¿DE DÓNDE VIENEN LOS INSULTOS?
Cuando estamos enojados, cualquier palabra puede convertirse en ofensa; basta con llenarla de esa carga emocional que nos invade. No obstante, hay algunas palabras que por sí mismas han ido formando nuestro catálogo de insultos: son voces a las que hemos endurecido y, en muchos casos, las hemos alejado de su origen inocente. Revisemos algunas de ellas:
Ignorante. Por suponer que el aislamiento nos deja al margen del conocimiento, idiota pasó a significar ignorante —del latín ignorantia y su forma verbal ignorare, ‘no saber’, derivado opuesto de gno-, ( g) noscere, ‘conocimiento’—, sentido que aún se encuentra en el lenguaje médico cuando se habla de una enfermedad idiopática, es decir, que no se sabe qué la ocasiona.
De esta manera, aunque los orígenes de ambas palabras son distintos, del concepto de ignorancia no fue difícil pasar al de deficiencia mental, y así, al catálogo de insultos.
Imbécil. Otra palabra de curiosa evolución. Aunque hoy también tiene el sentido de “escasez de inteligencia”, es muy significativo que su raíz latina sea imbecillis, formada de im, ‘dentro’, y bacillus, ‘bastoncillo’.
De modo que literalmente podemos entender la palabra como ‘embastonado’. El sentido que le daban los romanos a la palabra era “debilidad física” por la necesidad de apoyarse en un bastón. De este concepto, se pasó al de “debilidad mental”, convirtiéndose así en insulto.
Estúpido. Para insultar también usamos esta palabra, que tiene origen en la voz latina stupeo, que encerraba el concepto de atónito, pasmado.
Otras palabras con el mismo origen son estupor, estupendo y estupefacto, pero por esas cosas raras del lenguaje sólo estúpido mutó su significado, pasando de asombro a cortedad intelectual.
Para terminar, es interesante saber que la voz ‘insulto’ tiene origen en el latín
insultare, de in y saltare, de modo que el sentido implícito es “echarse encima”, lo cual es bastante apropiado.