El paseo de Felipe VI
El soberano español visitó nuestro país para asistir como uno de los 400 invitados internacionales a la Toma de Posesión de Andrés Manuel López Obrador.
El rey asistió a la toma de posesión de AMLO, pero se dio tiempo para disfrutar la comida mexicana y caminar por Polanco.
Desde su primera visita oficial a nuestro país en noviembre de 1991, donde el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari y familia sirvieron de anfitriones, México ocupa un lugar muy importante en la agenda y el corazón de Felipe VI. Cariño que bien pudo heredar de su padre, el rey emérito Juan Carlos, que cuando fue proclamado rey de España, el 22 de noviembre de 1975, tuvo claro que las relaciones diplomáticas con América Latina debían ser prioridad en el reinado, y muy en especial con México.
Como príncipe de Asturias y heredero, muchas veces fue un enviado de lujo de Juan Carlos, una consigna que abrazó con gran cariño y que, con el paso de los años la presencia del heredero se ha vuelto ya una tradición en la Toma de Posesión de mandatarios en toda América Latina. En nuestro país, el rey Felipe no ha faltado los últimos 18 años a una: desde Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y ahora Andrés Manuel López Obrador.
Para ésta última viajó a México la noche del jueves 29 de noviembre, el reloj marcaba las 10:40 pm y el avión del Reino de España pisaba suelo mexicano. Felipe VI y la comitiva diplomática fueron recibidos por el embajador español en México Juan López-dóriga así como la secretaria de gober-
nación, Olga Sánchez Cordero, en el hangar presidencial del Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México donde ya se había preparado el protocolo de recepción. Tras los saludos oficiales, el soberano mantuvo un breve encuentro con las autoridades mexicanas. Era una noche fría pero el recibimiento fue muy cálido.
AGENDA Y MESA CON SABOR MEXICANO
La seguridad del rey de España estuvo compuesta por miembros españoles y el Estado Mayor Presidencial que desde que aterrizó a nuestro país no lo perdió de vista.
Al día siguiente, antes de las 10 de la mañana, el soberano se dirigió a la Casa del Embajador para un encuentro con una representación de la colectividad española del mundo empresarial, intelectual y religioso asentada en nuestro país.
Después, el rey Felipe regresó al hotel ubicado en la colonia Polanco, en la franja hotelera más exclusiva de la ciudad, a una cuadra de la avenida Reforma. Ahí permaneció un rato para después disfrutar de una de las cosas que más le gustan de nuestro país: la comida. No en vano nuestra cocina mexicana es una de las cuatro gastronomías que ostenta el reconocimiento de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, junto con las cocinas japonesa, mediterránea y francesa.
Quizá para despistar un poco, Felipe VI dejó el hotel en un convoy diferente al que lo había trasladado a la Casa del Em-
bajador y que lo llevó a uno de los 10 mejores restaurantes de la ciudad, donde se suelen dar cita importantes personalidades nacionales e internacionales, el Dulce Patria.
La reconocida chef Martha Ortiz es la creadora de este espacio gastronómico que, sin duda, es un punto obligado para cualquiera que guste de la alta cocina mexicana. Además, no sólo el sabor es el gran protagonista, es toda una “narrativa visual” con sus platos de peltre o cerámica artesanal llenos de color, así como los sorprendentes postres que se convierten en toda una experiencia y que son diferentes cada vez que uno va.
La reservación se hizo a nombre de la embajada española, lo cual no sorprendió al personal ya que por su ubicación, rodeada de embajadas, es muy común la visita de diplomáticos .
La sorpresa llegó pasadas las dos de tarde. Sonriente, sencillo y muy cordial, el soberano se dejó deleitar por la cocina de Martha Ortiz.
Como entrada disfrutó de unos tacos de chilorio en canasta colorida con papalo y quelite, también un rico huauzontle en tartaleta con queso parmesano en salsa de chile pasilla, además, una tanda de quesadillas multicolores con salsa sultana de epazote de queso de cabra, machaca con queso asador y flor de calabaza con piñón.
A punto de ordenar aceptó la recomendación de los meseros que lo atendieron. No le puso “un pero” al menú especial del mes de noviembre: cachete de res con chichilo (mole oaxaqueño), esquites exquisitos y de postre, plátanos al mezcal y daga de chico zapote. Pero también probó crema de mamey con hoja de oro comestible con espuma de flor de clavel y pétalos de rosa. Podemos decir que el rey español es de “buen diente”, como se suele decir de este lado del charco.
El esposo de la reina Letizia quedó encantado y pidió que por favor le saludaran a Martha. También se despidió de mano de todos los miembros del servicio, agradeciéndoles su hospitalidad.
¿Y PARA BAJAR LA COMIDA? UN PASEO POR POLANCO
Cuando el rey salió por la puerta principal del restaurante, sólo algunos miembros de seguridad se movieron. Ya tenían la consigna clara: Felipe VI quería caminar.
Miembros del valet parking del restaurante se preguntaban quién era ese hombre tan alto: “¿Es actor o cantante?” Mientras otros respondían más seguros: “Es el rey de España”. “¿Crees que se quiera tomar una foto conmigo?”, preguntó otro. “Mmmm no sé, pregúntale”, le contestó uno de los presentes.
Con paso rápido, el soberano salió y sólo sonrió al miembro del valet que le pidió una foto pero no, no se paró.
Para sorpresa de todos, el soberano decidió regresar caminando a su hotel, que está a un kilómetro y medio desde el Dulce Patria.
Lo que para muchos mortales sería una completa pesadilla
que resolverían con sólo llamar a un Uber, definitivamente para Felipe VI representó todo un lujo. Andar en una ciudad sin ser reconocido, disfrutar de una sencilla caminata por el arbolado Parque Lincoln con sus preciosos espejos de agua y lleno de niños jugando o con sus jóvenes practicando patineta, sin duda fue uno de esos momentos sui generis que México le pudo brindar. ¡Qué maravilla! El regalo fue mutuo.
Primero el rey tomó Anatole France, una de las calles con más restaurantes y, cuando la recorrió, sólo los comensales menos distraídos abrieron los ojos al verlo. Algunas mujeres sonreían nerviosas con cara de “¿y si me le apersono?”, pero no, todos se contuvieron y respetuosos lo dejaron disfrutar de su recorrido. La gran mayoría, no se percató de su presencia.
Al llegar al Parque Lincoln donde caminó tres cuadras mientras platicaba con su acompañante, luego tomó Eugenio Sue que lo llevó directo al hotel.
Los miembros de seguridad no impidieron que durante un tramo, el fotógrafo de Quién le hiciera fotos exclusivas. “Déjalos, están haciendo su trabajo”, le comentó tranquilo un miembro de seguridad español a otro del Estado Mayor.
Cuando decimos que Felipe VI disfruta México no lo decimos a la ligera, momentos como éste, a veces impensable para él en España, son los que puede disfrutar en territorio nacional. Todo un lujo.