Granier y el oso
Un cuento con un epílogo sencillo: si te metes, aguántate La ambición de demostrarle a todos algo puede perderte
Hablemos en parábolas. Les reproduzco un cuento que los veteranos de la política —que conocen de qué forma ciertas situaciones adversas se pueden resolver con una decisión personal—, solían recordar cuando un enconado adversario volvía a la palestra y parecía tomar súbita ventaja.
Para este cuento, les suplico, estimados lectores, que imaginemos que el envalentonado «Químico» Andrés Granier Melo es un viejo cazador, que en un afán de demostrarle a todos que es el mejor, decide participar en una competencia en la que está seguro vencerá:
Aquella mañana el que se creía temible cazador despertó con los primeros resplandores del sol en las cretas de la sierra. Avivó el fuego de una hoguera casi extinguida; preparó café y se dispuso a emprender la emocionante jornada.
«Presiento que hoy es un día de suerte», dijo para sí, desperezándose y tomando su impedimenta. Se ató el cinturón de la fornitura, se echó el rifle al hombro y partió alegremente.
El «Químico» cazador estaba ahí para matar un gran oso. Largos meses habíase preparado, porque estaba resuelto a volver a casa con el trofeo magnífico [de la alcaldía de Centro]: rifle de gran potencia, pistolón de reserva, impresionante cuchillo, parque en abundancia, prácticas de tiro y sobre todo ilusiones, muchas ilusiones.
Lo que no podría permitirse jamás era fallar. Con terror pensaba en las burlas de sus amigos, si regresaba con las manos vacías, después de tantos alardes. Hasta los «puramente químicos» se reirían de él. No podría seguir viviendo con la frustración a cuestas. No, definitivamente esta cacería sólo podría concluir de un modo: un oso muerto y un cazador inflado de orgullo.
Los compañeros de campamento [del PRI] le desearon suerte a gritos; pero él alcanzó a escuchar algunas risitas a sus espaldas. “Ya verán quién ríe al último”, se dijo, cuando con poderosas zancadas comenzó a subir por la escarpada ladera.
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Unas horas después iba caminando cautelosamente por una angosta ladera de la montaña. El instinto le advirtió que estaba a punto de producirse el encuentro anhelado. Asentando cuidadosamente sus pasos, lo mismo para no hacer ruido que para no ir a caer al fondo del precipicio.
A pesar del aire frío, sudaba. Con la mano izquierda soportaba el peso del rifle, en tanto que la diestra iba colocada perfectamente sobre el gatillo.
El sendero torció hacia una pequeña explanada. Y ahí estaba el oso: soberbio, enorme.
El cazador Granier sintió que perdía la respiración.
El corazón [que antes le falló] le golpeaba el pecho, la garganta y los oídos. El oso lo miró con la misma ternura con que Donald Trump vio a Kim Jong-un. Y le enseñó una pavorosa dentadura, al tiempo que las zarpas delanteras batían el aire.
Un rugido estremeció la montaña y los huesos del «Químico» cazador. La hora final para cualquiera de los dos había llegado.
El ex gobernador tabasqueño aspiró a todo lo que daban sus pulmones; plantó sus piernas como columnas de Hércules, y con preciso ademán, se puso el rifle al ojo.
El cañón del arma apuntaba al corazón de la fiera. El seguro bajó suave y rápidamente hasta una pequeña ‘F’ grabada en el metal. Un dedo índice, adiestrado y firme, se movió hacia atrás, sin convulsiones, y una idea relampagueó en el cerebro del cazador: «este tal por cual oso está más muerto que un ex aspirante a la gubernatura de Tabasco». Pero cuando esperaba oír el estruendo del .444 Marlin —¡un eco formidable rebotando entre cerros y valles!—, todo lo que escuchó fue un ridículo y espeluznante «click».
Espantado, Granier abrió el cerrojo del arma. El pánico se apoderó de él cuando vio... que no había cartuchos. Simplemente se le olvidó cargar el rifle. ¿Sería ese el motivo de las risitas que escuchó a sus espaldas?
Arrojó al suelo el arma larga y echó mano de la corta: un revolver que llevaba en el cañón la palabra Magnum, antecedida del número .357.
«Bueno, un tiro de éstos también podrá matar al oso», se dijo el precandidato del PRI, al tiempo que la diestra se escurría hasta la funda de la cadera, como en los Western. Pero todo lo que había ahí era la funda. No se detuvo a pensar si se le había caído la pistola o si la había olvidado.
Mirando cómo el oso iniciaba su implacable avance, el cazador sintió que el heroísmo le llamaba. ¡Sería Tarzán o David Crocket en una pelea a cuchilladas contra las zarpas y los colmillones de un oso! Pero —ya lo habrán adivinado ustedes— tampoco había cuchillo. Y entonces sí, un loco terror comenzó a subirle al «cómico», digo al «Químico» y a bajarle desde la campanilla hasta las agujetas.
Sin embargo, mientras hacía el side-step mejor que un campeón de boxeo para que no lo alcanzaran los zarpazos, se buscaba desesperadamente en los bolsillos algo que tuviera capacidad contraofensiva. En la secreta del pantalón descubrió un pequeño objeto. Era una navajita. La abrió. Tres centímetros de hoja.
Antes de que el oso estallara en carcajadas y procediera a comerse al desdichado Granier,
éste cayó de rodillas, mirando al cielo y con los brazos en cruz.
Hasta el oso se detuvo a escuchar la oración fervorosa: —Dios mío, si eres partidario de esta mala bestia, haz que de un zarpazo me arranque el corazón. Si eres partidario mío (lo que dudo mucho, a juzgar por los hechos), haz que de un tajo con esta infeliz navajita le corte la yugular a la fiera y se muera instantáneamente...
El político se puso de pie, tomó sólidamente la navajita entre el pulgar y el índice, y miró directo a los ojos a su terrible adversario para comenzar a moverse en círculos como los más acreditados puñaleros del barrio:
—Pero si por desgracia eres neutral, oh, Dios, ¡Qué pelea vas a ver ahorita! -concluyó la oración. Y también el cuento.
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El mensaje final de esta narrativa está en el epílogo: Que no por la ambición de demostrar a tus compañeros que eres el mejor, se te olvide revisar con qué cuentas para cazar al oso, que bien puede llamarse «tabasqueños decepcionados por tu pasado», o «si te metiste aguántate».
No es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor, y ejemplo de ello son las malas acciones, como el CENMA, las avionetas cargadas de efectivo saliendo a Mérida para comprar hectáreas de tierra en Kanasín, Yucatán, que son las que te hicieron perder las balas del rifle, olvidar la pistola y el cuchillo, que en esta fábula serían los valores éticos y actitudes personales como la honestidad, la transparencia y la capacidad de lograr resultados.
Pero cuidado con la navajilla de tres centímetros que podría traer Granier en los bolsillos para matar al oso; se llama «falta de memoria», «conveniencia» o llanamente: «acarreo y compra de votos». Ahí están las pricicletas de ejemplo.
¿Pobre oso?
«El poder no consiste en golpear siempre o con frecuencia, sino en golpear oportunamente»
HONORÉ DE BALZAC