DE LA PERIFERIA A LA CIUDAD COMPACTA
Las minicasitas o “minicajitas”, como les llamo, porque ni a casa pequeña llegan, son hoy motivo de investigaciones por el debate también olvidado del siglo XXI de las ciudades en México: el de la vivienda.
Monterrey no es la excepción. El rezago urbano, como la desigualdad en la que está sostenido, nos ha llevado a vivir la vida lejos de donde realmente la hacemos laboral, familiar o socialmente. Esto no es casualidad.
Anteriormente, con el boom de lo que entonces se concebía como el progreso económico, el diseño de la ciudad se convirtió en presa de una visión que pensaba que, aprovechando tierra barata, haciendo vialidades, concentrando suburbios fraccionados, llevando servicios públicos a esos lugares lejanos, haciendo que la gente de clases sociales medias y bajas accedieran fácilmente a créditos públicos y privados para casas y automóviles, que con eso, era suficiente para crear el “futuro” que es nuestra realidad actual.
Sin embargo, los excesos nocivos del consumo, así como muchas otras fatalidades que vivimos en México como la corrupción, la impunidad o esa misma brecha de desigualdad que nos está alejando de vivir con dignidad, no dio sus resultados. Al contrario, en lugar de progreso, eso se convirtió en retroceso.
La ciudad “chata”, “extendida” e “intransitable” fue el modelo de ciudad que ganó terreno, dejando a un lado temas tan fundamentales para la sobrevivencia humana como la economía local, la sustentabilidad y cuidado del medio ambiente, el espacio público y otras formas del entramado citadino que se han perdido entre un sinfín de intereses.
Por supuesto que el tamaño importa, pero hoy sentando las bases de un futuro, importa mucho más la lejanía o cercanía de la vida para moverse con facilidad, la calidad de esas viviendas (que muchas de ellas están hechas de “mírame y no me toques”), así como los barrios, que incluye las calles, en los que se habita o transita.
Es decir, tenemos el reto de regresar a la ciudad compacta con subgéneros y distritos que aseguren que eso se puede cumplir. En esta tarea gigante que también implica conflictos de intereses y ética debería prevalecer la ética, esa es otra de las cosas que, si no está, tampoco funcionaría otra forma de diseñar la ciudad de manera tal que la densidad en lugar de provocar miedos o fobias, en realidad se aceptara en la medida de que esas casitas dejen de existir en una periferia que actualmente está abandonada por la inseguridad, la lejanía y la falta de pagos en los créditos.
Es un tema muy complejo que requerirá de la cooperacion de gobiernos y ciudadanía para concretarse. Lo que está claro por evidencias es que para la gente eso no es calidad de hábitat. Nadie en su sano juicio podría soportar, no vivir en un espacio pequeño, sino en esas horas insufribles de tráfico eterno para desplazarse de un lugar a otro o que tu casa no tenga plazas públicas y parques o que al menor “detalle” se “caigan”.
La apuesta del futuro será por una ciudad reducida, en donde estado y mercado puedan satisfacer demandas. Por lo pronto, esas “minicajitas” deberían ser cosa del pasado, para quienes las han dejado, de hecho, hoy ya lo es.
“El rezago urbano, como la desigualdad en la que está sostenido, nos ha llevado a vivir la vida lejos de donde realmente la hacemos laboral, familiar o socialmente”