AGRESIÓN Y VIOLENCIA, NUNCA
En pleno estacionamiento de una plaza comercial en Chihuahua, un adulto fuerte bastante alto y robusto, con una edad aproximada de entre 30 y 40 años, baja de su automóvil a jalones a un adulto mayor de 60 años, con una estatura, por lo menos, 20 centímetros más baja que él, para patearlo y golpearlo en innumerables ocasiones, con el puño cerrado, tanto en la cabeza como en el rostro. Los automovilistas que pasaban alrededor de ellos siguen su camino, sin decir, ni hacer nada.
Ahora, con una impunidad total, se golpea o mata a personas adentro de los centros comerciales o en sus estacionamientos; en restaurantes de cualquier municipio de todos los estratos sociales, se golpea, se roba o se mata a quien sea, en el transporte público, en los lugares de recreo, en los parques, en el cine y hasta afuera o adentro de sus casas.
Se está normalizando la violencia y, aunque todavía hay gente que se espanta por ésta, cuando les toca vivir una circunstancia adversa de cerca, solamente se voltean hacia otro lado y, asustados, cada quien sigue su camino sin hacer nada.
Nadie quiere verse involucrado, ni comprometer su integridad por nadie, todos tienen miedo y nadie quiere más problemas. Pero por la inactividad de las autoridades y esta pasividad de la ciudadanía, es que la violencia ha escalado a niveles cada vez mayores.
Hace unos días la gente criticaba al hijo de la actriz y cantante Thalía, porque en un video tomado en un restaurante el pequeño le avienta una servilleta a la cara a Tommy Mottola, su padre. Parecería la travesura de un chiquillo, pero lo cierto es que si esas conductas no se reprimen en el acto, cuando los niños lleguen a la adolescencia, la manera en que tratarán a sus padres y a otros adultos podría ser terrible.
La violencia verbal que se ejerce en las redes sociales es alarmante. Y más todavía que el gobierno no esté emitiendo leyes para controlar este problema.
Hace unos días, una escritora que ha recibido múltiples premios en el mundo entero, escribió un tuit con un mensaje que yo misma no comparto, pero el hecho de no hacerlo, no da derecho, ni a mí ni a nadie, de hacer comentarios como los siguientes: “Mejor tómate tus pastillas... las de la presión, las del azúcar, las de la circulación cerebral y a dormir”, “no mame anciana, vieja decrépita”, “la demencia senil le impide ser razonable”, “ya no le sube el agua al tinaco”, “cada día más vomitiva y en su rostro refleja la maldad interior”, “usted es una prostituta política que se vende por nada”, “pinche vieja chaira ya vete a dormir mejor”.
Pero no solamente son las ofensas hacia la escritora, algo que podría hacernos pensar que es un tema aislado, lo grave del problema que enfrentamos son las ofensas, una tras otra, a todo aquel que comparta algo que vaya en contra de lo que alguien más piense.
Cada vez más personas están sumamente alertas a lo que les rodea en la vida real o virtual, buscando una oportunidad para descargar su frustración, su coraje, su agresión. Es como si estuvieran desbordándose de odio y buscando dónde o contra quién descargarlo, pero al hacerlo, no quedaran vacíos para dar espacio a otros o mejores sentimientos, sino por el contrario, se resurten nuevamente de odio, de rencor y resentimientos, y los expulsaran con más fuerza y en un mayor nivel de agresión y de violencia.
No podemos seguir viendo cómo unos intentan destruir a otros, física, psicológica o verbalmente. Hemos sido demasiado tolerantes y permisivos y el gobierno tiene la obligación de desincentivar estas conductas y anticipar problemas superiores para los ciudadanos; de lo contrario, terminaremos todos con un arma en el bolsillo para atacar o defendernos, y esa no sería la mejor forma de vivir la vida.
“Cada vez más personas están sumamente alertas a lo que les rodea en la vida real o virtual, buscando una oportunidad para descargar su frustración, su coraje, su agresión”