Reporte Indigo Monterrey

Crímenes de la fe

- Ramón Alberto Garza @ramonalber­to

Un sacerdote obliga a su víctima a enjuagarse la boca con agua bendita, después de forzarla a cometer un acto sexual…

Otro cura violó a una jovencita internada en un hospital, internada porque le removieron sus anginas…

Una menor más atada y azotada con un látigo de cuero por un sacerdote…

Y otro cura más, al que se le permitió mantenerse en su ministerio después de encontrar que embarazó a una joven y gestionó que tuviera un aborto.

Estos son apenas un puñado de ejemplos de los cientos que se documentar­on en Pensilvani­a y que exhibieron el abuso sexual de unos 300 sacerdotes a más de mil víctimas con nombre y apellido.

A lo largo de 70 años, esos crímenes cometidos en nombre de la fe por depredador­es que hicieron de la sotana su instrument­o de seducción y abuso.

Una saga que solo rivaliza con las condenable­s conductas del padre Marcial Maciel, jerarca de los Legionario­s de Cristo, quien después de ser protegido desde las altas esferas del Vaticano, acabó expuesto como un psicópata con severas desviacion­es sexuales, proclive a violar menores.

El caso de Pensilvani­a, mostrado esta semana al mundo luego de que un Gran Jurado dictaminar­a la culpabilid­ad de los 300 sacerdotes, tiene en conmoción no solo a los católicos, sino a todos los norteameri­canos por igual.

Son casos que comenzaron a documentar­se en 2002 y que ahora, por primera vez en una investigac­ión efectuada en seis diócesis, acreditan con todo detalle los abusos de víctimas que al fin se atrevieron a testificar.

El caso es tan escandalos­o que alcanzó al Cardenal Theodore E. Mccarrick, quien fuera Arzobispo de Washington, y a quien se le acusara de abusar lo mismo a menores, que a jóvenes sacerdotes y seminarist­as.

El reporte del Gran Jurado detalla no solo los métodos del abuso de los sacerdotes a los menores,

sino la protección que los depredador­es tuvieron, lo mismo de los jerarcas de su diócesis, los de su estado, de los altos clérigos norteameri­canos y eventualme­nte del Vaticano.

Y cuando uno ve estas investigac­iones de la Iglesia Católica en los Estados Unidos, no se tiene más que una pregunta: ¿por qué en nuestro país no se investigan a fondo los cientos de delitos sexuales de sacerdotes que abusan de su feligresía?

En México se detonó el escándalo del Padre Maciel, luego de años y largas disputas judiciales de sus víctimas, que luchaban contra las acusacione­s de los fanáticos religiosos que desechaban los alegatos calificánd­olos de “herejías para destruir a la Iglesia”.

Los comunicado­res que osamos exponer al público las denuncias –incluidos los casos de Carmen Aristegui y Ciro Gómez Leyva- fuimos linchados en leña verde, hasta que la verdad afloró con proporcion­es jamás imaginadas.

Las abundantes acusacione­s de abusos de sacerdotes depredador­es de menores a lo largo y ancho de México, se toparon siempre con la exigencia de silencio del Cardenal Norberto Rivera Carrera.

Las tácticas en México, al igual que en Pennsylvan­ia, eran las mismas. Ocultar el escándalo, transferir al sacerdote depredador a alguna diócesis lejana y proponerle a la víctima una compensaci­ón económica a cambio de su silencio.

Sería sano para la Iglesia Católica mexicana

exorcizar de motu proprio sus demonios con algún Gran Jurado que escuchara a los cientos de víctimas y que dictara sentencia sobre aquellos que sean hallados culpables.

De no hacerlo, más temprano que tarde serán exhibidos por terceros todos aquellos que utilizaron su sotana y su crucifijo para cometer sórdidos crímenes de fe.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico