Quintana Roo Hoy

Feliz cumpleaños

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Un cumpleaños le llevé a mi marido a la doble de Marilyn Monroe en México. Enfundada en joyas y el icónico vestido blanco, salió a cantarle Happy birthday, tal cual lo hiciera la rubia unos años atrás a John F. Kennedy. Otro año le mandé a construir un pastel para salirle de sorpresa. Fui por mi lencería muy fina, pero el numerito no pudo concretars­e cuando Alejandrit­o, el hijo de mi esposo, me dijo que quería salir conmigo dentro del pastel. Salimos los dos, sí, pero la lencería tuve que guardarla para más tarde. Igual estuvo muy bonito el momento.

Otro año me lo llevé con su familia a un hotel en Cuernavaca. Después llegó el trío a cantarle de sorpresa al cuarto y la rumba terminó en la madrugada. Ahí fue donde me hice hermana de una cuñada y me convertí en madrina de una sobrina. Esas cosas que pasan cuando una está con el corazón hinchado de tanta vida que celebrar.

Llevamos 8 años juntos y me vuelvo loca por festejarlo, aunque mi marido es de esos hombres que por la cara que pone, uno no sabe si le da gusto o no tanta algarabía. Pero no me lo tomo personal. Después de regalarle una moto, la que él quería, hace unos 4 años en uno de sus cumples, me dije a mi misma: Celébralo en grande y no esperes a la reacción facial para motivarte al año siguiente. Yo sé que en el fondo, a él le doy gusto, aunque su cara no me lo diga.

Por eso, cada año, seguimos intentando sorprender­lo.

Este año me lo llevé a San Francisco a pasar el fin de semana. Estas escapadas son justas y necesarias. Dejamos a los niños y nos fuimos como un par de chamacos a caminar por las empinadas calles de la bahía más linda de California.

Nos metimos en un club de blues y el cantante de la banda, como si yo le hubiera dicho que Alejandro estaba de cumple, vino con todo y guitarra a cantarnos y tocar para nosotros. El salón estaba lleno, pero el músico estrella de la noche jaló una silla y nos dedicó el show. Nos fuimos de compras. Nos tomamos un helado de chocolate en una esquina. Entramos por unas chelas a una barra y estuvimos chacharean­do en Haight Ashbury, el barrio de los hippies.

Nos comimos unos deliciosos rollitos primavera en el Barrio Chino y en medio de una festividad hasta danzamos con los dragones de fuego que bailaban en medio de la calle. Suerte que tuvimos.

Aprovecham­os cada instante para tomarnos de la mano y consentirn­os. No nos pudimos resistir a la belleza del Golden Gate y allí, en el famoso puente estilo Art Decó, pasamos un buen rato tratando de capturar la mejor foto..

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