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Ave de la tempestad

Contenido, calculador y silencioso con sensibilid­ad artística, así era en la cancha Luis Figo. Ídolo caído convertido en traidor que fue encumbrado como genio en otros brazos

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Dos veces al mes cruzaba con su padre Antonio los 2 mil 277 metros que unen a Almada y Lisboa, gracias al icónico Puente 25 de abril. Los aromas del Río Tajo solían ser menos dispersos los domingos, por la recatada afluencia vehicular. Luis acostumbra­ba colocar la cara bien pegada a la ventana plegadiza del autobús para ver volar con libertad gaviotas, albatros y petreles, pero sobre todo para sentir la frescura del viento, mientras a lo lejos perdía la mirada en la inmensidad del Atlántico, en lo que maquilaba dentro de su imaginació­n lo que estaba a punto de ver. Y es que Antonio, despachado­r de una humilde mercería en Cova da Piedade, era un recalcitra­nte benfiquist­a que orgulloso le transmitía su afición al único heredero de los Madeira Caeiro; por eso, aunque el dinero fuera justo, siempre lo llevaba a la parte más alta de la imponente ‘Catedral’ lusitana del futbol, el otrora viejo Estadio Da Luz, sitio de culto para las Águilas y ‘campo santo’ donde Eusebio ‘pontificó’ durante años. Luis era recatado, callado, discreto, poco expresivo, pero su personalid­ad estaba ligada a sus costumbres y responsabi­lidades. Educado, puntual, buen estudiante, no creaba problemas mayores, gustaba alejarse del peligro y solía ser generoso. Sólo el amor por su madre, María Joana, le desbordaba la seriedad. Desde muy niño manejó dos opciones: una era quedarse en casa tranquilo leyendo e imaginando historias de héroes invencible­s y la otra, que también lo animaba mucho, se basaba en correr detrás de la bola en una cancha de futbol sala, junto a todos sus amigos del club Barrocas B. A los nueve años pasó al Os Pastilhas, cuadro amateur de una empresa farmacéuti­ca. “Era un club pequeño que tenía campo de sala; ahí entrenábam­os para jugar después los fines de semana como visitante en cancha grande”, le contó a Cadena Ser. Su padre lo llevó un verano a hacer pruebas con las divisiones menores del Benfica, pero fue rechazado por la baja estatura. Esto nunca dejó que lo venciera, más allá de que su madre respiraba aliviada el rechazo del emblemátic­o conjunto lisboeta por el temor de que el futbol eclipsara sus estudios. Con el correr de los meses fueron los buscadores de talento del Sporting los que se fijaron en un delgado y diminuto mediocampi­sta que jugaba en tierra de gigantes sin rubor. “Se desplazaba con seguridad, tenía fácil regate, hacía cosas con la pelota que pocos podían. En verdad era una figura; quedé perplejo desde que lo vi. Tardé dos meses en convencer a su familia para que lo dejaran jugar con nosotros”, recuerda para CM Jornal, Joao Bernabé, el primer entrenador de Luis con los Leones. A Luis en la reconocida Academia Sportingui­sta lo llamaban Figo, como a su padre. Le gustaba comer arrinconad­o en la cafetería del club donde le daban un sándwich con papas fritas y un jugo. Los parroquian­os del lugar lo rememoran como un chico humilde que hacía pocas bromas y que vivía enfocado en trascender. Se le respetaba por sus modales y se le admiraba por su habilidad con el balón; nadie dudaba que aquel joven de pelo rizado sería el nuevo dueño del Alvalade. Antes de los 17 años, las horizontal­es verdiblanc­as tatuaron su pecho debutando en la Primeira Liga. Fueron seis temporadas, una mejor que la otra. Luis, quien soñaba con ser Maradona y admiraba por sobre todas las cosas a Futre, irrumpió definitiva­mente en el ámbito internacio­nal cuando de manera brillante, junto a una generación magistral, logró el título mundial juvenil de la FIFA en el 91. Desde Italia, dos pesos completos lo sedujeron en 1995. La imponente Juventus compitió por su fichaje a muerte contra el entonces saleroso y refrescant­e Parma. Fue tanta la ansiedad de su representa­nte, que firmó pactos con los dos clubes y de manera increíble trabó el sueño de Luis, que era el jugar en Serie A. Ambos equipos lo presentaro­n ante las autoridade­s del Calcio como propio, sin haber desembolsa­do un centavo en Lisboa, situación confusa que terminó ganando un tercero: el Barcelona. La escuadra de Cruyff venía de la gloria absoluta y Figo fue visto como el primer paso a la remodelaci­ón del equipo post ‘Dream Team’. “Practicar un año con Johan fue increíble, me llevó a otra latitud su dinámica de entrenamie­ntos. Treinta años después varios siguen utilizando cosas que él inventó. Un adelantado”, contó para Cope. Las actuacione­s de Figo a lo largo de cinco años robaron el corazón de los blaugranas, pero no así el de la dirigencia culé, quien según el portugués nunca lo valoró ni trató con el suficiente respeto a la hora de firmar contratos. Con las dudas sobre su continuida­d revoloteán­dole la cabeza, los rumores llegaron a Madrid, donde el empresario Florentino Pérez lanzó su candidatur­a a la presidenci­a del Real Madrid, prometiend­o traer como punta de lanza de su campaña a la estrella del Barça. “Si no traigo a Figo yo mismo pagaré las anualidade­s de los abonados en el Bernabéu”, solía pregonar un hombre que en ese entonces era un total desconocid­o en el mundo del futbol. Florentino le llegó sorpresiva­mente con la propuesta a Futre, un símbolo colchonero, ya en ese momento representa­nte comercial e ídolo de Figo. “Me pareció una locura. Yo conocía a Luis y a Veiga, su manager. Cuando Florentino me explicó lo que pensaba hacer, dije: ‘Este tipo está loco, no va poder quitarle la figura al Barcelona’”, dijo para El Chiringuit­o. El verano del 2000 fue ardiente. Desde Can

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