LOS NIÑOS QUE YA NO ESTÁN
La mayoría de las mujeres estamos totalmente desarmadas cuando nos encontramos frente a la indefensión y vulnerabilidad de un hijo. Esa sensación de ternura que provoca un pequeño cuando está dormido, cuando al despertar mira con ojos de sorpresa ante el mundo, esa emoción de poder ser útil y sentirse necesitado por alguien y esa posibilidad de transformar a ese pequeñito en una persona humanizada, crea un lazo indisoluble a través del tiempo.
Ser madre es encontrarse ante un abanico inmenso de posibilidades. La maternidad reta todos nuestros talentos. En el presente, no sabemos cuáles serán los resultados de nuestras acciones, brindar nuestros consejos, dar nuestro mejor ejemplo, amarlos y demostrarles esto poco o mucho, premiarlos o castigarlos, detener sus impulsos o, por el contrario, empujarlos para que superen sus limitaciones, es una labor intensa de todos los días, con la esperanza de que rinda frutos más adelante.
No importa cuántas veces nos digan los demás que la infancia se pasa en un tris. Mientras se amamanta, se espera a que eructe, se cuidan los primeros y tambaleantes pasos para que no se lastimen; mientras se les enseña a tomar los cubiertos, a comer apropiadamente, a cuidar su seguridad, a jugar compartiendo y sin lastimar a nadie, a efectuar las tareas y las responsabilidades de la escuela, el tiempo parece eternizarse.
Y en ese ir y venir para cumplir con todo, para tener satisfechos a los maestros, a la escuela, al resto de la familia y a ellos mismos; en esas interminables horas detrás de un volante para llevarlos a sus clases extra, a la papelería, a la fiesta de cumpleaños, de pronto, un día, nos damos cuenta que los ojos de nuestros hijos ya no nos miran, que sus brazos no se alzan para abrazarnos a nosotros, que en sus mentes no hay más espacio que los planes que hacen para la siguiente reunión, para elegir la ropa que se pondrán, para imaginar a los amigos con los que podrán convivir, pensando en las risas y carcajadas que compartirán con los demás.
De pronto, un día, en un abrir y cerrar de ojos, ya no somos el centro de sus vidas, ni los únicos que pueden ayudarles a resolver sus dudas, ni nos necesitan de manera desesperada.
En lo que tardan los rayos del sol en mostrarse al despuntar el alba, ellos ya sienten que lo saben todo, que el pasado es obsoleto y que es su presente todo lo que importa.
No es quizá que nos hayan dejado de querer como sus padres, sino que la vida los apunta hacia el futuro,
“De pronto, un día, en un abrir y cerrar de ojos, ya no somos el centro de sus vidas, ni los únicos que pueden ayudarles a resolver sus dudas”
y nosotros somos parte de su historia, su pasado. Ahora son todos sus amores posibles, sus amigos nuevos y los retos que están por conquistar, la prioridad.
Entonces uno se pregunta si los educamos bien, si serán lo suficientemente seguros como para sortear todos los obstáculos, si podrán levantarse de las caídas que tendrán, si su fuerza yoica es lo suficientemente recia como para evitar las tentaciones que puedan poner en riesgo su destino. Y temblamos de miedo cada noche mientras esperamos que regresen con bien y que sus alas no se rompan mientras practican vuelo.
Un poco más adelante nos tranquilizamos sabiendo que ya no hay mucho más que podamos hacer. Y aunque pudiéramos, ellos pondrán sus límites para que los dejemos encargarse por sí mismos de resolver su vida.
Y es entonces cuando empezamos a extrañarlos como si ya no estuvieran más con nosotros. Buscamos en los rostros de los jóvenes que ahora conviven ocasionalmente con nosotros los rasgos de aquellos chiquillos que nos miraban con tanta admiración. Esos pequeños que nos robaban la energía y que provocaran la mejor versión de nosotros mismos.
Los extrañamos porque nos hacen falta para llenar nuestra vida de sonrisas, de colores y alegrías, pero nos conformarnos con las fotografías de cuando eran niños y con la esperanza de que las y los chicos que ahora usurpan su lugar, lograrán conquistar sus sueños a futuro, mientras los observamos desde el atardecer de nuestras vidas.