“Camaleones” están a la caza de mujeres rusas junto con los fans
#HOMEALONE investigó un nuevo fenómeno que apareció en el país anfitrión de la Copa del Mundo
Las redes sociales en Rusia están llenas de videos de mujeres locales saliendo con extranjeros que vinieron al torneo. Los usuarios las acusan de humillarse a sí mismas y al país. El tema de las bellezas rusas “fáciles” se convirtió en uno de los más debatidos luego de que se filtrara una grabación en Twitter que muestra a fanáticos de Polonia involucrados en sexo oral con una mujer del país anfitrión del Mundial en la calle.
Por ejemplo, una columna publicada por un periódico de Moscú incluso ha causado un escándalo entre mujeres ya que su autor, Platon Besedin, criticó “la corruptibilidad de las jóvenes” y las acusó de actuar como “pu**s” por acostarse con fanáticos extranjeros.
“Si no queremos que la imagen de Rusia se correlacione con una pu*a vulgar que busca a una víctima extranjera, debemos actuar en este momento”, afirmó en el artículo.
Y aunque la indignación está en el aire, ambos bandos, fanáticos y mujeres locales, parecen estar interesados en conocerse. Las estadísticas reveladas por los proveedores de internet en Rusia muestran un aumento de “me gusta” recibidos en Tinder en un 42% y emparejadas en un 66 por ciento.
La transformación de mujeres locales en “trofeos” durante la Copa Mundial, sin embargo, comenzó meses antes del inicio del torneo con la Asociación de Fútbol de Argentina emitiendo manuales que incluían una sección sobre cómo ligar con rusas.
Y gracias a todo lo anterior, surgió un nuevo fenómeno en el país llamado “camaleones”: las personas que viven en la tierra anfitriona de la Copa y se presentan como extranjeros para tener mejores oportunidades de conocer a bellezas locales.
#HOMEALONE conoció a uno de ellos mientras trabajaba en el centro de Moscú. Vestido en la camiseta del equipo nacional de Argentina, con toda la cara en azul y blanco, un hombre iba y venía buscando algo en la calle llena de fanáticos. Le pregunté en español si podía darme una entrevista pero estaba confundido.
“Lo siento, yo ... Kirguistán”, se rindió, confesó y se escapó de mí. Más tarde lo vi bebiendo con aficionados de Brasil en compañía de varias mujeres.
Así que cambié de forma a Rodrigo, un hombre del norte de México que vive cerca de la frontera con Estados Unidos y llegó a Rusia por dos semanas durante el Mundial. Fui a la calle Nikolskaya, donde la fiesta transcurre día y noche, para averiguar si el truco está realmente funcionando.
Parecía más fácil empezar la conversación con un “¿cómo llego a…?” Así que elegí la Cate- dral de Cristo Salvador, la iglesia cristiana ortodoxa más alta del mundo, como un destino al que quería ir. La primera mujer caminando sola me llamó la atención, ya que llevaba un sombrero negro y estaba cubierta con una bandera rusa.
“Lo siento, ¿cómo puedo llegar a la Catedral?”, pregunté en español y luego en inglés.
Ella sonrió y me invitó: “Vamos, te mostraré el camino”.
Caminamos hacia la Plaza Roja juntos durante unos cinco minutos. Tanya, tal como se presentó a sí misma, no sabía si era posible cenar cerca del lugar al que iba porque “los rusos suelen comer en casa y no salen tanto”. Inmediatamente le pregunté si iría a cenar conmigo, pero rechazó la propuesta porque ya tenía planes para esa noche. Conseguir su número “para vernos en el futuro” fue mucho más fácil. Tanya lo apuntó ella misma en la libreta de contactos de mi teléfono, para que yo no escribiera mal su nombre. Decidimos ponernos al día más tarde e hice una llamada telefónica a otra periodista de Publimetro que me acompañaba y me dirigí a otra dirección.
Mientras buscaba a alguien más con quien hablar, noté que las mujeres rusas en su mayoría caminaban en parejas. Debería haber sido mucho más difícil conocerlas, pero no era así para los fanáticos. En el camino, un hombre de Argelia abrazó a dos mujeres con la bandera de su país y comenzó una conversación con una de ellas. Otro tipo sin signos de identificación, pero moreno con pelo largo, al parecer intercambiaba números de teléfono con dos chicas al mismo tiempo.
Decidí hacer un “camaleón” a un hermano de la otra periodista con cabello rizado y lentes. Se convirtió en Mario de Argentina, ya que llevaba una camiseta azul. La investigación empezó a ir más fácil, ya que fuimos hacia las dos primeras mujeres en el camino.
“¡Hola! ¿Dónde podemos comer?” preguntamos y se rieron de nuestra forma de hablar. Aunque no se dieron cuenta que éramos rusos, comenzaron a explicar en inglés que había un restaurante con comida rusa cerca y que podemos probar algo allí.
La chica con un vestido blanco llamada Polina nos dio su número de teléfono pero también dijo “no” a una invitación para cenar.
“Lo siento chicos”, dijo con una expresión de cara triste. “Todavía vivimos con nuestros padres y estarán muy enojados si llegamos tarde”.
Nos tomamos una selfie juntos y cruzamos al otro lado de la calle con Mario enseguida, tratando de hablar con otras dos mujeres, sin embargo se miraron y huyeron diciendo “no inglés, no inglés”.
Nuestras últimas “víctimas del experimento” fueron dos mujeres que llevaban relojes,