IRENE AZUELA GOGETTER
La actriz mexicana puede con todo lo que se propone: producir sus propias obras, figurar en cine, teatro y televisión y encontrar el tiempo para disfrutar a su familia. Logra este balance porque, además de amar lo que hace, sigue su instinto: el arrojo.
CCuando las luces dan de frente y se tiñe de negro la cuarta pared —como se le conoce al público del teatro—, Irene puede convertirse en cualquier persona. De eso se trata su trabajo, de encarnar a un desconocido. Los más esotéricos dicen que, de tanto cambiar la personalidad, un histrión puede dejar de ser él mismo... pero eso no le preocupa a esta mexicana, cuyos ojos luminosos y porte seguro la definen por sí misma. Irene, con su sola presencia y, más aún, con su actitud ante la vida, confirma lo que es: una mujer que siempre se echa hacia adelante.
Ella ríe, sus maneras son animosas y sabe que tiene talento. Por eso mismo puede tomar con humor y filosofía cualquier adversidad o reto que pudiera nublar su carrera. La estrella de la serie Paramédicos y la película Quemar las naves (2007), lo mismo puede combinar su carrera con su familia (se casó con Quique Rangel, bajista de Café Tacvba, en enero del año pasado y juntos tienen una hermosa niña llamada Juliana), impulsar sus propios proyectos y hasta reír de los estereotipos de Hollywood.
“Mi historia con los castings en Estados Unidos es de fracaso. ¡No me he quedado en uno! Hablo perfectamente inglés, creo que me defiendo como actriz, pero buscan a la ‘latin girl’, and I don’t look latin, aunque sea más chilanga y latina que cualquiera”, dice y suelta una carcajada. LA VIRTUD DE LA IMPACIENCIA Irene no es una mujer que espere, sino que va por lo que quiere. Así pasó de sólo estar en los escenarios a producir sus propias obras de teatro. “Llega un punto en la carrera de una actriz en el que es muy frustrante estar esperando ‘la llamada’, ir al casting y no quedarte, estar todo el tiempo a expensas de la decisión de otro. Por más compromiso que tengas, siempre serás una parte del proyecto de alguien más. Esa sensación me empezó a dejar mucha insatisfacción. Quería más: opinar más, involucrarme más”. Ejemplos hay muchos. La egresada del Centro de Formación Actoral y la Academia de Música y Arte Dramático de Londres no teme a los retos. En junio de 2016, Irene se convirtió en la primera actriz mexicana en protagonizar la obra Conejo blanco, conejo rojo, del dramaturgo iraní Nassim Soleimanpour. Este texto no sólo representó un reto a nivel actoral, sino que la exponía completamente, casi desnuda como actriz, ante el público. Su tarea entonces era actuar una obra cuyo guion nunca conoció sino hasta el mismo momento en que subió al escenario. En tiempo real, la actriz debía leer en voz alta el argumento e irlo interpretando, según las indicaciones que el creador había señalado en papel.
La obra era por demás dramática. Una de las reglas era que nadie del público podía jamás hablar de lo que había visto y, sumando emociones, la histrión debía obedecer las órdenes de un guion que nació luego de que su creador, Nassim, no pudiera salir de su país natal, porque se negó a realizar el servicio militar por lo que no le otorgaron el pasaporte que le permitiría recorrer el mundo con su obra. Dicho de otra forma, Irene dio voz a un hombre que sólo pudo salir de Irán a través de palabras escritas. “Para la gente que la actuamos, y el público, es una experiencia inolvidable y que no es comparable con
“Es importante poner atención en las prioridades, sin perder de vista las cosas que uno disfruta” —Irene Azuela
nada más, es una especie de ritual muy peculiar”, recuerda y añade que la única condición que puso entonces para participar fue que le permitieran abrir la temporada.
Con ese mismo arrojo, este año solicitó algo similar: convertirse en la primera persona en México que sea dirigida en tiempo real y en vivo por el mismísimo Soleimanpour. El iraní presentará el 19 de junio y, sólo por una semana, la obra Nassim, en el Teatro Silvia Pinal. Irene alternará el rol con Ludwika Paleta, Cecilia Suárez y Ana Serradilla, entre otras. El punto de partida será el mismo, lo que significa que ninguna de ellas sabrá qué le espera, sino hasta que suban al escenario.
Así podrá demostrar su valentía, si no es que lo ha hecho ya en una carrera de casi 20 años.
INCANSABLE
Irene Azuela no para. El año pasado produjo la obra Déjame entrar, también figuró en el filme Cuando los hijos regresan, de Hugo Lara, cuida a su pequeña hija Juliana y hasta se le vio en conciertos de Café Tacvba apoyando a su esposo.
¿Dónde encuentra un balance entre la familia y el trabajo, y cómo llega a la armonía? Su respuesta es simple: “Cansándome. Si tienes gusto por las cosas, simplemente las haces. Desde que nació mi hija, he sido mucho más selectiva con los trabajos que hago porque estar en familia es chingón y requiere de tu presencia”, afirma.
A veces llega a preguntarse si no está trabajando de menos, si habría podido tomar otra película u otra obra, pero en sí misma encuentra la respuesta. “Me digo: ‘No, no la hubiera tomado, porque entonces no habría dormido o no podría llevar a mi hija a clase’. Es importante poner atención a las prioridades, sin perder de vista las cosas que uno disfruta”, sostiene.
Con ver cómo se mueve entre camerinos, se puede adivinar su plenitud, porque al seguir la luz de los reflectores, Irene ha encontrado el equilibrio. Basta ver su sonrisa cuando habla de Nassim, de su trabajo en cine y televisión y, más aún, cuando cuenta anécdotas de su pequeña de tres años. “Mi marido compra instrumentos todo el tiempo y entonces se encuentra guitarritas de niños y las lleva a casa. Pero no es porque en algún momento haya tomado la decisión de que su hija tenía que ser músico. Ella hará lo que quiera; igual y quiere ser bióloga y está bien”, dice Irene, con un destello de luz en la mirada.
“Me han dicho: ‘Esta película la escribí para ti’. Pero muchas veces he llegado a castings con todas las ganas y no me he quedado con el papel. Y pues así es” —Irene Azuela