Siempre Diego
Hablamos con Diego Luna sobre Wody Allen, el teatro y lo mucho que extraña a su mamá.
Diego Luna hace las cuentas, en entrevista, antes de cerrar 2017: ya pasaron 35 años de la muerte de su madre, un cuarto de siglo de El abuelo y yo y una década de su debut como director. Hoy, tras un año inolvidable con Star Wars, proyecto que lo llevó a trabajar con Woody Allen, lo tiene claro: el teatro es su gran pasión.
LLa primera vez que Diego Luna apareció en pantalla ante el público, un 11 de noviembre de 1982, apenas tenía dos años. Su madre, la británica Fiona Alexander, trabajaba como diseñadora de vestuario en la película Antonieta (la cual retrataba la vida y muerte de la legendaria Antonieta Rivas Mercado) y decidió, platicando con el director Carlos Saura, que su pequeño hijo no se quedaría solo en el set como una visita más, sino que haría una simbólica participación en la película, la última en la que ella trabajaría tras sufrir un accidente automovilístico en el que perdió la vida.
A la distancia –35 años para ser exactos–, parece que en ese momento hubo una cesión: una madre que le hereda una pasión a un hijo y, de nuevo como acto simbólico, le abre las puertas de un oficio que, hasta hoy, le apasiona. A la distancia, parece que en ese set nació el Diego Luna que conocemos. Pero sólo una persona es capaz de confirmarlo; de pararse a reflexionar, con la ventaja de la experiencia, si ahí comenzó la historia del mexicano que hoy conquista Hollywood (y sí, a Woody Allen) con un solo objetivo en mente: regresar siempre (siempre) a su verdadero hogar: las tablas y el telón, el teatro.
Con Quién, el Diego de El abuelo y yo, el Charolastra, el rebelde de la galaxia y el Diego Luna se sincera absolutamente.
¿Qué tan importante fue en tu vida la película Antonieta, la última en la que trabajó tu madre?
La pérdida de mi madre es agridulce. Mi concepción del amor tiene que ver con su pérdida. Hubiera cambiado todo lo que tengo por haberla conocido. Pero hoy, a la distancia, puedo entender que ella sembró mucho amor en la gente del teatro y después ellos me lo devolvieron. Al final, tuve más de 10 madres en el teatro. Yo he trabajado con gente que vivió de cerca su pérdida y ellos me dejan ver que traigo esa paz que daba ella al set. Yo represento lo que queda de ella y, más de 35 años después, ellos siguen depositando su cariño en mí.
Suena el teléfono y te dicen: “Diego, Woody Allen te quiere en su película”, ¿qué te viene a la mente?
Yo sabía que le gustaba Y tu mamá también y que entré en su órbita con Star Wars, pero no me lo esperaba. Él es un director que se la pasa experimentando y no sé qué parte de qué experimento soy y lo voy a saber sólo hasta ver la película en el cine. Pero es cierto que crecí y me forjé en la sombra de directores como Allen. Su perseverancia en el cine siempre me ha parecido digna de imitar. Admiro ese constante sarcasmo en su mirada que para mí ha sido indispensable para vivir en la realidad de México, si no me la pasaría llorando. Esa ironía constante que te hace entender que explotando el vicio podemos encontrar la virtud. Ha sido una conexión de mi yo adolescente luego de conectarme con mi niñez por Star Wars, devolviéndome ambos proyectos a mi pasión primaria por el cine. Sí, hoy es un momento
chingón de mi vida.
Son más de 35 años trabajando para que esa llamada llegara, ¿estás en el lugar que querías en tu carrera?
Me da un poco de vértigo cuando pienso hacia atrás. Imagínate, tenía tenía seis años cuando hice mi primera obra de teatro: De película [ su primera función fue el 30 de octubre de 1985]. Nos presentábamos en el teatro el galeón, dirigidos por Julio Castillo y yo ‘actuaba’ junto a gente como Julieta Egurrola o Damián Alcazar y para mí era un juego y el modo de vida de mi padre. ¡Qué bueno que nunca me di cuenta hacia dónde iba, me hubiera dado pánico! Me habría bajado antes. Conforme me pasaron las cosas, mucho por la influencia de mi padre, logré vivir el momento sin pensar en el futuro y siento que la vida ha sido
muy generosa conmigo así que sólo estoy agradecido.
Tu vida laboral fue definida por el teatro, ¿hoy lo prefieres por encima del cine?
Éramos muy pocos niños los que podíamos trabajar en el teatro. Era imposible que tus papás te dejaran trabajar todo el día, pero a mí me daban todos los permisos así que estaba muy bien acomodado para vivir en ese mundo de adultos. Lo hacía por tener una familia y por sentir que pertenecía a un lugar. Así que, sin dudarlo, soy más cercano al teatro. Ahí aprendí más que de actuación, de la vida y del amor. Es el medio en el que en verdad crecí.
Hoy, tienes una preocupación por el lugar de la tecnología en el mundo, ¿de dónde viene?, ¿es miedo?
Hay mucho descontrol y siento que la tecnología ya nos rebasó. De ahí nace la idea de hacer Privacidad en México y abrir el diálogo. Hoy, la tecnología está por encima y nos utiliza a nosotros. No tenemos ni idea de qué tenemos en las manos y los alcances de nuestras acciones y si no vivimos a conciencia lo que nos está pasando, seremos esclavos. Existe una necesidad de reconocimiento que está acabando con la intimidad como la conocíamos y me preocupa. Ahora que veo cómo la gente vive sus pasiones, me atormenta que ya es más importante que los otros se enteren dónde estoy que asimilar en verdad dónde estoy y enriquecerme de ello. Hoy anteponemos el teléfono entre nuestras pasiones y nosotros y ahí nace mi interés.
Y como actor y productor que ha atravesado el puente entre lo analógico y lo digital, ¿cuál es tu reflexión sobre las plataformas de distribución como Netflix?
Me da gusto la existencia de los nuevos canales de distribución por una sencilla razón: se ha democratizado el acceso al cine y los cineastas podemos encontrar a nuestro público sin intermediarios. Había que hacerlo y para ello teníamos que aceptar que la experiencia de cómo se veía el cine ha cambiado bastante. Hoy, en las nuevas plataformas, el público puede ver cineastas a los que antes no tenía acceso y, aunque a mí me gustaría que vieran mis películas en una sala de cine y tuvieran esa experiencia, acepto con gusto la democratización. Al final, estas herramientas sirven como puente con el público y le da una libertad especial al cineasta.
“Hubiera dado todo lo que tengo por conocer a mi madre. Pero hoy, a la distancia, entiendo que ella sembró mucho amor en la gente del teatro y ahora ellos me lo devuelven” — Diego Luna