Quintana Roo Hoy

Ñáñaras en el occipucio

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Siempre he sido adicto al terror, público querido, dador de amor y cariño a su vez; creo que es evidente: desde niño mi papá nos llevaba películas de terror a la casa para pasárnosla­s en la betamovie, películas que muchas veces no habían ni filmado, pero El Concho ya las había conseguido. Obviamente no traían subtítulos, pero El Concho nos las iba traduciend­o a su entender, cosa que resultaba todavía más divertida. Nos reuníamos en la recámara azul, que era el cuarto de tele en la casa, mis papás, mi hermana, mi hermano (que apenas si hablaba, bueno sigue así) a veces hasta mi abuelita Queta y yo. Y disfrutába­mos películas como Halloween, Viernes 13, Noche infernal y La profecía, por solo mencionar algunas.

Y olvídese, cada que alguien tenía que bajar por algo a la cocina, teníamos que dejarlo a la suerte, pues a todos nos daba terror. Muchas veces el que terminaba yendo era mi hermano el menor, que nomás alcanzaba a decir “mata michacha”, y le tocaba bajar por los Frutsis.

Ese terror se volvió parte esencial de mi vida y hasta la fecha disfruto mucho de las películas de miedo, de las casas de terror (voy a todas), de todo lo que tenga que ver con el género; pero siempre tiene uno en el subconscie­nte la garantía de que al fin y al cabo es ficción, sabemos que lo que sucede está detrás de la pantalla, en el escenario, y eso es un gran alivio.

Digamos que parte de ese placer por disfrutar el terror es el poder apagar la tele o salirte de la casa de terror. Pero, público querido, hace unos días viví algo totalmente diferente, una experienci­a muuy distinta, y como no quiero que esto parezca un comercial, no voy a decir la marca de la cerveza que lo patrocina, pero es un hotel de leyendas en Paseo de La Reforma. Me invitaron en sábado en la noche, claro que mi verdadero terror comenzó desde antes de la llegada pues todo Reforma y todos los accesos estaban completame­nte cerrados, porque era una marcha ciclista. Después de dos horas de verdadero terror pude estacionar mi coche a varias cuadras del lugar, en un centro comercial sobre la Avenida de los Insurgente­s y caminar durante media hora tomándome fotos y saludando ciclistas. Imaginen qué linda experienci­a llevaba yo vivida hasta el momento.

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