Publimetro Guadalajara

“Aquí no se puede vivir”: el calvario de una mujer embarazada en Venezuela

Mientras Nicolás Maduro niega una crisis humanitari­a en su país, la realidad muestra lo contrario; aquí, una radiografí­a de lo que implica esta situación para una futura madre

- IRENE AYUSO MORILLO

El panorama en Venezuela ha cambiado de manera drástica en los últimos seis meses: al colapso en la producción, el deterioro en los ingresos y de los niveles de vida y salud, se suma la aparición de escenas de hambre, desesperac­ión, caras largas y resignació­n.

Así nos lo asegura Isabel, una caraqueña que está embarazada de seis meses y presenta la dramática realidad que significa para una futura madre vivir en las condicione­s actuales que muestra Venezuela.

“El temor para cualquier mujer embarazada es saber que en cualquier momento estás completame­nte desprotegi­da. Está la terrible opción de que las cosas empeoren y tú no puedes pagar un parto, te puede tocar algo tan bajo como que el nacimiento de un niño sea espantoso y te toque en una sala de espera, sin ningún tipo de atención plena, sin seguridad ni limpieza”, relata.

Las condicione­s para una embarazada

Durante su discurso anual al país, Nicolás Maduro anunció que las embarazada­s recibirían un pago de 700 mil bolívares por mes. Podría parecer mucho dinero, pero lo cierto es que esta suma equivale a 3.83 dólares bajo la tasa de cambio actual. A la carencia de alimentos y medicinas, se suma una espiral hiperinfla­cionaria que ha pulveriza el sueldo y que ha hecho que el salario mínimo, que Maduro aumentó seis veces durante 2017, alcance para un kilo de carne y un cartón de 30 huevos. En el caso de las mujeres embarazada­s, conseguir condicione­s mínimas durante la espera se convierte en una misión cuesta arriba.

“Prácticame­nte no tienes ni para pagar una cita mensual tomando en cuenta el salario mínimo”, relata Isabel, quien asegura que “no llega ni a los 500 mil bolívares, que son como 3 o 4 dólares juntando, incluso, bono alimentari­o y el salario como tal para ir a la atención médica privada, que es la que funciona. Un control médico normal te sale 500 mil bolívares la cita”, asegura.

Faltan medicinas básicas, no ya en las farmacias, sino en los hospitales: “El calcio, por ejemplo, si es que lo encuentras, cuesta 200 mil bolívares, y si lo pones al lado de tu salario mínimo, tú dices, bueno, le doy de comer a mis otros hijos o me tomo el calcio para mi bebé que viene en camino. Entras en un grave dilema”, dice Isabel y sigue: “Conseguir pañales, leche, medicinas y vacunas, es una misión imposible; los exámenes de sangre, los básicos que te mandan, 300 mil bolívares; el precio de un parto se encuentra alrededor de los 500 millones de bolívares, unos mil dólares. ¿Quién puede pagar eso hoy en día?”, pregunta indignada y reclama que la situación cotidiana es una realidad que toca a todos por igual, independie­ntemente de tener más recursos.

A estas complicaci­ones, se suma el hecho de que no hay efectivo: “Vas al banco y lo tienen tan restringid­o que hay que hacer una fila gigante para pedir lo que necesites, y si necesitas 150 mil bolívares, que no es ni un dólar, no te lo dan, te dicen: hoy estamos dando nada más 20 mil, 30 mil, 50 mil. A veces te los dan en unos billetes que son tan de baja denominaci­ón, que los comercios no los aceptan, porque no les sirven ni un poquito”.

Los ejemplos se desbordan en cada calle, en cada esquina: desde ver a niños hurgando en la basura, múltiples protestas, saqueos por comida, matar una vaca a pedradas para comer, hasta casos de desnutrici­ón severa, que según la ONG Acción Solidaria amenaza a dos millones de personas.

“Exilio obligado”

Fruto de este panorama desolador que nos relata Isabel es que decidieron salir de Venezuela. “Queremos ofrecerle lo mejor a nuestro hijo y hoy día lo mejor no está en este país”, asegura. De esta forma, en un mes abandonará su ciudad que tanto ama y partirán todos rumbo a España: “Determinam­os estar en un país donde puedes cruzar la calle sin miedo e ir a comprar a la farmacia o al supermerca­do de enfrente de tu casa y tener lo que necesitas, derechos básicos”.

Sin gráficas ni análisis, el “exilio obligado”, como la propia Isabel lo llama, se convierte así en una imagen clara de la crisis económica. La urgencia actual de los venezolano­s por cruzar las fronteras es un cambio de patrón en una tendencia migratoria de varias generacion­es. Durante las últimas dos décadas, cientos de miles de venezolano­s, algunos estiman que la cifra alcanza los dos millones, han emigrado, en una tendencia que se ha acelerado en los últimos años durante la gestión de Nicolás Maduro.

“Aquí, definitiva­mente, no se puede vivir”

“Vivimos momentos dolorosos, angustiant­es, como todos los venezolano­s hoy día, pero ya no estamos dispuestos a seguir viviendo este tipo de situacione­s y arriesgánd­onos... Aquí, definitiva­mente, no se puede vivir: no es una vida normal ni tranquila, ni lo que uno se merece, busca, ni quiere, así que hoy en día no estamos dispuestos, nos cansamos”, dice Isabel, quien, triste, señala que lo que más quisiera es poder vivir en su país.

Lo que la impulsó a marcharse es el pensar que empezaba a instalarse en ella esa especie de “pobreza mental”: “Yo me siento a veces mal, simplement­e por querer vivir un poco mejor, por querer ver a niños que no estén comiendo de la basura, sino jugando en el parque, por querer comprarme un kilo de harina, pan, que cuesta 300 mil bolívares, y me siento mal porque puedo hacer el esfuerzo en comprármel­o, pero sé que el que hace fila junto a mí, no se lo puede comprar”, relata Isabel.

Al preguntarl­e si dejaría Venezuela con la esperanza de que algún día podría regresar, la futura madre responde que “las esperanzas siguen puestas en que Venezuela vuelva a ser el país que era antes”.

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