SEÑALAR AL BULEADOR
“Algo que está faltando es enseñarle a los chicos que hay otros niños que no son tan inocentes ni tan nobles y que no tienen límites adecuados para controlar su conducta verbal o física”.
Un error que cometen algunos padres cuando educan a sus hijos es pensar que son demasiado pequeños, buenos o ingenuos como para hablarles acerca de las diversas formas de maldad que pueden existir en el comportamiento de los seres humanos.
La mayoría de los niños son como un pedazo cielo que no se quiere manchar inculcando en sus mentes o en sus almas, miedo o desconfianza hacia los demás. Y sin embargo, es imprescindible hacerlo.
Por eso, aunque nos duela, desde muy chicos les enseñamos que no se debe hablar con extraños, ni aceptar dulces de un desconocido, ni revelar sus datos personales a nadie o entablar nuevas amistades a través de los medios virtuales.
También ponemos mucho en que cuiden y respeten su cuerpo y no permitan jamás que alguien los haga sentir incómodos en la forma en que los miran, los tratan o los tocan y que, además, su cuerpo tiene partes que son privadas y que sólo él o ella, su mamá y un médico —siempre que esté alguno de sus padres presentes— pueden revisar o tocar.
Pero algo que está faltando es enseñarle a los chicos que hay otros niños que no son tan inocentes ni tan nobles y que no tienen límites adecuados para controlar su conducta verbal o física para con quienes conviven, pudiendo ser agresivos, mal intencionados, burlones, provocadores, ofensivos y hasta violentos.
Hasta hoy, se ha hecho creer a los niños que si alguien los agrede es porque ellos tienen o no tienen alguna característica que amerita ser denigrada por los demás. Desde usar anteojos, estar mudando sus dientes, tener sobrepeso, pecas, un color de pelo distinto, un tono de voz más grueso o más agudo, ser torpe para correr o al hablar o, por el contrario, ser veloz o querer responder a todo lo que el maestro pregunte, no gustarle los deportes o gustar más de la lectura, entre muchas otras variables.
Si la autoestima de los niños no se ha cimentado de manera firme y consistente, siempre serán vulnerables ante la crítica, juicios o burlas que los demás puedan hacerles. Incluso un simple comentario puede llegar a lastimarlos. Por eso desde que nacen hay que trabajar con ellos para que conozcan su cuerpo, lo respeten, lo valoren y lo aprecien. De lo contrario, cuando en sus vidas aparezca un buleador sentirán vergüenza y culpa y tenderán a pensar, aunque sea de manera inconsciente, que es él el que tiene algo que no encaja con la mayoría de sus amigos o compañeros.
Desde muy chiquititos hay que enseñarle a los niños que los que están actuando de forma equivocada, antisocial, impulsiva o irresponsable, son aquellos que no están mostrando respeto por los demás o por las diferencias que existen entre una persona y la otra.
Debe hacerse conciencia en los chicos que quienes deben ser señalados o castigados son aquellos niños que muestran conductas sociopáticas o violentas. Aquellos que están dispuestos a herir con tal de lograr un objetivo; los que no tienen remordimiento alguno por el daño que están provocando con sus palabras o acciones; los que explotan las debilidades o inseguridades de los otros, o los que se muestran física o verbalmente agresivos o violentos contra quienes los rodean. Es a quienes actúan así, a los que se les debe poner atención, convocar a un tratamiento psicológico o mantener una nota especial de vigilancia o sanción para evitar que se conviertan en el futuro en personas con dificultades, no solamente para relacionarse adecuadamente con quienes los rodeen, sino también para aceptar la autoridad e incluso para prevenir que a la larga puedan convertirse en delincuentes, agresores o criminales.
Mil veces se ha dicho que los niños pueden ser muy crueles, pero ahora es tiempo de dejar de ver esto como si fuera una característica normal o algo que es así de hecho, per se, y que además, así será por siempre. Es tiempo de poner un alto firme e inmediato a todo aquel que muestre conductas sádicas, rudas, violentas, agresivas o inhumanas, sin importar la edad que tenga, porque cada vez que un niño o un adolescente se suicida a causa del bullying, es una clara señal de alerta de cómo están fallando todos los adultos involucrados.