ENTREVISTA
La relación entre el actual gobierno de Vladimir Putin con la Revolución rusa es complicada. Putin no quiso conmemorarla. ¿Por qué?
– Putin ha construido una narrativa en torno a la idea de un Estado ruso fuerte y estable. Y la Revolución rusa es un evento problemático en ese sentido. Porque recuerda un tiempo en el que el Estado era muy débil como para defenderse, y cuando Rusia era muy inestable. ¿Por qué llevar la atención hacia allá? Además, aunque Putin tiene mucho apoyo electoral de personas que crecieron en la Unión Soviética y que ven a la Revolución rusa como un momento grandioso y definitorio de la historia de la humanidad, pero en los últimos años ha cultivado relaciones con el nacionalismo ruso y con la Iglesia Rusa Ortodoxa. Y para ellos los bolcheviques fueron un grupo que masacró curas y persiguió a la fe. La Iglesia recuerda al zar Nicolás II como un mártir. Así que lo mejor que podía hacer Putin era no ofender a nadie.
El gobierno de Putin es conocido por prohibir cualquier manifestación opositora. ¿Se teme que una conmemoración de la Revolución rusa pueda alentar a movimientos opositores?
– No creo que haya un riesgo serio por que alguien se inspire en el aniversario de la Revolución Rusa para tratar de derrocar a Putin. Pero como dije, la Revolución fue producto de un estado débil y Putin no quiere recordarle eso a la gente.
¿Cuál podría ser otro legado importante de la Revolución rusa y que se refleje en la sociedad rusa actual?
– La Revolución rusa terminó con la lentísima evolución de Rusia antes de la Primera Guerra Mundial. Y la llevó de ser una autocracia feudal agraria a un Estado europeo moderno. Quizás nunca hubiera tenido éxito si se hubiesen usado formas pacíficas de cambio, pero la Revolución significó que Rusia se pasara 70 años siendo factor principal en el desarrollo político y económico europeo y mundial. Y hasta hoy se pueden apreciar las cicatrices de Rusia. En su economía distorsionada, su estado de derecho débil y su gobernanza autoritaria.