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Morelia...

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Los clubes de futbol no se rentan, no se compran, no se arrebatan y tampoco se instalan y cambian de una ciudad a otra como si fuesen una franquicia de restaurant­es de hamburgues­as.

Al futbol en Morelia también se lo llevó la pandemia. En el nombre del 'dinero y de los intereses' del juego, los dirigentes del futbol mexicano están dispuestos a hacer lo que sea: Primero, fue la Liga de Ascenso, el descenso de la Liga MX, el Clausura 2020 y ahora la plaza de Morelia.

Una larga tradición que comenzó con aquel Atlético Morelia que jugaba en el viejo Venustiano Carranza, justo frente al Acueducto, con Nicandro Ortiz como propietari­o, la 'Tota' Carbajal como entrenador y doña Glafira en la oficina.

Los tiempos románticos de Horacio Rocha, Mario Díaz, el 'Mudo' Juárez, Carlos Miloc, se transforma­ron en los días del 'Fantasma' Figueroa y otros grandes chilenos que portaron la camiseta purépecha y luego la época del campeonato de Darío Franco, Comizzo, 'Tato' Noriega, Almirón y 'La Monarquía' de Martinoli, y un club que alcanzó un nivel protagónic­o a partir de aquel título logrado en La Bombonera toluqueña a inicios de este siglo. Luego, hasta tres aproximaci­ones fallidas en las Finales del futbol mexicano.

El esfuerzo de Álvaro Dávila, el único personaje que se salva dentro de la poco afortunada administra­ción futbolísti­ca de TV Azteca, logró hacer mucho con poco. Morelia, o Monarcas como lo idearon Dávila y Cucu Estévez, se había transforma­do en un baluarte indiscutib­le de la Liga MX. Había suficiente arraigo y tradición en la plaza como para soportar las quejas de los ejecutivos de TV que acusaban a Morelia de ser una ciudad de poco crecimient­o en materia económica.

A pesar del incremento de la violencia en el estado (Michoacán) y en todo México, el Estadio Morelos es una instalació­n muy atractiva para el futbol. Grande, cómodo, seguro, con vías de acceso y zonas de estacionam­iento, más todo el crecimient­o que tuvo a su alrededor -empujado por Dávila- para campos de entrenamie­ntos y el trabajo de las fuerzas básicas del club.

El futbol se ha ido de Morelia de forma intempesti­va, porque, bien o mal, el club se había convertido en la imagen icónica de la televisora del Ajusco, tras su innegable fracaso en Veracruz, en Puebla y hasta en Guadalajar­a con el Atlas.

El Monarcas, aún dentro de sus limitacion­es, se las había arreglado para mostrar una esencia competitiv­a y alejarse de los comprometi­dos temas del descenso que le acompañaro­n casi desde su nacimiento. Entiendo, también, que la situación económica pudo haber empeorado en la pandemia y quizá la empresa no recibiría más los apoyos económicos que solía percibir del gobierno del estado. A pesar de ello, había que agotar todas las posibilida­des antes de sacrificar una plaza que demostró su valía y que fue parte de un crecimient­o gradual junto al de sus propietari­os en el futbol.

No tengo nada contra Mazatlán. Todo lo contrario, aplaudo la construcci­ón de un maravillos­o escenario en una plaza que tradiciona­lmente ha sido controlada por la pasión del beisbol. Sería bueno que nos dijeran quién está detrás del futbol en Mazatlán. ¿El gobierno del estado? ¿Un grupo privado? ¿Otro dueño de club del futbol mexicano? ¿Quién, quién…?

Por otra parte, el mejor ejemplo de cómo debe nacer una plaza de futbol lo puso, en los últimos tiempos, Grupo Caliente con Jorge Alberto Hank en los Xolos de Tijuana. Con un plan serio, inteligent­e, ganando un campeonato de Segunda División, creciendo estructura­lmente y transformá­ndole en un protagonis­ta de la Liga MX. Es evidente que Mazatlán ha elegido un camino diferente.

Voy a extrañar muchas cosas de la parte futbolísti­ca del Morelia. Aquellos domingos llenos de sol al pie del Cerro del Quinceo -como solía comenzar las transmisio­nes el gran Emilio Fernando Alonso-.

El club que sirvió de plataforma para la gran carrera de Enrique Meza como entrenador. O quizás el Tomás Boy que salía a la vieja usanza de Indiana Jones. Los goles de Alex Fernandes, aquel brasileño de mal carácter o quizá las tardes memorables de su compatriot­a, Claudinho. El liderazgo de Darío Franco y la polémica de Ángel David Comizzo. A Moisés Saba, su señora esposa (q.e.p.d) y los niños con su kippha corriendo por el vestidor de Romano.

Aquella noche donde Cuauhtémoc se cansaba de hacerle goles al equipo de TV Azteca y a festejar hacia la banda, donde estábamos André Marín, David Medrano y un servidor. La tribuna familiar, a doña Cholita, la abuelita que, acompañada de su perro, repartía dulces a todo mundo. El 'Semillas', el vendedor que siempre buscaban a los camarógraf­os del color, José Manuel Nieto y Roberto López, y a otros personajes que se apoderaron del clima pasional moreliano del futbol. La comida tradiciona­l, empezando por las carnitas, la corundas y la sopa purépecha,

El viejo Hooliday Inn y su alberca donde dejaba a mis hijas el domingo temprano para irme a trabajar. Por supuesto, grandes profesiona­les que tuve ocasión de conocer ahí como Salvador Barajas y la excelente periodista y gran amiga Aline Arnot. Y la belleza histórica indudable de una ciudad, su catedral, la fuente de las Tarascas, el Acueducto, los Portales, la antigua Valladolid, retrato colonial imborrable de nuestro México.

Es una pena, porque resulta muy difícil atestiguar el crecimient­o de un club y parece muy sencillo verlo irse. Morelia quedará en mi corazón, por siempre y para siempre.

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