LA PASIÓN NO SE PUEDE PROHIBIR
El coronavirus nos ha prohibido todo, pero no la libertad: tras 110 días, con tribunas vacías, el olor a pasto mojado desprendió el perfume de lo esperado
Se puede prohibir el agua, pero no la sed. Se puede prohibir el futbol, pero no la pasión. Se pueden prohibir los viajes, pero no la cultura. Se puede prohibir la cultura, pero no la lectura.
Se puede prohibir bailar, pero no la música. Se puede prohibir el viento, pero no la brisa. Se puede prohibir la caricia, pero no la sonrisa.
Se puede prohibir mojarse, pero no ver el mar. Se puede prohibir tocarse, pero no el respeto. Se puede prohibir el sonido, pero no el oído.
Se puede prohibir la fogata, pero no el fuego. Se puede prohibir el reconocimiento, pero no la satisfacción. Se puede prohibir el premio, pero no el mérito.
Se puede prohibir el presente, pero no el futuro.
Se pueden prohibir los abrazos, pero no el cariño. Se pueden prohibir los besos, pero no el amor. Se puede prohibir la entrada a los estadios, pero no el rodar del balón. El coronavirus nos ha prohibido todo, pero no la libertad.
Regresó el futbol, como el triunfo de la voluntad; nos escondimos entre tapabocas; ya no nos saludamos. Nos vemos por pantallas. Limpiamos la comida.
Pero, 110 días después, el olor a pasto mojado desprendió el perfume de lo esperado.
Pero como no es volver a esa normalidad que estábamos haciendo mal, volvimos fortalecidos. Lo hicimos con la cautela provista del instinto de supervivencia. Con la pelota bajo el brazo. Con la reafirmación de que donde bota algo redondo, todo mejora.
Ciudad Universitaria fue el marco de la lluvia, porque también aprendimos que no se puede atravesar la tormenta sin mojarse. Como metáfora de lo tupido, se empapó. Como ejemplo de lo incierto, apagó sus luces involuntariamente.
En este América vs Toluca, de simulacro, se fue la luz. Pero regresó, después de unos minutos, como ha regresado la esperanza fortalecida con el futbol como compañía.
Si un estadio vacío es el esqueleto de la multitud y las voces tienen los ecos de la desolación, con un inmueble pálido, sin gente, aún así avanzamos. Que no se vea, no quiere decir que no esté ahí. Y la afición acompañó este boceto de encuentro, desde la confinación, que rima con devoción.