EL OLÍMPICO ES AZULCREMA
América volvió a alzar el vuelo para lograr su séptima victoria en los 10 duelos más recientes en CU
Las Águilas volvieron a emprender el vuelo en casa ajena. América reapareció en el Estadio Olímpico Universitario para refrendar su dominio ante Pumas y sellar su triunfo siete en los últimos 10 duelos en territorio felino.
Ciudad Universitaria siempre ha tenido prisa de gol cuando Pumas y América juegan bajo el radiante sol. Estos partidos son la organización del caos. La viabilidad de un frenesí organizado. Tienen mucho de ejercicio de futbol memorizado, vertiginoso y exacto. Otro tanto de lo veloz y lo preciso con contornos de improvisación efectiva.
Cuando se pisa esa cancha, delineada por los trazos del antagonismo, todo lo establecido toma un taxi hacia la espontaneidad. Se juega con la motricidad de lo aprendido y con el talento del proceso creativo de un héroe en acción, que toma a la vida y a la pelota como venga.
La toma de decisiones en escenarios tan acelerados en su contexto, demanda un estado de gracia que no se entrena. Se juega. Y el América lo hizo a través de los botines de seda de Oribe Peralta, que sirve balones al área, como cuando se sirve un café, que se bebe Silvio Romero sin soplarle. Así despiertan los futbolistas de área. Saltándose la comida y disfrutando la sobremesa.
Romero había pulverizado la portería, porque la justicia no sabía de concesiones. Nico Castillo había dejado ir un gol como un estúpido deja ir al amor de su vida. Oribe hizo el segundo, con un jalón como antecedente y un desplante de delantero caro, como confirmación de que hay anotaciones que perdonan infracciones.
Pero Pumas es mucho más equipo cuando el sol se esconde un poco. Le placen las sombras. Le gusta ser una remontada encubierta. Castillo, entonces, le llevó rosas a la red y fue perdonado. Si ya le había fallado una vez, ahora se iban al gol de la mano con un cabezazo festejado, antes de haber sido ejecutado, ante tanta ausencia de marca.
Castillo rompe la Liga. No sabe de anotaciones fuera de casa. Ahí se confirma como un líder de goleo que se sienta en la sala, enciende la tele, dispara, se prepara un sándwich y que no paga renta en CU. Lo habita. Ahí se duerme y se levanta. Se baña y se empapa de anotación. Los invitados como Marchesín a veces le llevan regalos en disparos de media distancia.
Así, Pumas era más, porque nunca fue menos. Pero el América cuenta con Domínguez, el que probó que en el futbol, el cambio de velocidad y la aceleración encauzadas normalmente terminan en gol, porque a la sorpresa le gustan los atrevimientos. De esa forma, esquivó trampas en tres cuartos de cancha e hizo un gol entrenado por la voluntad atinada. La lesión se curó con gol.
CU voltea a ver a la luna. Aún se pregunta qué pasó en una tarde en la que les apagaron el sol.