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La gloria y el infierno

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Estoy convencido que gran parte de las aficiones o fanatismos que uno desarrolla durante su vida, los adquiere antes de los 15 años de edad. Esas que son verdaderas pasiones y que suelen irse dosificand­o con la edad, pero que están ahí en el subconscie­nte.

Nunca olvidaré levantarme los domingos muy temprano y traicionar a Chabelo por ver en Imevisión el Calcio de los 80, la mejor Liga de futbol que jamás haya visto y que difícilmen­te podré volver a encontrar algo similar hasta mi muerte.

Domingos que en México eran de un amanecer fresco para ver una Liga italiana de tardes gélidas, con canchas lodosas y una penetrante neblina.

Ahí muchos eran los actores de alta gama, cada equipo mínimo tenía dos elementos de talla mundial, pero con el ocaso de Michel Platini en la Juventus, fue la emergente figura de Diego Maradona en el Nápoles la que me deslumbró hasta el final de mis días.

Decía el periodista argentino 'Tano' Fazzini, que Maradona al revés de la mayoría de los profesiona­les, se fue haciendo peor jugador conforme crecía en edad. Y quizá tenga razón, por lo que se le vio en Argentinos Juniors fue superior a lo que lució en Boca y, posteriorm­ente, en Barcelona y en Nápoles. Sin embargo, fue tan grande su legado en la cancha que ya

con un Diego boicoteand­o su propio cuerpo constantem­ente, fue capaz de hacer cosas con la pelota impensadas e irrepetibl­es.

Cuando uno se considera 'Maradonian­o', duele ver la debacle del hombre que supo ser un Dios de la Pelota. “El más humano de los Dioses; el Dios pecador”, rezaba el gran Galeano.

Porque cuando uno admira su obra en el césped, automática­mente reniega que lo demás fuera del campo pueda ser cierto. Pero el baño de realidad es tan turbulento y helado que no queda más que aceptar al Diego Armando hombre, al ídolo caído y enfermo que varias veces esquivó la muerte y que ha hecho de su vida una carretera sin límites de velocidad.

La leyenda que maneja sobre sus hombros es imposible de cuantifica­rla y saber cómo sostenerla. Alguna vez dijo: “De una patada pasé de Fiorito a la cima del mundo y ahí arriba me las tuve que arreglar solo”.

Mientras la mayoría caminamos en la orilla de la playa, Diego siempre ha estado en medio de la tempestad, allá al fondo del mar, bien adentro, donde las olas son gigantes y te pueden destrozar en un solo instante.

Hoy Maradona vuelve a México para seguir su carrera como entrenador, una trayectori­a alejada por mucho del mito futbolísti­co que es; sin embargo, el bicho

de querer ser un DT le sigue picando. Está claro que desde que dejó a la selección argentina en Sudáfrica 2010, sus proyectos siempre han sido menores, no en dinero, sino en trascenden­cia futbolísti­ca, así que a nadie podría sorprender que se aventure con Dorados cuando es exactament­e lo mismo que ha venido haciendo hace más de un lustro. Tomar proyectos secundario­s en Ligas de bajo perfil y el Ascenso mexicano lo es.

En Culiacán lo volvieron a hacer, lograron que el mundo los volteara a ver y aunque muchos piensan que la cronología les falló, porque debieron elegir al Guardiola entrenador y al Maradona futbolista, el golpe está puesto en la mesa.

Diego acepta que desde hace años está rehabilita­do de su adicción y eso sólo lo sabe él y su entorno, porque los demás que estamos afuera simplement­e podemos especular sobre sus actos y reacciones, pero sin la certeza de un diagnóstic­o real, más allá de lo que cada quien pueda asumir una vez que ve a Maradona en el escenario mediático día a día.

No sabemos cuánto tiempo durará esta nueva odisea del Diego por México; sólo le pido al ídolo de mi infancia que si ha vuelto a la tierra que le dio la gloria máxima, no lo eche a perder buscando el infierno. La Federación de Estados Unidos eligió Nashville como sede para el juego de hoy por dos motivos. El primero es porque a partir del año próximo esta ciudad tendrá equipo en la MLS y, la segunda, el hecho de que hace dos años ante Nueva Zelanda, el equipo mexicano metió casi 50 mil aficionado­s.

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