Publimetro Guadalajara

GILLES LIPOVETSKY

Publimetro habló con el famoso sociólogo y filósofo francés sobre la moda, el lujo y el consumo contemporá­neos

- LUZ LANCHEROS & ARIADNE AGAMEZ Metro World News

“Antes había tiranía en la ropa, ahora la hay en el cuerpo”

Gilles Lipovetsky es uno de los pensadores más importante­s del mundo a la hora de hablar de posmoderni­dad, lo efímero, el consumo, el individual­ismo, la moda y el lujo. Y en estos dos últimos campos, el profesor de la Universida­d de Grenoble ha sido uno de los pocos intelectua­les en estudiarlo­s como un compendio de historia, códigos sociales y cultura más allá de su ligereza. Eso se puede ver en sus dos libros: El Imperio de lo efímero (1990) y El lujo eterno (2004). Publimetro estuvo en el encuentro con el teórico en la Universida­d Pontificia Bolivarian­a de Medellín, Colombia, y habló con él sobre estos temas que siguen siendo tan atractivos y polémicos por su relevancia.

¿Por qué en esta era digital la máxima expresión del lujo que vemos es la ostentació­n? Por ejemplo, lo vemos con Kim Kardashian o los Rich kids of Instagram

— Por la marca. Estas ahora ven que hay consumidor­es distintos que a veces son juzgados por su ostentació­n o por lo contrario. Por ejemplo, usted tiene un bolso Chanel con los dos logos pero otro consumidor no. Y existen los logos porque hay gente que quiere que aparezcan y no lo encuentran de mal gusto. Ahora, la marca quiere ganar por todos lados y a eso juega. También hallamos que hay artículos menos ostentosos en el pasado y marcas que tienen esos códigos, como Zara, con sus vitrinas simples pero no ostentosas. Pero usted tiene razón: al menos otras marcas como Dior tienen una publicidad visual más ostentosa. La chica rubia (Charlize Theron en J’adore) con todo el oro alrededor, eso es de ricos. Entonces creo que las marcas juegan con líneas diferentes. Hay tendencia a la discreción, pero también lo contrario: algunas marcas valoran lo espectacul­ar, porque quieren darse a conocer. Pero otros quieren seguir líneas más clásicas.

Ahora la moda recicla muchas cosas. ¿Cree que sigue teniendo su carácter tiránico?

— Ahora la moda recicla el pasado. Antes, su último grito borraba lo anterior, hoy no. Tu hoy juegas con la moda y no eres anticuado, es muy difícil serlo hoy en día . Ahora hay tiranía en cuanto al cuerpo, a la delgadez. La apariencia no es libre todavía. Hoy nos dicen que todas las formas son bellas, que ser gordo es bello, pero yo creo que es retórica, porque jamás se ha hecho tanta dieta, tanto gimnasio y han existido tantos productos bajos en grasa como ahora. Interioriz­amos la culpabilid­ad de no ser delgados, ni tampoco jóvenes. Nadie quiere envejecer, al menos no demasiado. Todos quieren lucir menores a su edad y se hacen cirugías estéticas y otras cosas. Hay una presión considerab­le sobre el cuerpo.

¿Cree que los lugares que están lejos de las grandes capitales de moda pueden insertarse en la nueva era del lujo hipermoder­no y democratiz­ado?

— Ahora tenemos la mundializa­ción del lujo. Antes, su mundo sólo era Europa y América del Norte. Hoy en día tenemos marcas de lujo en todos lados y este no sólo comprende bolsos y vestidos. Hay autos, hoteles, turismo, etcétera. Entonces, prefiero pensar en que hay nuevas formas de consumir el lujo. Antes, si eras rico debías ostentar, pero si ves hoy, los millonario­s se visten de jeans. Mark Zuckerberg se viste como un adolescent­e. Ahora todo se centra más en experienci­as y sensacione­s. Ya no quieres mostrar lo que tienes sino sentir, como lo que hacen en restaurant­es como el de Ferrán Adriá y su cocina molecular, por ejemplo. También siguen los antiguos códigos de ostentació­n del lujo, pero con un nuevo individual­ismo y una nueva economía centrada en la experienci­a.

Para muchos es un crimen ver lujo entre tanta desigualda­d.

— No hay que mirar esto de manera moralista. Todas las sociedades humanas siempre han tenido objetos de lujo y esos momentos son los que trato de explicar. Ahora, la verdadera pregunta no es el lujo sino las desigualda­des de la riqueza. El lujo sólo es su expresión. El capitalism­o solo hace su trabajo y brinda experienci­as para los que tienen dinero. Imagine que el lujo se suprime, hay que suprimir a los ricos. ¿ A dónde iría el dinero? ¿De qué sirve? Mientras existan ricos habrá lujo y eso, afortunada­mente, hace marchar la economía.

¿Cree que es posible construir un mundo de lujo que sea amable con la ecología?

— Todo eso hace parte del lujo privado, no del público. En el pasado el Estado y la Iglesia sí construían eso. Hacían lo bello accesible para muchísima gente. Hay que hacer mucho en ese aspecto, pensando en ciudades que respeten el medioambie­nte. Y aunque producir estas cosas sea caro, es necesario.

¿Por qué no podemos parar de consumir lo que sea?

— Esa concepción del capitalism­o de consumo que nos dice que la felicidad nos la da la compra, no ha muerto. El problema es que seguimos comprando pero no somos felices. Ahora, hay muchas escuelas de pensamient­o sobre esto. La tradiciona­l dice que el consumo es nuestro gran fracaso. Otras más radicales invitan a vivir con lo necesario. Respeto estas perspectiv­as, pero pienso que no sirven para nada. El consumo no ha hecho que todo sea frívolo: los países de más alto consumo tienen más esperanza de vida y permite a sus ciudadanos viajar e informarse. Los países subdesarro­llados quieren consumir también. Reducirlo, entonces, es una utopía.

Entonces, ¿qué le pasa al consumidor hoy en día?

— Muchos llevan todo al exceso: el shopping, los videojuego­s. Comer. Hay mucha gente obesa. Pero por otro lado vemos el fenómeno contrario: consumidor­es más prudentes y preocupado­s por lo que causarán en su entorno. Entonces, hay gente que compra y compra, pero otra no. Es tonto decir que el consumidor sigue siendo infantil cuando hay un vasto universo de ellos.

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