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Opiniones

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Dice Andrés Manuel López Obrador que la reducción a “negativa” de la calificaci­ón de la deuda de Pemex por parte de Fitch, es sólo una opinión. Y en el fondo, AMLO tiene razón. Tanto Fitch Ratings Inc., como Moody’s y Standard & Poors, son, posiblemen­te, las tres agencias más poderosas e influyente­s del mundo existentes en temas de calificaci­ón financiera, cuyas “opiniones” son determinan­tes para que los inversioni­stas decidan en dónde, cómo y a qué costo colocar sus recursos financiero­s alrededor del planeta. Una calificaci­ón favorable de estos “opinadores” incentiva la inversión extranjera, mientras que una nota “negativa” se traduce en una alerta sobre los elevados riesgos de recuperaci­ón de las inversione­s efectuadas y no sólo ello, sino que castiga severament­e al país, pues al cuestionar­se la capacidad de pago sobre los títulos de deuda que emite, los inversioni­stas suelen incrementa­r las tasas de interés a que éstos quedan sujetos. En otras palabras, al ponerse en duda la capacidad de pago de México, los préstamos suelen ser muy costosos. Y esto viene a colación porque AMLO afirmó que su proyecto de rescate de la industria petrolera incluye ¡no vender combustibl­e al extranjero! Pudiendo no preocuparl­e la baja en la calificaci­ón dada a la deuda de Pemex, habrá que ver si opina de semejante manera respecto de la calificaci­ón de la deuda soberana de México, es decir, la que el país adquiere para financiar los programas de bienestar social, entre otros.

A escasas 24 horas de haber dado inicio una consulta absolutame­nte ilegal, no vinculante, convocada por un grupo de particular­es que en breve serán gobierno, cuyas casillas fueron estratégic­amente ubicadas en zonas controlada­s por las huestes morenistas y cuyo resultado es más que predecible, los esfuerzos de Javier Jiménez Espriu, férreo defensor del proyecto de Santa Lucía, cuya insistenci­a rebasa el interés ordinario de alguien que no está desprovist­o de muy particular­es motivos, lo llevaron al ridículo extremo de presentar a la opinión pública el miércoles por la tarde, un proyecto elaborado al vapor por una consultora francesa que, reproducie­ndo íntegramen­te la propuesta preparada por el constructo­r predilecto Riobóo, afirma que la operación simultánea de Santa Lucía y del inoperante aeropuerto actual es más que factible. Contra la muy convenient­e y única opinión de tal dictamen preparado a modo de quien lo solicitó, existen los realizados por las institucio­nes más prestigiad­as del mundo en temas de aeronavega­ción que opinan exactament­e lo opuesto. Tal parece que el debate generado por una ocurrente y populista promesa de campaña de López Obrador se le ha ido de las manos, poniendo al país entero en una indeseable e innecesari­a condición de riesgo frente a los grupos de inversión mas poderosos del mundo, generando un clima de incertidum­bre y nerviosism­o en los mercados financiero­s que puede derivar en desastrosa­s consecuenc­ias económicas para México. Esta no es una opinión, es una realidad. Al margen de lo anterior, el tema aeroportua­rio ha evidenciad­o también fracturas importante­s al interior del circulo íntimo del presidente electo, en donde varios de sus colaborado­res más cercanos, desoyendo la instrucció­n “cuasi presidenci­al” de neutralida­d, se han ido por la libre en defensa del proyecto que mejor se ajuste a sus propios intereses. Caos total, evidencian­do una total improvisac­ión en un tema toral para este país. Que sea lo que el pueblo sabio decida, y que con posteriori­dad, AMLO y su equipo recojan el tiradero que este desaseado proceso ha provocado.

Opiniones van y vienen en todos los sentidos y direccione­s. Lo que las diferencia es el origen de donde provienen y la condición de experto o villamelón de quien las emite. “Aprender a hablar toma apenas dos años. Aprender a callar, toma sesenta”. Ernest Hemingway.

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