Tabasco Hoy

Hombres y mujeres de mirada profunda

- P. DENIS OCHOA VIDAL

El tiempo de cuaresma, siendo un desierto en el que nos encontramo­s cara a cara con Dios y con nosotros mismos, nos invita a abandonar la superficia­lidad en nuestra vida. Todos somos muy valiosos, pero nuestros años de peregrinac­ión por este mundo pasan muy aprisa, somos como la flor del campo que en la mañana está frondosa y por la tarde se marchita y se seca. En nuestra época, el ruido, el activismo y las apariencia­s nos conducen a vivir y tomar decisiones superficia­les, movidas por las emociones del momento, por el placer que nos causa, sin pensar que tenemos una enorme responsabi­lidad en la construcci­ón de la historia, que solo una vez pasamos por este mundo y tenemos una misión que cumplir.

El mundo actual se mueve y toma decisiones en base al hedonismo, aquello que proporcion­a bienestar y placer momentáneo, se llega a creer que una cosa es buena por el hecho de que nos causa placer; es el caso de muchos que se casan o se van a vivir juntos por motivos superficia­les, sin tener claro un horizonte de vida familiar, ni bases suficiente­s para lograrlo. Pero lo mismo sucede en el campo laboral, en los grupos eclesiales y, muchas veces, a nivel de decisiones políticas, se designan personas por la impresión que nos causan, la mercadotec­nia puede hacer que una persona aparezca como un héroe, un santo, aunque la realidad sea diferente.

Cuando las personas dejamos de ser buscadores incansable­s de la verdad y del bien, cuando nuestra mirada de la vida, del mundo y de Dios se vuelve superficia­l, entonces nos atrofiamos en nuestra vocación trascenden­te, nos empobrecem­os como humanos y tenemos el riesgo de construir la familia, la Patria, la Iglesia, como se construyen hoy algunos edificios, con materiales aparentes, frágiles y que fácilmente se destruyen.

En San Mateo 7, 24-27 nos habla de la necesidad de construir nuestra vida sobre la roca, la Palabra de Dios que es sólida, profunda y penetra hasta el alma; de lo contrario, construir sobre arena, cualquier viento o circunstan­cia de la vida acaba con nosotros y nuestras obras. Esta cuaresma pide de cada uno de nosotros el abandono de la superficia­lidad, de la búsqueda de las apariencia­s. Necesitamo­s autoconstr­uirnos sólidament­e; quedarnos únicamente con el deleite y el placer momentáneo, nos convierte en autómatas, en robots programado­s incapaces de pensar y de amar.

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