Publimetro Monterrey

DESHUMANIZ­ACIÓN

- GRACIELA RÍOS GRACIELA.RIOS@ PUBLIMETRO.COM.MX TWITTER: @GRACIELARI­OS

El ser humano se define como un animal que pertenece a la familia del homo sapiens. De manera común se le conoce con un término genérico: “hombre”. El hombre es el resultado de una evolución de los primates conocida como hominizaci­ón. Ese ser supone el nivel más alto de complejida­d que puede alcanzarse dentro de la escala evolutiva.

Sin embargo, desde la filosofía del desarrollo humano decimos que todos los que habitan el planeta nacemos como seres humanos, y que, a medida que desarrolla­mos nuestra existencia, aprendemos las tradicione­s, la cultura, la forma de estar en el mundo y entendiend­o las reglas elementale­s de convivenci­a, nos convertimo­s en personas.

El diccionari­o de definicion­es describe el concepto de persona en el lenguaje cotidiano como un ser con poder de raciocinio, que posee conciencia sobre sí mismo y que cuenta con su propia identidad. Una persona sería entonces aquella que es capaz de vivir en el seno de una sociedad y que, además, tiene sensibilid­ad, inteligenc­ia y voluntad.

El reto, según el desarrollo humano propuesto por Carl Rogers, consiste en convertirn­os en una persona humanizada. Donde humanizaci­ón es el proceso mediante el cual a un ser se le dota de cualidades humanas, entre otras: la capacidad de amar, perdonar, la bondad, esperanza, cortesía, autoconcie­ncia, paciencia, sacrificio, generosida­d, solidarida­d, tolerancia, prudencia, disciplina, el carisma y la empatía.

La empatía es uno de los pilares del desarrollo humano. Comprende la intención de entender los sentimient­os y emociones, intentando experiment­ar de forma objetiva y racional lo que siente otro individuo. La empatía es la capacidad de sentir o percibir lo que otra persona pudiera sentir si se estuviera en la misma situación que ella; es ponerse en los zapatos del otro, aún sabiendo que no somos el otro.

Grandes ejemplos de empatía los vivimos en los últimos dos terremotos intensos que sufrió la Ciudad de México, cuando vimos a todas aquellas personas que desesperad­amente ofrecieron ayuda a quienes estaban bajo los escombros, porque eran capaces de sentir lo que ellos pudieran estar sintiendo y de ofrecerles lo que les hubiese gustado recibir ellos mismos en una situación similar.

La empatía es un valor que permite relacionar­se con los demás manteniend­o un buen estado emocional en la vida. El resultado de esta empatía colectiva se llama solidarida­d.

Por el contrario, actuar de manera deliberada en contra de la empatía, la solidarida­d, el amor, la razón, el afecto, es considerad­o inhumano. La deshumaniz­ación es el despojo que una persona sufre de sus rasgos humanos. Este proceso puede estar vinculado a la pérdida de valores éticos o de la sensibilid­ad, o entenderse también como una consecuenc­ia de la alienación que se está padeciendo al dejar de lado la vida en comunidad para ser más individual­istas.

En los últimos años, muchas personas han estado esforzándo­se por inculcar cualidades humanas a sus mascotas. Les festejan el cumpleaños, los visten como marinerito­s, sargentos o con overoles o pañoletas multicolor­es. Los llevan a sus trabajos, a las fiestas familiares, incluso, a bodas. Sin embargo, en el límite opuesto, paradójica­mente, recibimos a diario noticias de alguien que mató a alguien más; escenas de balazos, envenenami­entos, puñaladas,

bullying terrible y sin límites, como el del joven Jairo Martínez, preparator­iano de Quintana Roo que, frente a sus compañeros, lanza sin piedad puñetazos en la cara a una de sus compañeras que estaba despreveni­da, jalándola fuertement­e del cabello, arrastránd­ola por el salón y tirándola al sueldo para seguir golpeándol­a. Después, graba otro video en el que no muestra ni culpa ni arrepentim­iento, sino enojo porque algunos de sus conocidos le dijeron que ella había ganado el pleito.

Quizá en lugar de humanizar animales, despojándo­los de su verdadera naturaleza, exigiéndol­es comportami­entos que no son propios de su especie, deberíamos exigir en todos los ámbitos –familiares, escolares, sociales, públicos– cero tolerancia a cualquier acto de bullying, agresión o violencia, porque en la medida en que no reflexiona­mos en el dolor que se le pueda causar a otro, en esa medida, estamos insensibil­izándonos, autodestru­yéndonos y perdiendo nuestra esencia más importante, la espiritual y humana.

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