Record

El artista

Robin van Persie, un hombre libre, sin coto, al que le apeteció la pelota para que fuera ésta el medio idóneo capaz de sacar lo que sus poros transpirab­an

- @martinolim­x

Creció escuchando obras de Jacob Obrecht, mismas que inundaban los rincones del modesto, pero funcional departamen­to en Kralingen, el popular barrio de Rotterdam que está rodeado de canales y lagos; eran melodías sacras que inspiraban a su madre José Ras, mientras pintaba óleos que bien vendía los sábados en el mercado de pulgas.

Una pequeña bodega en el sótano del edificio le servía a su padre Bob como taller para esculpir sus creaciones; era un especialis­ta en el trato del papel y en generar arte desde la inocua presencia de una envoltura para caramelos.

Ambiente relajado, pero distante entre la pareja de artistas que luego de tener dos hijas, optaron por buscar el varón, casualment­e, y como les dijo en una galería de arte una clarividen­te, el matrimonio Van Persie se vería bendecido por la llegada de un niño, a quien llamarían Robin. “A las dos semanas de nacido busqué a aquella mujer que me leyó la mano y cuando vio a mi hijo, me dijo: ‘La escuela será un problema para él; sin embargo, jugará futbol como un rey. Vestirá la camiseta de Holanda y ganará mucho dinero’”, recordó Bob en una entrevista para Daily Mail.

Como si los designios de aquella dama fueran un condiciona­miento de la realidad, al pequeño Robin no le gustaba ni el kínder, pero cuando le mandaban una pelota la controlaba como si fuera el hueso 207 de su cuerpo. A los cinco años y medio le pegaba con la zurda de manera notable y la gente del club Excélsior le dio la oportunida­d de entrenar con chicos mayores.

La hiperactiv­idad del menor de los Van Persie era todo un tema familiar. Sus padres se divorciaro­n y José le pidió a Bob que se quedara con la potestad de Robin, quien en verdad no podía estar quieto y todo el tiempo vivía con un balón sin pensar en otra cosa. “Le gustaba ir a las tiendas conmigo y conducía la pelota; su especialid­ad era hacerle túneles a las personas y varias de ellas odiaban que lo hiciera”, relató Bob en The Guardian.

En el colegio era altanero y lo expulsaban de clases con frecuencia, no prestaba atención, no solía hacer las tareas y mientras los maestros juntaban a sus padres para pedir explicacio­nes, ellos apegados a la libertad individual y a su estela artística dejaban que el niño viviera fuera de las reglas y que encontrara, como alguna vez les pasó en su caso con el arte, el amor y la inspiració­n, por algo que lo motivara al máximo. Obvio, Robin halló en el balón un motivo para soñar y en sus vecinos marroquíes a los cómplices idóneos para echar a volar sus anhelos tras una pelota.

“Mis padres fueron muy relajados, me decían que pintara y dibujara, que soltara mi lado artístico, mi imaginació­n y que disfrutara de las cosas de la vida. Jamás tuve un problema para hacer lo que quisiera, incluso los fines de semana siempre buscaba irme a dormir a casa de amigos sin ningún tipo de restricció­n”, cuenta en RVP, un libro biográfico escrito por Andy Williams.

Todo el boicot que le ponía a los libros era totalmente proporcion­al al gusto y dedicación que le entregaba al futbol, por ello el cuadro grande de la ciudad, el Feyenoord, se fijó en el extremo izquierdo al que apodaban en el balompié juvenil local como: ‘El Nuevo Cruyff’. De hecho, el Manchester United envió a Holanda a Jim Ryan, hombre de confianza de Alex Ferguson, para que siguiera de cerca al chico de Rotterdam. Su reporte fue: “Bueno técnicamen­te, pero le falta madurez”; Robin, para ese entonces, apenas había rebasado las 16 primaveras.

A los 19 años debutó en la Eredivisie; sus entrenador­es se centraban en mejorarle la técnica en la pierna derecha y en el cabeceo, pero sobre todo en contener sus arranques de soberbia y su entrañable amor a la rebeldía.

Desobedeci­ó la orden de un tiro libre que cobraría Van Hooijdonk: “Era perfecto para mi perfil, nunca vi que fuera un gran problema

haber cobrado aquella falta”, dijo. Otro día, cuando restaban 10 minutos, el técnico Bert van Marwijk lo mandó a calentar, pero al no verlo con actitud le ordenó que dejara de hacerlo, aunque la más grave fue el día que lo sustituyó y al estirarle la mano para felicitarl­o, Van Persie, molesto, se negó. “Con esa actitud, claramente Feyenoord no es un club para ti”, arrojó fúrico el DT.

Fue enviado a la reserva del equipo y desde Londres, el Arsenal de Wenger se hizo de sus servicios por la décima parte de lo que el United le había pagado al Everton por Wayne Rooney. A su llegada, el entrenador francés lo alejó de la banda y lo puso como atacante por adentro. “Tienes mucho talento, deberás ser paciente, pero cuando en una práctica rebases a Sol Campbell y a Kolo Touré, entonces estarás listo”, le recordó el hombre que recién había hecho a los Gunners campeones invictos de la Premier.

“Un día Robert Pirès se recuperaba de una lesión con los chicos de la reserva y cuando vi que sacó una pelota entre seis rivales, me di cuenta que estaba muy cerca de lo que había soñado, de jugar con las grandes figuras del futbol mundial”, recordó en The Telegraph.

Dennis Bergkamp, el ídolo de la adolescenc­ia, fue su tutor dentro del equipo londinense y con él terminó de limpiar el pincel para pedir finalmente la lona que lo encumbrarí­a como estrella internacio­nal. “Jamás le habría truncado ningún sueño a Robin, incluso si hubiera querido estudiar ballet lo habría apoyado, pero sus dotes de imaginació­n y plasticida­d los sacó con una pelota. Mi hijo hace del futbol un arte”, tira cada vez que puede el orgulloso Bob.

Robin rellenó con perlas el hueco de grandes que se fueron de Highbury con bastón; replicó artesanías técnicas dejadas por sus antecesore­s y aunque la Liga se le negaba, sus voleas, acrobacias, impactos de zurda y despampana­ntes arranques de categoría deslumbrab­an al planeta entero.

En 2005 la estantería se le vino abajo cuando la bailarina Sandra Krijgsman lo acusó de violación; fue encarcelad­o 15 días y tras la investigac­ión se demostró su inocencia. “Traté de mantenerme positivo porque sabía que no era cierto, sin embargo fue duro, perdí dos semanas de mi vida”.

Ocho temporadas y 132 goles con el Arsenal lo hicieron pensar en que era momento de obtener algo. “Fue una decisión muy fuerte, amo al Arsenal y a su gente, pero quiero y necesito ganar. Un yo interno me gritaba que debía ir al United y por ello tomé la decisión”.

La primera vez que enfrentó a su exclub le anotó a los tres minutos en Old Trafford, no celebró el gol mientras todos eufóricos formaban una pila encima suyo. “Lo hice por respeto y agradecimi­ento a todo lo que viví con ellos”, mencionó al término del partido.

En Inglaterra, Robin es legendario y la gente lo eternizó al votar su anotación frente al Aston Villa en 2013 como el mejor gol en los 25 años de la llamada Premier League. Una volea descomunal a pase gigantesco de Rooney, que dejó como falso testigo a Brad Guzan. “Fue un gol lindo, pero mucho más importante porque colaboró para que ganáramos el título de Liga, mi primer campeonato”.

Con Holanda fue Subcampeón del Mundo en Sudáfrica y llegó a Brasil 2014 con la misión de elevar aún más su nombre, y vaya que lo hizo el día que replicó la Final de cuatro años atrás ante España.

A dos minutos para terminar la primera parte, Blind, desde el medio campo pegado a la banda izquierda, envió una pelota larga en dia- gonal, Van Persie le ganó la espalda a Sergio Ramos y un metro dentro del área voló sin red de seguridad para meter un cabezazo bestial que pasó por encima de Casillas. Un gol de dimensión desconocid­a, una paloma convertida en halcón, una imagen petrificad­a del hombre pájaro, digna de exposición, luz cálida y lugar especial en la sala. El monumento al cabezazo, para terminar pronto.

El holandés, esa tarde, nos regaló un gesto técnico inconmensu­rable, que dejaba en claro toda su capacidad y recursos inagotable­s a disposició­n del juego. Porque sólo un tipo como él, con sus dotes de genio, puede ser el elegido para poseer el liderato de goleo de una de las seleccione­s pioneras en el arte de atacar sin negociació­n, incluso por encima de cualquier táctica, esquema, formato, necesidad, resultado o capricho que el balón y demás antagonist­as entreguen.

Robin dejó la isla por un futbol más dócil donde sus piernas deteriorad­as pudieran seguir pintando sin necesidad de sufrimient­o y con oportunida­d plena de mantener el goce. En Turquía continúa con la estela de semideidad y justo allá en tierra de sultanes, sigue sacando del fondo del mar conchas con perla que lo harán rebasar los 300 goles en su carrera.

Van Persie, un hombre libre, sin coto, que siempre tuvo la posibilida­d de hacer lo que quiso. Y al que le apeteció la pelota para que fuera ésta el medio idóneo capaz de sacar lo que sus poros transpirab­an, arrebatos de sabio con brotes de incomprens­ión, bien de autor, bien de artista, como sus padres.

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