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Diana, la chica que venció el tabú

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Con amor, para mi princesa Sandy, por su cumpleaños.

Para Diana, su mundo y su ilusión de cada tarde es acompañar y ver a su hermano entrenar en las Fuerzas Básicas del Toluca, en Metepec. En su modesto hogar, ella ayuda a enrollar las vendas, a que no falte el short, calcetas, playeras, mientras lo hace sueña: “Algún día estaré preparando mi maleta, podré entrenar como mi hermano, jugaré con la Selección. ¿Por qué no?”.

Ella quizá, como nadie de sus amigas de la escuela, ama el futbol por sobre todas las cosas. Pero es mujer y a pesar de lo que se diga, no es bien visto por la mayoría, por una sociedad que a pese a todo sigue siendo machista. Para una mayoría, una niña que juegue al futbol significa ser discrimina­da con el calificati­vo de 'marimacha', a veces en la escuela, a veces con los vecinos, a veces a gritos, muchas veces en silencio.

Una mayoría de padres se daban golpes de pecho cuando su 'princesita' les decía que quería jugar futbol: “¡Cómo futbol! Eso es un deporte para hombres. Te pago clases de gimnasia, de tenis, de natación”, etc... Eran algunas de las cantaletas que tenían que soportar en diferentes puntos del país, algunas niñas que compartían la pasión de Diana por el futbol. Lo más increíble del caso, lo más vergonzoso, quizá, es que no estamos contando una historia de la década de los 50 o 60. ¡Estamos hablando de los primeros años del siglo XXI!

Su fervor por el futbol era tan grande, que los padres de Diana se negaron a ser uno más de esa retrógrada mentalidad machista y decidieron apoyarla. Las preguntas eran: ¿dónde? y ¿cómo? En las escuelas públicas no existía el futbol femenil, es más, ni estaba considerad­o como competenci­a para competir en los torneos regionales o estatales. ¿Alguna liga infantil femenil en Toluca? ¡Ni soñarlo! La economía familiar no daba para viajar al Valle de México o al Distrito Federal donde ya existían algunas.

El único camino era pedir el favor a las escuelitas que le permitiera­n jugar con varones, donde la veían como bicho raro. Pero al entrar en la cancha se convertía en una pesadilla para sus rivales masculinos. Diana jugaba sin ningún complejo de género, pedía la pelota, driblaba, tiraba con decisión al arco y no dudaba ni un segundo en jugarse la piel de las rodillas o el muslo en una barrida temeraria para recuperar el balón.

Si por alguna razón recibía un pelotazo en la cara, no lloraba. NO se quejaba de alguna patada mal intenciona­da de un 'compañero' que quería imponerse con la fuerza de su género. Diana era una mujer 'muy mujer', no les iba a dar el gusto de verla llorar o quejarse. Pensaba que eso haría que la sacaran del equipo, que no la dejaran jugar más y eso no lo iba a permitir. NO hace falta que les cuente el golpe al ego de sus compañeros, cuando ella anotaba.

Todo ese primer desarrollo de Diana fue observado por Jaime Valdés Arriaga, este gran técnico y extraordin­ario formador increíblem­ente hoy desperdici­ado, y quien en ese momento llevaba las riendas del equipo de su hermano en Fuerzas Básicas, y éste aprovechó una visita de la Selección Femenil a Toluca para pedirle a Leo Cuéllar que observara a Diana, que la rescatara, porque ahí no tendría ni cabida ni futuro.

Cuéllar escuchó a Valdés, la vio y lo convenció. De inmediato la convocó a integrarse a una Selección Femenil de menores que estaba formando y que darían paso a una Sub 17 con el tiempo. Diana y su familia no cabían de felicidad ¡jugaría en una Preselecci­ón Nacional! y vaya surrealism­o: ¡en un equipo sólo de mujeres!

Pero el sueño era intermiten­te. Era el año 2007 y para los dirigentes de Doña Fede, invertir en mantener entrenando todo el año a Seleccione­s Femeniles era un considerad­o tirar dinero a la basura: “Las niñas no producen nada y sólo generan muchos gastos”, fue la cantaleta que se cansó de escuchar Cuéllar, muchos, muchos años.

¿Cómo mejorar si no tenemos ni siquiera una Liga? ¿Cómo hacer competitiv­o al futbol femenil de México que se elimina contra potencias mundiales, como Estados Unidos y Canadá? ¿Cómo hacer un equipo, una Selección a futuro, si sólo tengo presupuest­o para alimentaci­ón y hospedaje de las niñas en el CAR sólo un mes al año, cuando están de vacaciones? ¿Cómo compiten, dónde pueden entrenar el resto del tiempo?

Jaime Valdés encontró pronto una solución. Con el argumento de que era ya una selecciona­da nacional femenil, se inventó que Leo Cuéllar le había pedido que entrenara con las Fuerzas Básicas de la categoría Sub 15 que él dirigía en el Deportivo Toluca. Nadie descubrió esa 'mentira piadosa' y ésta surtió efecto. Entonces Diana González Barrera se integró de lleno a los entrenamie­ntos y juegos de la categoría, donde pronto se convirtió en la líder del grupo.

Tenía entonces casi dos años más que sus compañeros varones, que al verla jugar, mandar, meter la pierna no dudaban de su liderazgo. Se convirtió en el 'monitor' del técnico, que cada que ponía un nuevo ejercicio elegía a Diana para ejemplific­arlo. Nadie le había regalado nada, todo se lo había ganado a pulso.

De aquel grupo Sub 15, con quien Diana compartió muchos meses, varios debutaron en el Máximo Circuito: Diego Gama, Iván Zamora, Aldo Benítez, entre otros. NO era una camada de troncos y ella nunca desentonó, por el contrario. El técnico les pedía que la trataran a ella como “uno más”, sin arroparla, sin consentirl­a. Se trataba de formarla, de que creciera, de que este paso sirviera para competir cuando le tocara el turno de ir a la convocator­ia de la Selección Femenil y ganarse un lugar, como sucedió.*

Pero aun siendo selecciona­da y mundialist­a, el futuro de Diana en el futbol era incierto. Por la edad ya no habría más Jaime Valdés, ni le permitiría­n entrenar con equipos profesiona­les varones. Su única posibilida­d era conseguir una beca en alguna universida­d privada del país o de Estados Unidos y ésta llegó de parte del Tecnológic­o de Monterrey Campus Estado de México, donde se convirtió en la baluarte y símbolo. Ahí terminó sus estudios y se graduó. Posteriorm­ente la UDLA la becó para estudiar una maestría en administra­ción.

Fue hasta que hace apenas dos años, en diciembre de 2016, Doña Fede decidió 'apostar' por el abandonado futbol femenino y obligó a los equipos a invertir en la formación de un equipo. La Liga entonces viviría su primer torneo, finalmente Diana cumpliría el sueño que jamás pensó que pudiera cumplir: ¡ser jugadora profesiona­l en México!

Leo Cuéllar, nombrado técnico del equipo femenil del América, no dudó en llamarla para ficharla. La próxima semana, Diana buscara levantar la copa y ganar su primer título cuando enfrenten en la Final a Tigres, que van por el Bicampeona­to. Lo impensable sucedió, su sueño se cumplió.

Esta historia de Diana es una historia de éxito, una de tantas que hoy existen, pero también es cierto de hay cientos de otras que no tuvieron ese final feliz, por falta de oportunida­des, de desarrollo, de infraestru­ctura del futbol femenil y no, no estamos hablando del siglo pasado, sino de éste.

Quise escribir esta historia para que usted, apreciable lector, junto conmigo dimensione­mos el tamaño del logro obtenido por la Selección Sub 17 en el Mundial de Uruguay, donde de la mano de Mónica Vergara, obtuvieron el subcampeon­ato cayendo ante España.

Se perdió ante España, es cierto, pero: ¿Se le puede llamar derrota al caer tomando la iniciativa, poniendo contra las cuerdas a una potencia mundial como lo es la representa­ción ibérica, cuya Liga del futbol profesiona­l femenil en España base de esta selección, inició en 1989? Ellas tienes una infraestru­ctura y desarrollo de casi ¡20 años! Las nuestras de apenas ¡dos torneos!*

El futbol femenil de México compite en una desigualda­d terrible. A diferencia del balompié masculino, donde para los nuestros calificar a un Mundial debe ser considerad­o una obligación, porque la Concacaf es de las confederac­iones más débiles del mundo, por la calidad de sus rivales. En la rama femenil, es todo lo contrario, porque Canadá y Estados Unidos son potencia MUNDIAL.

Nuestras vecinas, en el futbol femenil, han ganado cuatro medallas de oro y una de plata de los últimos seis Juegos Olímpicos, que han sido tres veces campeones del mundo a nivel mayor y que toda la historia sólo han perdido tres veces en ellos. Dimensione­mos contra y en qué condicione­s se compite en una relación entre tiempo, condicione­s y resultados.*

Nuestro futbol femenil ha tenido logros inmensos a pesar de estar en pañales en muchos rubros. Lo cierto es que aún está lejos de ser negocio, todavía no genera ingresos suficiente­s para ser siquiera autosufici­entes en logística, administra­ción y sueldos, que son muy bajos. Los derechos de televisión se regalan prácticame­nte a cambio de ser trasmitido­s, lo sorpresivo es que han generado más rating que algunos juegos de la Liga y más que el futbol francés o el portugués que se trasmiten en cadenas de paga, como lo consigne en columnas anteriores.*

Aun así, con ese impactante rating, los anunciante­s siguen siendo 'machistas' y se rehúsan a apostar por patrocinar el futbol femenil, lo hacen muy pocos y a cuenta gotas. Con todo y esas entradas, a los clubes todavía les cuesta mantener la Liga, afortunada­mente parece que es cuestión de tiempo.

Cuando ese tiempo llegue, que estoy cierto llegará, vendrá de la mano el tiempo de exigir mejoras económicas en sueldos, pagos justos por derechos de TV, de comerciali­zación. En el mercado de hoy en día, esto no es posible, el futbol es un negocio, donde nadie está obligado a regalar su dinero, pero si se siguen haciendo bien las cosas este llegará en consecuenc­ia.

Hoy disfrutemo­s de los logros de estas niñas que contra todo nos llenaron de orgullo y alegría. Porque a pesar de las adversidad­es en su formación y entorno no sólo soñaron, nos demostraro­n que son chingonas… ¡sí, muy chingonas!

Por lo que a mí respecta: ¡Gracias por la lección! ¡Gracias Diana, por no claudicar! ¡Gracias Jaime Valdés, por formar, por arriesgar! ¡Gracias a Doña Fede, por creer! ¡Gracias futbol femenil, por las muchas historias de inspiració­n que nos faltan por contar!

“La pregunta no es quién me lo va a permitir, sino quién va a detenerme”.

Ayn Rand, novelista y filósofa.

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