Tabla Rasa
El sueño americano del que escribió en 1936 el poeta norteamericano Langston Hughes, es una reflexión sobre los sueños y aspiraciones de la clase obrera y pobre de Estados Unidos en aquella época, expresando también el anhelo de que aquel Sueño Americano llegase algún día.
Ese sueño hoy representa no un ideal de bienestar y oportunidad, sino más bien una promesa incumplida, cada vez más elusiva, tanto para el pueblo que habita esa tierra americana, como para todos ellos que quieren alcanzarla, dejando atrás su hogar y atravesando miles de kilómetros en búsqueda de refugio, simplemente porque no hay nada más que perder.
Esa América, donde habitan fuerzas opositoras como Jair Bolsonaro y Teodoro
Petkoff -el activista y guerrillero que luchó contra una dictadura en Venezuela, y encauzó la izquierda latinoamericana que hoy parece perdida- es la tierra que nunca ha sido lo que debía y sin embargo debe osar serlo.
Dondeuna niña hincada sobre el asfalto de una carretera en medio de la noche, exige a patadas y lágrimas ser niña y no migrante, dormir y no tener que atravesar un país caminando.
Esa tierra que nunca ha sido y que debe osar serlo.
Donde judíos y periodistas, homosexuales, estudiantes, no teman por su vida al ir a su templo, contar la realidad o expresar su opinión. Donde personas puedan volver a ser- no amenazas, blancos políticos, víctimas o minorías - solo personas.
Porque después de semanas que parecen insoportables por el peso de sus acontecimientos, son solo la sucesión de fuerzas que llevan tiempo gestando y acomodándose para formar el nuevo crisol político y social de nuestros tiempos.
Y por más difícil que resulte asimilar todo, es nuestro deber por lo menos intentar entenderlo. Comprender las crisis humanitarias, el odio y la exclusión. Pero también el presagio de una nueva era desafiante a esos valores democráticos que dimos por sentados y que ingenuamente olvidamos defender.
No bastará revolcarnos en catastrofismos, ni el pseudoactivismo de redes sociales. Porque las voces xenófobas y racistas, tanto en Estados Unidos como México, que resonaron en contra de los migrantes centroamericanos que atraviesan nuestro país, no deben de ser ignoradas ni
relativizadas.
Ese racismo, doble moral e hipocresía yace en el inconsciente colectivo mexicano desde hace mucho tiempo y se expresa todos los días.
Pero el error es no pensar que todo puede estar peor. Que los vientos siempre pueden soplar más fuerte, azotando los valores imprescindibles de la democracia y derrumbar el frágil mástil que forja el pacto social.
Que los centroamericanos somos también nosotros aspirando cruzar la frontera del norte y tener una vida más digna. Y también somos nosotros los norteamericanos que pateamos, insultamos y tememos a los migrantes. Somos el otro.
Que los mexicanos tenemos la doble condición de víctima y verdugo, y si no empezamos a reconocernos como tal, poco hacemos para enfrentar el presente incierto y un futuro desolador que pronto puede ser presente. Escribió C.P. Cavafy:
“No quiero voltear atrás por miedo a ver, aterrorizado, que tan rápido proliferan las velas apagadas, que tan rápido la luz con un soplido se extinguió.”