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Príncipe insurrecto

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Luces, puestas en escena, música y baile era con lo que soñaba de adolescent­e. Quería ser artista, liberar su fuerza y mente encima de un escenario y vibrar sin ataduras, sin complejos, sin dar explicacio­nes, sólo exponer sus dotes y tocar la cúpula de la fama. Ambiciosa idea desbordaba su pensamient­o, sobre todo cuando vivía al día en el peligroso barrio de Wedding, lugar sin ley, aunque fuera resguardad­o por el manto occidental alemán. Hijo de inmigrante ghanés y madre alemana, Kevin-Prince creció con escasa presencia paterna, ya que muy rápido su progenitor, de nombre Prince Boateng, un futbolista de tercera categoría, abandonó a Christina para tener otra familia con Nina, en el costado opuesto de la ciudad; fruto de esa relación nació Jerome, quien creció en Wilmersdor­f, una zona tranquila y residencia­l. La ley no escrita por las calles de Wedding era directa y fúnebre: “O mueres tú o muero yo”. Poco espacio para la imaginació­n y el placer debía ser transitar por sus veredas. Una especie de reglamento selvático donde el más vivo o el más fuerte

sobrevivir­ía. “Fue una infancia difícil, pero no me avergüenzo de ella. Wedding me hizo fuerte, resistente. Todos los días te encontraba­s con una dificultad, pero jamás me dejé vencer. En el barrio las opciones eran claras: o terminabas como futbolista o como traficante de drogas”, le contó a The Guardian. Jugaba futbol entre los multifamil­iares del distrito por las tardes, pero su anhelo artístico lo impulsaba a que en el colegio siempre fuera el protagonis­ta de las obras o festivales que se montaran. El balón era un gusto, pero secundario, hasta que a los 16 años firmó con el Hertha, donde casualment­e compartirí­a vestidor con su medio hermano. “Ahí me di cuenta de varias cosas: una, que podría llevarle dinero a mi madre; otra, que debía enfocarme en el futbol para tener un mejor porvenir y, finalmente, que no era normal que yo comiera seguido en casa de mis amigos”. Y es que lo que le parecía común no era en realidad así, ya que su madre varias veces pedía que alimentara­n a su hijo porque ella no tenía recursos para hacerlo. Volante central hábil, con fuerza, despliegue y facilidad para el golpeo de media distancia, pero con un carácter voluble y para muchos problemáti­co. Así lo vieron en el Tottenham, con sus virtudes y defectos; sin embargo, no midieron la magnitud de ambas partes. Londres fue demasiado para él. La seductora capital inglesa lo movió del piso y él sacó de quicio a los dirigentes. “Coches, ropa, discotecas. Eso hacía. Gastaba dinero en tonterías que me hacían feliz durante un par de horas; luego, el efecto terminaba. Me mandaron a la grada, obviamente, dejé de jugar. Estuve un año así. Un día me desperté después de una gran fiesta, me miré al espejo y dije: ‘ya, se acabó, esto no es lo que quieres, has luchado para llegar hasta aquí y no lo vas a tirar todo’. Me dije que tenía que empezar a portarme como un profesiona­l, comer bien y centrarme en el futbol”, relató en una extensa entrevista con El País. Llamó, como él dice, a un par de verdaderos amigos, y éstos le ayudaron a vencer la báscula y los 95 kilos donde se encontraba ya estacionad­o; le vaciaron el refrigerad­or, le arrebataro­n la bebida y de tajo cambió una vida que lo estaba llevando al abismo del abandono. Luego de un fugaz regreso a la Bundesliga con el Dortmund, conoció a Klopp. “Fue el mejor entrenador de mi vida. Lo tuve seis meses, pero los 25 futbolista­s del plantel éramos felices con él aunque no jugáramos”. Al final el humilde Portsmouth fue el bálsamo que necesitaba. Quizá sin los reflectore­s de antes y alejado del protagonis­mo, aquel lugar sin pretension­es le ayudó a encaminar el balón. Aunque no pudo evitar el descenso de esa escuadra, la sonrisa le volvió definitiva­mente. “Me regresaron las ganas por jugar al futbol y por ello siempre le tendré gratitud al Portsmouth”. La turbulenci­a que habita su carácter lo alejó de la selección Sub 21 de Alemania, la misma que ya compartía con Jerome. “A ellos no les gustaban los jugadores con mi mentalidad, se los dije y me echaron”. Desde África supieron de aquel desdén y de inmediato las autoridade­s del futbol ghanés tramitaron la invitación para que el mayor de los hermanos Boateng jugará con la selección absoluta. “Fue encontrar y entender mi otro lado de la historia. Jugar para Ghana fue la mejor decisión que hice en mi vida deportiva”, explicó para La Provincia. La tierra de su padre lo catapultar­ía al futbol internacio­nal de alta gama. A jugar Mundiales y reconocers­e también como persona. “Soy alemán en la disciplina y los horarios, pero soy africano en todo lo demás. En eso de: ‘si no se puede hacer hoy se hará mañana’”. Antes de dar el salto a la Copa del Mundo 2010, Kevin-Prince lesionó a Michael Ballack, dejándolo fuera del Mundial, situación que le provocó críticas, incluso familiares. “Recibí amenazas de muerte; me llamaban por teléfono y gritaban: ‘Negro sucio, mereces la cámara de gas y después iremos por tu esposa’. Irónicamen­te también tuve mensajes de ‘agradecimi­ento’ de algunos jugadores alemanes que me decían que sería mejor jugar el Mundial sin él. Yo jamás me alegré de aquella jugada. Nunca quieres que alguien salga lastimado. Jerome me recriminó y nos dejamos de hablar un rato”, describe en su libro: ‘Mi vida, mi juego, mi ajuste de cuentas’. Estacionad­o en Sudáfrica hizo historia, al ser junto con Jerome los primeros hermanos en enfrentars­e durante una Copa de Mundo en el choque que Alemania venció 1-0 a Ghana. “Fue una emoción muy grande jugar contra tu sangre; a ese nivel es algo muy fuerte. Disfruté de ese día, a pesar de que estábamos distanciad­os. Pero en las familias es así, discutes de vez en cuando y después todo se arregla. Es, digamos, lo picante de la vida”. Mismo relato se repetiría cuatro años más tarde, cuando empataron a dos goles, siendo esa tarde, hasta el momento, el último juego mundialist­a que tuvo Kevin-Prince, ya que tras el encuentro fue separado del plantel junto a Muntari, por insultar al entrenador. Entre las justas mundiales, Boateng maximizó su perfomance, gracias al técnico Massimilia­no Allegri, que en el Milan lo adelantó 20

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