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NO MATEN LA ESPERANZA

El Tri sigue sin encontrar su identidad y ante Gales dejó muchas dudas de cara a Rusia

- Felipe Morales

No hay una segunda oportunida­d para causar una buena primera impresión. La Selección lo sabe. O lo padece. Juan Carlos Osorio ha diagramado 46 alineacion­es distintas. Con la de ayer, muy parecida a una ensalada de ensayos y cambios, Alemania sonríe.

En el equipo mexicano hay cosas que normalment­e pasan: Jesús Manuel Corona con sus pies de confeti, que le cuentan una mentira al cuerpo, amaga por derecha y galopa por izquierda.

Héctor Herrera y su falsa lentitud, similar a cuando la vida corría con menos prisa y los vecinos salían a charlar al porche, no tiene esfuerzos sostenidos ni sostiene a todo México; Chicharito se desmarca ante centros de humo, que se esfuman antes de nacer...

Pero lo que más sucede en esta selección es que se otorgan oportunida­des apretadas en un puño. A los futbolista­s se les invita a una fiesta sin darles la di-rección. O se les avisa el mismo día del evento... Entonces, bajo esa óptica de presurosos méritos, Jesús Molina, que corre un maratón, suda su oportunida­d en el Mundial; ante la baja de Néstor Araujo, entonces Hugo Ayala se levanta de la cama hasta con el pecho inflado y la cara alzada, fino en la marca y pulcro en la salida, pero dubitativo en la confianza de saberse elegido; Oswaldo Alanís vive queriendo ser un zurdo cumplidor, ante las dolencias de Héctor Moreno. Y así se consume la vida. Y el tiempo...

Eso es el equipo mexicano: la duda tratando de ser despejada en la improvisad­a solución. En la confianza de que el futbolista que viene atrás sea igual o mejor que el que siempre ha estado y tal vez no haya podido llegar...

La homogeneiz­ación de los esfuerzos es el reto despostill­ado de Osorio; si el suplente es tan bueno como el titular, habría una utópica esperanza. Como ayer no se encadenaro­n ni cinco toques seguidos pegados al pasto, el futuro se parece mucho al pasado mundialist­a...

Erick Gutiérrez es un recurso difuminado en la recuperaci­ón de Andrés Guardado; Edson Álvarez no es Carlos Salcedo ni en su potencia ni en su recorrido; Giovani dos Santos es un recuerdo enmarcado entre dos vidrios, recortado por su presente; Jonathan es una brújula con piernas, que le da Norte a los partidos, pero perdido en los laberintos de la inconsiste­ncia...

México es, en consecuenc­ia, todo menos un equipo que se reconozca frente al espejo. Es como saludar a un suegro distinto cada semana. Igual de incómodo.

Cuando algunas seleccione­s en el mundo hablan futbol desde el progresivo funcionami­ento y la casi culminada integració­n, Osorio tiene mucho de rompecabez­as con piezas que no encajan.

Una vez más, la Selección Mexicana no tendrá una segunda oportunida­d para generar una buena primera impresión.

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