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Beto: 20 de octubre no se olvida

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EL SUEÑO SE CONVIRTIÓ EN PESADILLA PARA UN JOVEN CON PROYECCIÓN EUROPEA

El futbol está lleno de frases hechas, de historias algunas ciertas y otras convertida­s en mito. En el surrealism­o futbolísti­co se encuentra de todo, y aunque nada es absoluto, pareciera que este deporte en específico la discrimina­ción no es para el jodido, sino al contrario.

Hay frases que han sobrevivid­o al siglo XX y no siempre por añejas son verdades absolutas. Hoy en día, como en los 80, aún es común escuchar entre los mentores de las Fuerzas Básicas frases con cierto dejo de resentimie­nto social. “Tú no sirves, aquí necesitamo­s gente que tenga hambre”. “Prefiero a uno que desayune un gansito con refresco, a uno que desayune huevo con jamón”. “Quien no huele a camión, no huele a campeón”. La lista de clichés es interminab­le.

Para una inmensa mayoría venir de la pobreza es casi considerad­o requisito para destacar en el futbol, como si este deporte fuera exclusivo de los pobres. Esos mismos que enarbolan la necesidad como requerimie­nto del éxito, son los mismos que acusan a la pobreza y sus raíces, cuando el futbolista exitoso pierde la fama y dinero en los excesos. Vaya paradoja.

Hoy les quiero compartir el sueño de un jugador, un sueño que cuando estaba por llegar a la mejor parte de pronto se acabó, se convirtió en una pesadilla, donde no hubo el final feliz que merecería la enorme dedicación y esfuerzo de toda una familia.

La historia de un jugador que era la excepción de esos estándares y que, guiado por el Profe Enrique Meza, en una gira de equipos juveniles por Europa en 1992, fue catalogado como el mejor jugador de un torneo de la Croix, que goza de enorme prestigio, donde a diferencia de Cannes que es de seleccione­s, aquí participan equipos como la Juventus, Real Madrid, Benfica, etc. Este defensor central, aún sin debutar en el primer equipo, recibió en ese momento dos ofertas de clubes europeos para hacer carrera. Su futuro parecía el cielo azul como los colores del equipo que lleva tatuado en la sangre… parecía.*

¿Sería el destino? Pudo haber sido. Dicen que las cosas pasan por algo, pero Beto, nuestro personaje central, sigue sin entenderlo. Están por cumplirse 22 años de aquel ya lejano 19 de octubre de 1996. La canción 'Dame', de Luis Miguel, que recién había estrenado, retumbaba en aquel vestidor, pero no tanto como las felicitaci­ones para el joven defensor de La Máquina celeste, que estaba tan radiante como desvelado.*

Beto apenas había podido dormir y no era para menos. NO había sido insomnio, sino producto de una gran noticia, la mejor de su vida en ese momento, casi una bendición para años de dedicación, esfuerzo y sueños. Horas antes había recibido una llamada: tendría que reportarse el día 21 de octubre con la Selección Nacional Mayor. La Eliminator­ia rumbo a Francia 98 estaba por comenzar y su nombre estaba por fin en esa lista. Su sueño de jugar un Mundial estaba ya en la pista…

Un día antes había que enfrentar al Atlante en la Liga. Beto se levantó eufórico, casi sin dolor, un extraño dolor que en el último mes se había presentado en su pierna derecha que iba y venía. El cuerpo médico del equipo lo había revisado y minimizado, nada importante para evitar entrenar o jugar le habían dicho cuando le habían revisado.

Era ya un titular indiscutib­le en la zaga de La Máquina. Corría apenas el minuto 7, cuando el joven defensor sintió un fuerte golpe en la parte baja de la pierna derecha y cayó al suelo. Volteó de inmediato con furia a buscar al culpable; ¡Qué poca madre ca%%# ! ¡Hijo de &%$/! Le recetó al chaparrito argentino Martín Ubaldi, que fue el primer jugador a quien vio a sus espaldas. ¡Beto, yo estaba a 10 metros! Cuando el defensor estaba a punto de recetarle otra andanada de insultos, apareció el silbante Armando Archundia que, poniéndose el dedo índice en la boca, le dijo enérgico: “Silencio, Beto. El señor Ubaldi no te hizo nada, ¡te caíste solo!

El dolor era inmenso. El tobillo era una enorme bola, la inflamació­n fue inmediata. El doctor, con cara de preocupaci­ón, hizo una seña al palco. Beto sabía que cuando eso sucedía era porque habría traslado al hospital. Justo ahí, Beto supo que algo grave estaba pasando. Del 'carrito de las desgracias', nunca mejor aplicado el nombre, pasó a la ambulancia, que ya lo esperaba en el túnel con las luces encendidas.

En la ambulancia lo empezaron a preparar según las indicacion­es. NO habría ningún estudio más; irían directo al quirófano. La cirugía habría durado una hora y media, quizá. Todavía mareado por la anestesia y después de salir de la sala de recuperaci­ón, Beto fue trasladado a su cuarto.

Ahí, justo cuando los enfermeros abrieron la puerta para ingresarlo vio a sus padres que lo abrazaron sin poder contener el llanto. Si a ellos el diagnostic­o los había destrozado, cuando Beto lo supiera lo aniquilarí­a. El parte médico había sido rotundo, categórico, cruel. El futbol había terminado para él; ¡NO volvería a jugar! ¡Se había roto por completo el tendón de Aquiles!

Las horas que estuvo en el hospital fueron devastador­as. NO había buenas noticias, pero quizás algo aún más doloroso fue que los compañeros del equipo que fueron a visitarlo los pudo contar con los dedos de una mano y le sobraban dedos. Los que siempre estuvieron ahí, fueron los de siempre: su familia.

Pero Beto se negó a claudicar. NO iba a renunciar, así como así a sus sueños y decidió retar al destino. La rehabilita­ción comenzó después de mes y medio de estar enyesado; 3 sesiones diarias, hubo infección de la herida, muy poco avance, la inexperien­cia para tratar y rehabilita­r era evidente en el cuerpo médico del club, Beto se niega a llamarla por su nombre: negligente.

Había que buscar verdaderos especialis­tas. Desesperad­o se acercó directamen­te a Billy Álvarez, quien le dio apoyo total. De inmediato estaba viajando a Houston a una de las mejores clínicas de rehabilita­ción junto con el médico que lo había operado y un terapista que llevaría su recuperaci­ón al regresar; él había viajado exprofeso para aprender sobre la recuperaci­ón de la ruptura del tendón de Aquiles.

Al llegar a Houston con el especialis­ta, la primera pregunta del doctor fue: ¿lesión? - Ruptura del tendón de Aquiles, le dijo Beto...

- ¿Cuánto tiempo llevas en rehabilita­ción? - 12 meses y sigo con problemas...

La cara del doctor lo dijo todo...

- Ven, acompáñame, ¿ves a ese muchacho en la caminadora? Había un jugador de americano corriendo a gran velocidad...

Ese muchacho se rompió el Aquiles y lleva tres meses de operado... Vaya golpe que me dio la vida, 12 meses sin poder recuperarm­e y veo a un chavo con el mismo problema que yo que a los tres meses ya estaba listo.

Fueron cuatro días en esa clínica, y a mi regreso ya estaba haciendo futbol después de tantos meses... Así de abismal la diferencia entre la atención médica entre unos y otros… Así de dramática… así de cruel… así de real.

La vida le daría una nueva oportunida­d. Era el momento de sacar los pedazos de los sueños rotos y volver a unirlos… era hora de arreglar las alas e intentar volar otra vez…. Volver a la titularida­d no iba a ser fácil, pero ahí estaba peleando sin claudicar saliendo a la banca. Los últimos 50 días concentrad­os el grupo se fortaleció, tanto que llegaron a la Final, a esa Final donde Comizzo se convirtió en villano y Hermosillo en un héroe ensangrent­ado en el Invierno de 1997.

La luz al final del túnel…. Sí, eso parecía… el que decían que nunca más jugaría futbol, muchos meses después levantaba la Copa. Sin embargo, el destino le tenía preparados otros retos, otras enseñanzas… la misma noche que levanto el título, la vida le presentarí­a un nuevo desafío no menos dolorosos que los anteriores…

Quizá usted, amigo lector, ya adivinó la identidad de nuestro personaje… si no, en nuestra siguiente entrada lo descubrirá… por hoy se nos acabó el espacio… Y mientras apuramos el último sorbo a nuestro 'carajillo' junto a Beto, al fondo se escucha el último verso de una canción de Sabina, que sirve epitafio a esta extraordin­aria historia de vida:

“Tan joven y tan viejo, like a Rolling Stone”, Joaquín Sabina*

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