SOLO BASTO UN CHISPAZO
EN UN CLÁSICO QUE NO LUCÍA, GIOVANI DOS SANTOS, CON UN ZAPATAZO, DIO 'LUZ' AL PARTIDO QUE NO SE VEÍA POR DÓNDE SE ABRIRÍA
Giovani hizo el gol que nadie pensó que haría. Desde la improbabilidad, disparó hacia el renacimiento. O hacia la victoria. Gio sigue siendo eso: el espasmo del futbolista que aparece para resolverlo todo para, después, tomarse vacaciones de sí mismo.
Su disparo fue como una vela que viajó prendida en el aire, con una lumbre intermitente, que se rehusó a ser apagada por el viento de la mediocridad, de la que ayer se escapó con aquel desplante de anotación cercana al ángulo.
Gio lo hizo como lo hacía en el pasado, mejorando su presente. Y el del América, ante unas Chivas con contornos de impotencia y carente contundencia, que los aprisiona en la pálida realidad de la inoperancia. El Clásico fue, pues, un intento de partido. La posibilidad de un juego concordante con la expectativa.
Y así, se disolvió en el agua tibia de lo esperado; esto fue reafirmado por Macías consumido por la prisa de ser el futuro de México, en un mano a mano con Ochoa, que resaltó que el muchacho mexicano tiene la mente en la celebración antes de hacer los goles.
Luego, un cabezazo del 'Chicote' reactivó a un Guillermo Ochoa,
que se teletransportó al pasado. Memo se lanzó, a contrapié, como en 2005, cuando le sacó de la raya un testarazo a Francisco Palencia. Fue algo tan parecido como revelador. Se supo después que por Ochoa no pasan los años sino que se alimenta de ellos para bien.
Después, Gudiño rechazó un tiro de fuego de Sánchez y Leo Suárez mandó un zurdazo supesónico que pasó contándole un secreto al poste más lejano rojiblanco.
Pasa que en México, sean Clásicos o no, los partidos son montados por la inconstancia. El balón rueda sobre un pasto muy parecido a una arena movediza. En esa dinámica tan comprimida, el Guadalajara pretendía ser más por obligación, mas que por convicción.
Al América le anularon un gol de Sebastián Córdova por exceso de peligro, porque no se vio ningún otro pretexto de falta en el área. Y así, con la cancha y el arbitraje inclinados hacia el Rebaño, nunca se tensó la trama, porque se confirmó que no por decir una mentira cien veces se convierte en verdad.
Los normales, fueron muy normales y los muy buenos fueron solamente buenos, a excepción de Gio, que con una piña colada vio el resto del partido en la banca, porque ya había hecho lo suficiente, nunca de más, en una noche de Clásico, como el Estadio Azteca: vacío.