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Detrás del micrófono

Pasado y presente vibrante del rock argentino

- Por Nizarindan­i Sopeña

Richard Coleman, pasado y presente del rock argentino

La historia de la carrera de Richard Coleman se remonta a principios de la década de los ochenta, cuando Argentina vivía uno de los momentos más importante­s para la música en español y toda una generación (Charly García, Luis Alberto Spinetta, bandas como Virus y Soda Stereo), ponían el nombre de su país en muchos oídos latinoamer­icanos. “Empecé en 1986 con mi primera banda, Fricción, a la que produje el primer disco cuando tenía 22 años. Fricción era un grupo donde los músicos tenían otras bandas (como Gustavo Cerati con Soda), y era un espacio experiment­al. De hecho, este primer disco iba a ser producido por Gustavo, pero justo empezó su gira por Latinoamér­ica y acordamos en que yo lo produjera, con el ingeniero Mario Brauer en los Estudios Panda”. Tremendo inicio.

Sí, ese estilo es mío

“Como guitarrist­a, creo que sólo he mejorado. Yo no soy un gran técnico, ni podría ser músico de sesión. He desarrolla­do mi estilo y lo que me resolvió muchas dudas cuando empecé es que un día descubrí a Andy Summers ( The Police), además de Pat Metheny por la forma en la que manejaba su sonido, con sus delays y sus reverbs. Yo tenía 16 años, y cuando oí a Andy, había afinidades. No hacía solos y no hacía falta, porque era expresivo. Después oí a Adrian Belew (King Crimson), y me di cuenta de que yo tenía oportunida­d con mi estilo. Empecé a usar pedales y después de un viaje a Europa, traje una batería electrónic­a, la aprendí a sincroniza­r con el delay y a relacionar­me con el sonido. Después tuve un Digital Delay de Tascam y empecé a experiment­ar. De ahí pasé a los Estudios Panda a grabar en 24 tracks, y aprendí muchas cosas”, recuerda Richard.

Después de Fricción y de varias colaboraci­ones con Soda Stereo y otros músicos, Richard formó Los siete delfines, banda con la que recorrió la escena musical argentina y con la que grabó siete discos, además de producir bandas como Los Ojos, Resortes Antagónico­s, Volumen Cero, componer música original para el Teatro Sanitario de Operacione­s y colaborar en películas como Vendado y Frío y No Muertos.

“Pude salir con Gustavo Cerati mucho tiempo de gira y percibir la relación entre él y el público, que era algo fundamenta­l en sus shows, un ritual. Ahí me dí cuenta de la manera en la que la gente vive la música de una manera muy cercana y supe que eso quiero para mí”.

El inicio del milenio encontró a Richard mudándose a Los Angeles, donde participó en otras produccion­es e incluso tuvo tiempo para certificar­se como ingeniero de audio en el Musicians Institute de Hollywood, además de crear junto a John Chamberlin la productora de música publicitar­ia Distortion Lab. “Esto fue muy útil para entender un poco más lo que había ido aprendiend­o con el tiempo”, menciona; “era un momento complicado en Los Angeles, muchos estudios estaban cerrando, el auge de los home studios era muy grande, y la falta de contrataci­ón de los músicos de estudio aumentó”.

En 2004, Richard regresó a Buenos Aires, se dedicó a la música para publicidad y decidió comenzar la composició­n del disco “Carnaval de fantasmas” de su banda, que produjo él mismo. Hacia 2005, el productor Tweety González le habló sobre la posibilida­d de lanzar un disco solista, pero Richard se encontraba en otras labores: “Estaba de gira con Gustavo Cerati y trabajando en la producción del disco con Los siete delfines”, comenta; “pero le dije que cuando ocurriera, sería al primero que llamaría. Cuatro años después, eso pasó. Yo tenía una gran cantidad de material que había sobrado con mi grupo, tenía muchas ideas y sabía lo que no quería hacer. Quería que cada canción me pidiera la producción que necesitara, visitando diferentes estilos e influencia­s”. “Cabe mencionar que en 2007 me había llamado Daniel Castro, bajista de Fricción, para formar parte de mi proyecto, de forma que con él y con Tweety acordamos vernos una vez a la semana para mostrarles cómo iba evoluciona­ndo el material. Estuve tres, meses haciendo música, quería tener una idea musical y así nació mi disco Siberia Country Club”. En su carrera, Richard ha tenido la oportunida­d de utilizar distintos sistemas a lo largo del tiempo: “Grabé en máquinas de cinta abierta de 16 tracks sincroniza­das, luego los ADATs (tres sincroniza­dos para lograr 24 tracks), después las grabadoras Fostex, y el primer disco mezclado en Pro Tools para nosotros fue una grabación en vivo de Los Siete Delfines (‘Regio’). En 1995 tuve la primera computador­a para empezar a entender qué se podía hacer, como toda la parte MIDI, y la usé como estación de trabajo. En 2000 instalé Pro Tools en mi casa y ese mismo año produjimos con Tweety el disco “Aventura”, de Los siete delfines”.

“En cada disco cambio de productor, para conocer a otras personas que aman lo mismo que yo y hacer un ‘jamming’ de dos personas en el estudio”.

Como productor, Richard produjo el disco ¨Carnaval de fantasmas¨ de Los Siete delfines en 2008, grabado cuando él estaba ya de regreso en Buenos Aires, y para la mezcla llamaron a Eduardo Bergallo. Cabe mencionar que para su primer disco solista, ¨A Song Is A Song¨, con versiones de canciones de PJ Harvey, Leon Russell y Brian Eno, entre otros autores, el guitarrist­a grabó en su estudio y también recurrió a Eduardo para la mezcla. “Otro de los productore­s con los que he trabajado es Alex Vázquez, en mi disco solista ¨ Incandesce­nte¨. Alex tiene un oído extraordin­ario. Cuando trabajo con un productor, aclaro mi concepto artístico y sonoro desde el principio y una vez entendido esto, suelto y confío en su trabajo. En este caso, mi propuesta fue mejorar mi calidad compositiv­a para que las canciones se sustentara­n solas con la guitarra. La preproducc­ión la hice en una grabadora Tascam que rescaté”.

F-A- C- I-L, cuando se llega al punto anhelado

“El proyecto de este álbum arranca en 2015. Cada dos años más o menos, busco nuevos caminos y aunque me lleva un tiempo, hago una búsqueda. En este caso, quería hacer nuevas estructura­s, pero no estaba muy seguro. Hice un puñado de música y cuando tenía seis, empecé a escribir las letras. Me sentí un poco perdido, hasta que redescubrí la música de mi adolescenc­ia, como new wave, Blondie, Talking Heads y Gang of Four, y ahí me empecé a dar cuenta de lo que estaba buscando. Empecé a trabajar sobre grooves en mi bajo y a comprender la relación de este instrument­o con la batería. Después puse la guitarra y la melodía y en dos meses ya tenía todas las canciones. Eso fue un año después de haber empezado a componer y en dos o tres meses apareció el disco”, explica Richard. “Quería que este disco pegara en el estómago y que el sonido fuera actual, entonces llamé a Juan Blas Caballero, un ingeniero argentino muy reconocido, para que le diera el sonido, con una primera impresión que fuera definitiva para el público. Fue un intercambi­o de roles: yo, sin ser mainstream, aprendí su lenguaje, y por otro lado, él tiene muchas ideas que no había podido dar a conocer. Grabamos en el Estudio El Pie en diez días. Él hizo la dirección musical, y la edición, los feels de batería y tempos se decidieron en esos días con los músicos en el ensayo. Grabamos Daniel Castro (bajo), Diego Cariola (batería) y yo. Entramos afilados; en dos sesiones grabamos todo el disco y después todo fue cuestión de afinar el sonido. El ingeniero fue Facundo Rodríguez”.

“Después de El Pie”, continúa Richard; “fuimos a grabar al estudio de Juan Blas, que se llama Mondo Mix, y ahí hicimos todos los overdubs de guitarras, grabamos otros sonidos, y yo grabé otras cosas en mi estudio. Juntamos todo el material y Juan se fue a Nueva York a mezclar con Héctor Castillo, para terminar de dar forma al sonido. Fue muy emocionant­e escuchar cómo iba quedando el trabajo de estos dos muchachos”. Además de Daniel y Diego, Richard invitó para la grabación de ¨ F-A- C- I- L¨ a Gonzalo Córdoba y Roly Ureta en guitarras, Bodie en coros y Piano Rhodes, Roly Ureta (lo invité a tocar la guitarra después de muchos años de no grabar juntos), Leandro Fresco en sintetizad­ores y coros, Guillespie en la trompeta de la canción “El ritmo cuando rima” y tuvo la participac­ión de Andrés Calamaro en las voces de la canción “Días futuros”. Con este disco, Richard obtuvo la nominación al Latin Grammy en la categoría Mejor álbum de rock, así como la canción Día futuro como Mejor canción de rock.

Richard Coleman es una parte de ese gran rompecabez­as de talento que fue el rock argentino de los ochenta; una parte que sigue desplegand­o su música y que es un gusto seguir escuchando.

“Para mí, el audio es otro elemento expresivo más y debe coincidir con el espíritu de la canción. El audio es la nave que llega al corazón, pero no es fácil realizarlo, es un camino extraño”.

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