¿Le vendamos los ojos a Ken Salazar?
Toda esta semana los periodistas y analistas de derecha han criticado la relación que tiene el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, con el Presidente López Obrador.
Los analistas de opereta, con esa teatralidad que tienen como segunda piel, condenan que haya una buena relación entre AMLO y Salazar porque, según ellos, eso es perjudicial para ambos países.
Arrebatados por esa imbatible estupidez que nunca los abandona, dicen que el embajador traiciona a EU y podría estar trabajando para favorecer los intereses de López Obrador, dada la cercanía que ha establecido con el Presidente de México.
Y uno, al escucharlos, exclama: ¡Vaya imbecilidad! ¿Acaso este hatajo de zopencos no se da cuenta que, al reprochar la cercanía y la colaboración que hay entre AMLO y Ken Salazar, están atentando contra el principal objetivo de las relaciones diplomáticas: la colaboración que debe existir entre dos naciones que tienen intereses mutuos?
¿Acaso son tarados? ¡Pues claro que debe haber cercanía! ¡Por supuesto que debe existir colaboración entre ambos personajes! ¡Ese es precisamente el requisito que exige toda relación bilateral! ¡Cooperación! ¡Alianza! ¡Compromiso!
Reprochar a Ken Salazar que haya reconocido que López Obrador fue víctima de fraude electoral en 2006 y que haya advertido que hay grupos que conspiran contra su gobierno, pues qué le hacemos. ¿Tapamos los ojos del embajador estadounidense? ¿Cómo le decimos que no hay una campaña orquestada por la derecha para descarrilar al gobierno federal?
¿Le suministramos un somnífero para que no se dé cuenta de la realidad? ¿Cómo convencer al diplomático estadounidense de que Claudio X González, Gustavo de Hoyos, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, la Coparmex, el Consejo Coordinador Empresarial, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, y otras organizaciones no están conspirando y atacando diariamente al Presidente de México y a las instituciones federales a su cargo? Definitivamente, el neoliberalismo ha envejecido a tal extremo que sus voceros se han convertido en seres incapaces de ver la realidad.