OBESIDAD INFANTIL
“Es costumbre que, junto con la alimentación, se recomiende hacer ejercicio, pero eso requiere tiempo e, incluso, dinero, que pocos tienen”
Uno de los temas más preocupantes de la salud pública es la obesidad infantil. Los casos se incrementan y, tal parece, que hemos pasado del único niño gordito que había en el salón, a cientos de casos que se multiplican.
Algunos expertos atribuyen esto a la falta de atención de los padres en casa o a las ausencias ante el trabajo; también mucho se habla de los alimentos o la falta de educación nutricional que permita prevenir el exceso al ingerir comida que es nociva para la salud o ‘chatarra’, como le dicen.
Sin embargo, hay un tema que pocos consideran y tiene que ver con la obesidad. Porque es costumbre que, junto con la alimentación, se recomiende hacer ejercicio, pero eso requiere tiempo e, incluso, dinero, que pocos tienen.
Entonces la clave, aunque poco se asocia con este problema de salud pública, también estriba en el diseño de la ciudad.
Si observamos ciudades de otras partes del mundo como París, Buenos Aires y Estocolmo, veremos que la mayoría de las personas que caminan no son obesas.
Recordemos que, más allá de las cuestiones estéticas, lo que importa es la salud, porque las consecuencias negativas derivadas de la obesidad son graves y recaen en enfermedades más costosas, tanto en dinero, como emocionalmente: la diabetes, hipertensión y otras.
Entonces, cuando vemos estas ciudades nos damos cuenta que la gente puede caminar y que ese ejercicio hace que su ciudad sea un gimnasio al aire libre. Ahí, donde se puede depender menos del automóvil y disminuir el sedentarismo, es donde hay una mayor área de oportunidad para que enfermedades como la obesidad infantil no aumenten.
El diseño de las urbes debe contribuir al movimiento físico que, unido a otras estrategias de incentivos en la nutrición de los habitantes, podría ser el elemento perfecto para que estar saludable no signifique altos costos, ya sea para lo público o lo privado.
Se trata de hacer ciudades donde podamos caminar con seguridad, de tal forma que poco necesitemos de lugares cerrados, o bien, contar con mayores espacios públicos deportivos abiertos que nos permitan frenar estas consecuencias nocivas.
Una sociedad que camina es menos obesa y, por tanto, menos enferma. Los niños y las niñas deberían tener esos espacios de libre tránsito para asegurar su calidad de vida sin un exceso de sacrificio emocional.
La salud pública necesita de ciudades diseñadas para caminar, movernos, ejercitarnos.
Nosotros junto con los infantes, lo necesitamos.