Con mucho ingenio
Susana Corcuera nos recibe en uno de los escenarios clave para sus recuerdos familiares. Entre la tranquilidad de una tarde calurosa, nos platica de Como si no existieras, su reciente novela en la que un ingenio azucarero como éste es otro protagonista má
Susana Corcuera nos abre las puertas del ingenio familiar, que es también la chispa detrás de su primera novela.
Cuando era pequeña, Susana Corcuera y su familia pasaban temporadas en el campo. Su habitación era contigua al patio donde descargaban la caña de un ingenio azucarero. Recuerda a los trabajadores, recargados en la pared, contando anécdotas mientras esperaban la llegada de los camiones con la materia prima. Escuchaba con atención esas conversaciones para después relatarlas a alguién más. En este recuerdo la escritora identifica el origen de su vocación por contar historias. “Hay una idea equivocada de que en los pueblos no pasa nada”, asegura. Dispuesta a demostrar lo contrario, Susana visita en su literatura esos lugares que la definieron desde la infancia. Tal es el caso de su reciente novela Como si no existieras, donde se adentra en la “hipnótica calma” de una hipotética hacienda mexicana donde la presencia de un forastero desequilibra la vida de su protagonista Catalina. EL LUGAR IDEAL
Esta tarde, el calor es intenso, pero a Susana Corcuera la sonrisa no se le escapa ni un segundo del rostro. Dice que la escritura y el campo se complementan mucho, sin embargo aquí no ha escrito ni una sola línea de sus libros a pesar de siempre tener la intención de hacerlo. “Los escritores trabajan más cuando no están escribiendo”, se explica.
En ese sentido, aclara que para ella es más difícil aburrirse en este espacio que en la ciudad. Aquí, dice, todo crece, se mueve, se muere y, luego, vuelve a surgir. Así, entre el sonido de las aves, los sapos desplazándose entre la vegetación y el libre deambular de sus mascotas, ha ideado sus historias.
El llano en llamas de Juan Rulfo, El hablador de Vargas Llosa o Los pasos perdidos de Alejo Carpentier son algunas de sus inspiraciones y referentes. Su voz narrativa encuentra en la literatura latinoamericana empatía por su riqueza en los escenarios. En el caso de esta novela, se detiene a describir uno de esos lugares en los que aparentemente no sucede nada para dar escenario a unos personajes inspirados en las historias de las personas de rancherías y pueblos que visitó.
ESCUCHAR LAS HISTORIAS
“La escritura y el campo se complementan: tienes mucho tiempo para pensar, imaginar e inspirarte” —Susana Corcuera
“¿Usted es la escritora? Bueno, pues siéntese ahí que le voy a contar mi historia”. Éste es otro recuerdo de Susana relacionado con su oficio de escuchar. A caballo, recorría caminos en los que las personas le contaban sus anécdotas. Ella las capturó y escribió en sus novelas y cuentos. Muchas de esas ocasiones, cambiaba un poco la versión en favor de la credibilidad. “La verdad muchas veces no es verosímil, entonces las tienes que arreglar”. Una vez le contó a su padre que dos trabajadores criaban a un niño que encontraron en el fondo de un chacuaco. Él no creyó que eso fuera posible hasta que Susana añadió la presencia de un personaje femenino.
Con esta misma lógica, crea sus personajes, en particular, los de esta nueva novela. Confiesa que Catalina, su protagónico, es el más complicado. “Para mí es mucho más fácil escribir en voz de hombre, no sé por qué”, comparte.
Cómo si no existieras tiene en las relaciones familiares uno de sus temas medulares. Principalmente de Catalina con su padre, primero, y con su hermana, después. Para ella, esta fraternidad es un tema de exploración literaria inagotable. Se trata, dice, de aprender a hacer pactos, lastimar, consolar, aguantar, ser paciente y a conciliar; de ver desde otros puntos de vista una misma situación. Sin embargo, la de los Corcuera es una relación más bien sencilla. “No daría para un libro. Sería una novela aburridísima”, asegura.
A pesar de ello, hay episodios en su relación familiar de gran impacto para su oficio. Su padre, por ejemplo, le enseñó desde pequeña a llamar a los elementos de la naturaleza por su nombre. Que un árbol no es un simple árbol, que cada uno es distinto y tiene su nombre: Jacarandas, Flamboyanes o Abedules. Poner mayúsculas a la vegetación la volvió más observadora, un asunto de utilidad a la hora de describir los escenarios en los que transcurren sus relatos.
Susana divide los días de un mes entre la ciudad y el campo. En el ambiente tranquilo y apacible de este último, nos cuenta que su proceso de escritura es más bien desordenado. No tiene horas claras para hacerlo, toma pocas notas y cree que los personajes adquieren vida propia muy rápido. Lo que tiene claro es que la etapa más interesante es la de continuar a la escucha de las historias.