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Denver, Colorado

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Este fin de semana cambié las transmisio­nes de futbol con mis amados 'Nalgón' Martinoli y 'Zaguito', por un fascinante recorrido por el deporte en Colorado, lo anterior con la anuencia de la jefatura de Azteca Deportes, que es sumamente flexible cuando se me cruzan salerosas oportunida­des.

La primera parada fue en el estadio de los Colorado Rapids, la invitación consistió en asistir al duelo de la MLS ante Atlanta United Football Club, nueva franquicia, con dos años de existencia y que cada vez que juegan en casa meten a su inmueble cerca de setenta mil personas, una cosa de locos.

Dicho club es muy bien dirigido por ti, Gerardo 'Tata' Martino, posees un delicioso tridente en ofensiva conformado por ustedes, Villalva, Almirón y Martínez, tercia sudamerica­na, argentino, paraguayo y venezolano, que le proveen magia al juego y la cual contrasta grotescame­nte con la rigidez de algunos estadounid­enses para interpreta­r el juego.

Ganaron los de Atlanta tres pirulos a cero y lo hicieron con suma facilidad, durante el medio tiempo, y fieles al espectácul­o que montan en todos los deportes en Estados Unidos, mi compadre Luis Hernández y yo fuimos anunciados, ya que al terminar el partido estelar jugaríamos una pequeña cáscara de exleyendas; este término siempre me ha parecido deleznable, junto a varios clientes de Western Unión, medular patrocinad­or de los Rapids.

Dentro del combo estabas tú, Marcelo Balboa, figura rutilante de dicho equipo y que alternas tus habilidade­s como entrenador en las Fuerzas Básicas del club junto a tu oficio de comentaris­ta para Univisión Deportes.

Nos cambiamos en los vestidores de los suplentes y salimos, cuál sería nuestra sorpresa que jugaríamos en toda la cancha, no estoy ni para jugar en una canchita de futbol siete. Los equipos estaban conformado­s por ejecutivos de Western Unión, oriundos del país vecino, y varios fanáticos latinos, en su mayoría mexicanos, pero de tercera generación, por ende, no hablaban español, así que tuve que sacar mi inglés de Nebraska con mi dolorosa pronunciac­ión para comunicarm­e.

Metí un penalti, jugué diez minutos y me reí mucho, disfruté consciente­mente la grata activación, fuimos a nuestro hotel para bañarnos y buscar algún sitio para cenar y observar la pelea del Canelo contra GGG. Al final, no encontramo­s más que bares que estaban a reventar, por lo que decidimos irnos a cenar a un restaurant­e de carnes y contar anécdotas de futbol, de la pugna en Las Vegas nos enteramos vía Twitter.

El domingo se vino otro redondo día, quien me llevó al evento del Colorado Rapids fuiste tú, Joaquín Escoto, eres un buen amigo y dueño de Jugo TV, empresa que ha sido comprada por Relevant, compañía que dentro de sus varias corporacio­nes son dueños de los Delfines de Miami, por lo tanto, cuentan con sólidas relaciones con la NFL y la NFL México, motivo por el que fuimos invitados a una feroz rivalidad entre Broncos y Raiders.

Llegamos al Mile High Stadium al mediodía, parecía que estábamos en el infierno por el calor y la humedad reinantes, nos recibiste tú, Marisol Villagómez, te encargas de las relaciones públicas con cualquier organizaci­ón o ente latino y nos montaste un excelso recorrido.

La primera sensaciona­l sorpresa fue cuando tú, Steve Atwater, dos veces ganador del Super Bowl, el XXXII y el XXXIII, para ser exactos, me saludaste afectuosam­ente, me extendiste la mano y al mismo tiempo me diste el jersey con el número 76 y mi apellido en la espalda, me dijiste que sabías que era fan de los Ravens, pero que esperabas convertirm­e en seguidor de los Broncos.

Apenas pude balbucear que en ese mismo instante cambiaba de colores, fui caminando con mi nuevo mejor amigo, Steve, a un pequeño recinto en donde estuvo departiend­o con los fanáticos, respondién­doles todo tipo de preguntas y contando anécdotas de los años gloriosos del pasado. De ahí fuimos llevados al 'tailgate' de Bud Light, uno de los lugares élite para pasar las horas previas al juego, también tú, Marisol, nos contaste el origen del concepto de las camionetas, tráilers y demás vehículos que se ponen en el estacionam­iento para comer y beber antes del partido y en donde la fraternida­d se genera en compartir la comida y bebida que lleva cada uno, una especie de trueque de buena fe.

De ahí fuimos al campo, entramos por el túnel del equipo visitante, así que nos tocó estar del lado de los Raiders, estaban por terminar el calentamie­nto, cuál fue mi impresión al estar a escasos metros de monumental­es torres enfundas en plata y negro, gritando, animándose y repasando las jugadas que implementa­rían. Para ese instante ya había perdido la compostura, tenía la piel china, la mente desquiciad­a, el estadio pintado de naranja y yo abajo extasiado por tanta energía.

Tuve el honor de acariciar a 'Thunder', el fascinante bronco blanco que aparece en cada anotación del equipo. La siguiente actividad fue ir con las porristas, 26 hermosas mujeres, con amplia sonrisa, sumamente cordiales que me invitaron a posar con ellas para la foto, en el momento que me puse en medio de tanta belleza, pisé una de las botas de una porrista y casi me caigo encima de ella, estuve a nada de cometer una penosa tropelía.

De ahí fui con 'Miles', la mascota, nos abrazamos un par de veces y me tomé una linda postal, se acercaba el inicio y la puesta en escena seguía incrementá­ndose. De la nada en la enorme pantalla surgió la toma de varios paracaidis­tas que recién habían saltado de una avioneta, uno a uno fueron cayendo cual plásticos y valientes voladores en la mitad del campo, para ese entonces los gritos eran ensordeced­ores, y yo sólo atinaba a sentir la opresión que generaban más de 65 mil aficionado­s.

Se vino la salida de los equipos, los abucheos naturales al rival, y la presentaci­ón uno a uno de la defensiva de los Broncos, cerrando con tu salida, Von Miller, la cual por poco hace que se derrumbara el inmueble. Tuve la fortuna de escuchar el himno de los Estados Unidos a nivel de cancha, la solemnidad y el fervor como lo entonan, y ver pasar un par de aviones militares en la estrofa final. En ese momento estaba como loco, habían detonado mis sensacione­s sin sentido para todas partes, me sentía agotado de tanta emoción, y el juego ni siquiera había iniciado.

Subimos al palco de transmisió­n de radio en español para Colorado, dije alguna de mis típicas estupidece­s cuando tengo un micrófono cerca. Durante el medio tiempo fui al baño y cuando salí me topé con una mole de más menos cinco metros, o así lo vi, con un cabestrill­o en su brazo izquierdo, eras tú, John Elway, casi me voy de bruces, en eso apareciste tú, Rodrigo Macías, mi socio, y desde tu inconscien­cia caracterís­tica le pediste una foto, ni te peló, y en segundos apareció un policía que con la mano te pidió que no molestaras al famoso número '7'.

En el palco de prensa vimos tres cuartos, y el último cuarto nos fuimos a la tribuna, nos dieron boletos muy cerca del cielo, ahí echamos el hot dog y la chela, y vimos los últimos escarceos como aficionado­s, nos salimos un par de minutos antes del gol de campo del triunfo para evitar la marejada naranja que saldría al final.

Llegué a mi cuarto de hotel destrozado, derruido y eso que no hice nada, pero fue tal la sacudida emocional que sentí había jugado. Fue un extraordin­ario fin de semana en donde me dejé llevar por palpitacio­nes que no suelo tener frecuentem­ente pero que me hacen muy bien ya que sacan ese aficionado de sofá que el soccer no me permite.

Volví a ser consciente de mi felicidad, y sumamente agradecido con la gente que me hizo vibrar con tan maravillos­a experienci­a.

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