ASÍ VIVÍAN LOS REOS EN EL PENAL DEL TOPO CHICO
Este lunes cierra sus puertas el penal que se caracterizó por la ingobernabilidad y dejó de ser operable, así que era más fácil cerrarlo que reconstruirlo
Detrás de los muros y celdas del penal del Topo Chico se escribieron desgarradoras historias de sangre y muerte.
Erigido en 1943, el centro penitenciario es tristemente célebre por haber destacado como una de las prisiones más violentas del país, la cual vive sus últimas horas.
El inexorable paso del tiempo no perdona y le cobró su factura a la edificación, que este lunes cierra sus puertas porque ya resultaba inoperante, afirmó Eduardo Guerrero Durán, asesor de seguridad penitenciaria del gobierno de Nuevo León, desde noviembre del 2018.
“Topo Chico es un lugar de gran violencia dentro del sistema penitenciario nacional con condiciones muy deplorables”, reconoció.
Previo al cierre, Publimetro tuvo acceso al último de los traslados de reos hacia el Penal de Apodaca así como a las instalaciones de esta cárcel que albergó desde delincuentes comunes y corrientes, hasta capos de la droga, empresarios y figuras de la política.
Apenas se abren las grandes rejas del centro penitenciario, es posible respirar el olor a tristeza y muerte que está impregnado en el ambiente. Irrumpir en sus ambulatorios y celdas es un pasaje para toparse de frente con la suciedad y ratas corriendo por doquier, elementos que dan cuenta de las precarias condiciones en que vivían los reclusos.
Las celdas son un espacio de tres por dos metros, en donde en hilera los reos se acostaban en el suelo sobre colchonetas. Un preciado objeto de valor era una abanico porque el calor es insoportable y debió ser aún más en las noches de verano.
Las regaderas son apenas unos tubos que salen de la pared y ahí se bañaban en montón.
“Grupos de seis, siete, a veces más”, describió un custodio.
El centro penitenciario, que este fin de semana albergaba apenas a 150 reos que estarán presentes en la ceremonia de clausura, en los años más álgidos de la violencia en el estado llegó a tener más de seis mil internos, confirmó Raúl Salvador Ferráis, comisario general de la Agencia de Administración Penitenciaria en el estado.
“Es bien importante resaltarlo, no porque sea un penal ingobernable se cierra, se cierra porque es un penal inoperable. Es muy complejo restaurarlo”, aseguró Guerrero Durán, quien encabezó el último traslado masivo de reos la noche del viernes.
Resaltó que Topo Chico es un centro penitenciario obsoleto y remodelarlo salía más caro que construir uno y medio nuevos.
Concentrados en el patio
para el traslado, vestidos todos de pantalón deportivo gris y una playera blanca, la mirada baja (en señal de sometimiento ante la autoridad), esposados con un cincho de plástico, todos los reos se ven tan parecidos, pero en el Topo Chico, como en todas las cárceles del mundo, convergían personas de diferentes ideologías y nivel de criminalidad.
Las paredes con sus grafiti, dibujos, salmos de la biblia, imágenes religiosas o de la Santa Muerte permiten dar cuenta de esa diversidad que, aderezada por el hacinamiento, las condiciones de estancia deplorables y la presencia de grupos de la delincuencia organizada, dificultaban al gobierno el control.
Estallidos violentos hubo muchos; sin embargo, dos pasarán a los anales de la historia como los más graves: el primero se escribió en 1980 cuando dos reos identificados como Carlos López Atencio el Cubano y Rodrigo Alcalá López el Huevo, encabezaron un motín en el que privaron de la vida al entonces director del penal, el comandante Alfonso Domene Flor Millán, así como a su chofer, además de tomar como rehenes a tres secretarias.
Y el episodio más sangriento tuvo lugar en febrero de 2016, cuando un enfrentamiento entre bandas rivales del crimen organizado por el control interno dejó un saldo de 49 muertos y 12 lesionados.