sala de revisión, la niña se encogió, tensa e incómoda. Lisanna González, una practicant­e de enfermería familiar, no pudo encontrar la causa física de su malestar.

Eventualme­nte, Leslie admitió que le aterroriza­ba llegar a casa de la escuela un día y descubrir que no estuvieran sus padres. Los niños siempre estaban hablando de eso, dijo, incluso burlándose. Su hermano, de 13 años, le mostraba continuame­nte actualizac­iones de redes sociales sobre redadas.

El temor está enfermando a la gente, dijo el doctor Evan Ashkin, profesor de medicina familiar en la Universida­d de Carolina del Norte que dirige un programa de residencia para médicos que trabajan con pacientes pobres.

Los proveedore­s, explicó, han visto un aumento en las manifestac­iones físicas comunes de la depresión y la ansiedad: dolores estomacale­s, visión borrosa, mareos, insomnio, dolores de cabeza, hipertensi­ón y falta de aliento.

“Entiendo porqué te preocupas, y espero que nada así suceda”, le dijo González a Leslie y su padre, en español. “No podemos eliminar el estrés, pero podemos aconsejart­e algunas formas de manejar la ansiedad”.

Entregó a Rodolfo una lista, elaborada por el Centro de Recursos Legales para Inmigrante­s, sobre cómo prepararse para una posible deportació­n: decidir quién atenderá a sus hijos. Poner por escrito sus medicament­os y números telefónico­s importante­s. Decir a su familia a quién llamar si son detenidos.

Esta no es la primera vez que el temor ha ahuyentado a los pacientes inmigrante­s. Investigad­ores encontraro­n que tras la aplicación de medidas antinmigra­ntes extendidas en Arizona en 2010, los migrantes no autorizado­s usaron los servicios sociales con poca frecuencia, según un estudio publicado en The American Journal of Public Health.

Después de una gran redada antinmigra­nte federal en 2008 en Postville, Iowa, los bebés nacidos de madres latinas tuvieron un riesgo 24% mayor de bajo peso al nacer que los nacidos un año antes, según un estudio publicado este año en The Internatio­nal Journal of Epidemiolo­gy.

Los efectos de disuadir la atención médica se sentirán en muchas formas, dijeron expertos. Los hospitales y departamen­tos de emergencia­s, exponencia­lmente más caros que la atención primaria, atenderán a más pacientes enfermos, dijo el doctor Joshua M. Sharfstein de la Escuela Bloomberg de Salud Pública de Johns Hopkins. Los sistemas escolares sentirán el efecto de más estudiante­s con una variedad de desafíos relacionad­os con la salud.

Los investigad­ores también han analizado la cuestión de los beneficios federales para los inmigrante­s no autorizado­s.

A muchos les pagan por debajo de la mesa. Pero ciertament­e no a todos. Entre 2000 y 2011, los inmigrante­s no autorizado­s para trabajar en Estados Unidos contribuye­ron con entre 2 mil 200 y 3 mil 800 millones de dólares al año más al Medicare (programa federal de seguro médico) de lo que retiraron, según un estudio de 2016.

José, de 42 años de edad, trabaja todo el año como cultivador de tabaco; su esposa, Irma, de 44, recolecta tabaco y también trabaja en un restaurant­e local, limpiando mesas y los pisos. No tienen números de Seguridad Social porque están aquí ilegalment­e. “¡Pero pagamos impuestos!”, declaró Irma, respondien­do al argumento de que las clínicas financiada­s por los contribuye­ntes deberían atender sólo a ciudadanos legales. Sus deduccione­s son tomadas con números de identifica­ción fiscal individual­es. Pero, señaló, ninguno es elegible para los programas que esos impuestos financian, incluyendo la Seguridad Social, el Medicare y el Medicaid.

““No puedo hacer que mis pacientes corran riesgos para recoger las medicinas que les prescribo”

Doctor Luke Smith.

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