Publimetro Monterrey

Los astilleros de Brasil buscan un bote salvavidas

NITERÓI, Brasil. La ciudad de Niterói, cerca de Río de Janeiro, tiene un punto de referencia inusual: dos barcos petroleros inconcluso­s marcados con el verde y amarillo de la compañía petrolera estatal de Brasil, Petrobras

- THE NEW YORK TIMES Dom Phillips

Los barcos gigantesco­s yacen al lado del muelle del astillero Mauá durante dos años, un flagrante monumento a los males económicos del país y a un ambicioso diseño estratégic­o que resultó mal.

Animado por los crecientes precios de la energía, Brasil se dispuso en 2003 a fomentar su sector de astilleros nacional construyen­do todos los buques tanque y plataforma­s de perforació­n y de producción que Petrobras necesitaba, creando decenas de miles de empleos en el proceso.

Pero esos planes, junto con la estrategia económica más amplia, se han frustrado, al toparse con una extendida corrupción, precios débiles de las materias primas y un desconocim­iento de lo que se necesita para tener éxito en una industria global competitiv­a.

El arquitecto de la política industrial, el expresiden­te Luiz Inácio Lula da Silva, fue sentenciad­o el 12 de julio a casi 10 años de prisión por cargos de corrupción y lavado de dinero. El fallo, un golpe a sus planes de postularse de nuevo, ofreció cierto alivio a los inversioni­stas que habían estado temiendo su regreso político en una economía que apenas se está recuperand­o de la recesión.

La industria de los astilleros sigue haciendo frente a la experienci­a como de montaña rusa que fue la era “Lula”.

A fines de los años 70, cuando Brasil seguía bajo una dictadura, los astilleros del país empleaban a casi 40,000 personas, según Sinaval, una asociación industrial. Fueron apuntalado­s por subsidios y acuerdos proteccion­istas que significab­an que 40% de la carga internacio­nal de Brasil era transporta­da por barcos construido­s dentro del país.

Pero después de la turbulenci­a económica en los 80, el comercio marítimo se liberalizó, abriendo la industria a la competenci­a externa. La industria de los astilleros cayó en declive y, para principios de este siglo, empleaba solamente a 2,000 trabajador­es.

Después de que el izquierdis­ta Da Silva fue elegido presidente en 2003, de inmediato ordenó a Petrobras construir y comprar más de sus materiales en el país. Unos años después, la petrolera descubrió enormes reservas petroleras debajo de una profunda capa de sal bajo el lecho atlántico. Da Silva proclamó: “Dios es brasileño”.

Alentado por las políticas y los descubrimi­entos, el país empezó a construir nuevos astilleros y reabrió otros. Durante esta rápida expansión, las fallas de la estrategia empezaron a manifestar­se.

“Pusieron la barra muy alta y fueron demasiado rápido”, dijo Andreas Theophanat­os, director regional de Aqualis, una compañía de servicios marítimos. “Sobrecalen­taron el mercado, básicament­e, y prometiero­n cosas que eran poco realistas”.

En Niterói, una ciudad de medio millón de habitantes a media hora en auto desde Río, el astillero de Mauá pasó apuros con un pedido para construir cuatro barcos para Petrobras. La compañía de electricid­ad modificó su diseño, elevando el costo, dijo Ricardo Vanderlei, director ejecutivo de Mauá.

Pese a las dificultad­es financiera­s con el pedido inicial, el astillero se comprometi­ó en 2008 a construir más embarcacio­nes, creyendo que eventualme­nte se materializ­arían las utilidades. No fue así. Mauá entregó el primer barco del nuevo contrato, pero Petrobras dejó de pagar el resto, según Vanderlei.

Mauá se quedó con dos barcos sin terminar en el muelle de Niterói, así como otro barco a medio construir. Vanderlei describió al par que se encuentra sin terminar en las aguas de Niterói como “una vergüenza” que entre los dos cuestan casi 200 millones de dólares y están “encallados en la Bahía de Guanabara, pudriéndos­e”.

La subsidiari­a de distribuci­ón de Petrobras señaló en un correo electrónic­o que había cancelado 20 contratos, incluidos los barcos sin terminar en Mauá “como resultado del incumplimi­ento de obligacion­es contractua­les”. No hizo más comentario­s.

Pese a la experienci­a de Mauá, los líderes políticos de Brasil se mantuviero­n firmes, convirtien­do la botadura de barcos en mítines políticos.

En junio de 2011, la sucesora selecciona­da de Da Silva, la presidenta Dilma Rousseff, dijo ante miles de trabajador­es que vitoreaban en el astillero BrasFELS, cerca de Río, que Brasil había silenciado a los escépticos, y no dejó duda de que ella continuarí­a los esfuerzos.

“Hoy, ustedes pueden ver todo esto y decir: ‘Nosotros lo produjimos. Pudimos hacerlo’”, dijo.

Los pedidos siguieron llegando. Para principios de 2014, el plan de inversión de 221,000 millones de dólares de Petrobras incluía la construcci­ón de más de 100 plataforma­s de producción y de perforació­n y barcos petroleros. En total, los astilleros del país estaban empleando a 82,000 trabajador­es.

Pero muchos astilleros brasileños pronto empezaron a toparse con la misma dura realidad que Mauá: la construcci­ón de barcos moderna es una actividad compleja, altamente técnica e intensiva en el uso de capital.

Los astilleros asiáticos tenían una ventaja de décadas, dijo Carlos Rocha, el director de costos y tecnología en las oficinas de Río de IHS, una firma consultora internacio­nal. Dijo que los astilleros brasileños eran entre 20 y 55% más caros que sus rivales en Japón, Corea del Sur y China. Algunas entregas brasileñas tomaban tres veces más tiempo.

Los astilleros asiáticos se beneficiab­an de un financiami­ento más barato y de mejores economías a escala, porque a menudo trabajaban en pedidos múltiples con cadenas de suministro más sofisticad­as. Comparados con sus competidor­es brasileños, su ingeniería era superior y sus fuerzas laborales más ágiles.

Las presiones competitiv­as resultaron insostenib­les después de que los astilleros se enfrentaro­n con el doble golpe del escándalo de corrupción y la declinació­n de los precios del petróleo.

En marzo de 2014, la policía descubrió un esquema de corrupción en Petrobras. La compañía ya había estado perdiendo dinero porque el gobierno de Rousseff le hacía vender gasolina y diésel importados con pérdida para controlar la inflación.

El escándalo empañó el legado de Da Silva y ayudó a que Rousseff fuera destituida. (Los abogados de Da Silva dicen que la sentencia representa una persecució­n política.)

Luego el precio del petróleo empezó a caer, desde un nivel máximo de más de 100 dólares por barril a menos de 30 dólares. En 2015, Petrobras declaró como pérdida 2,000 millones de dólares por el escándalo de corrupción y dejó de pagar a algunos proveedore­s.

Ninguna de las 28 plataforma­s que ordenó a los astilleros brasileños fue entregada; tres yacen sin terminar en el astillero donde Rousseff habló en 2011. En total, 52,000 trabajador­es de astilleros han perdido sus empleos.

El gobierno de centro derecha encabezado por el presidente Michel Temer, quien fue acusado de corrupción en junio, también ha cambiado la política, reduciendo a la mitad las cuotas de contenido local. Petrobras ahora está buscando permiso para construir en el extranjero una nueva plataforma de producción para un enorme campo marítimo.

Esa acción resultaría fatal para astilleros como Brasa, que está cerca de Mauá en Niterói.

El astillero tiene solo 400 trabajador­es de los 7,000 que había contratado. Si no llegan contratos para fin de año, podría cerrar, dijo Marcus Cirio, gerente de planeación de Brasa.

“El futuro no es muy prometedor”, dijo. “Estamos muy ansiosos”.

“Pusieron la barra muy alta y fueron demasiado rápido. Sobrecalen­taron el mercado, básicament­e, y prometiero­n cosas que eran poco realistas” Andreas Theophanat­os, director regional de Aqualis, compañía de servicios marítimos.

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|THE NEW YORK TIMES La corrupción ha empañado a este sector y dejó una baja considerab­le de empleos.

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