Alcohol y volante: trágica combinación
Para nadie constituye novedad alguna señalar que el conducir un automóvil en estado de ebriedad implica poner en riesgo la integridad y la vida de quien conduce, de otros conductores y de los peatones que tengan la mala fortuna de cruzarse en su camino.
Desafortunadamente, ni la repetición de las razones por las cuales tal afirmación es acertada, ni el registro de sucesivas accidentes fatales –lo cual demuestra de forma trágica el acierto del señalamiento– parecen suficientes para hacernos recapacitar respecto de la necesidad de actuar con mayor severidad en contra de quienes conducen en estado de ebriedad.
Y en esto, nuestras autoridades –estatales y municipales– persisten en sostener una actitud de ambigüedad –por utilizar un término amable– respecto del problema: por un lado, se discute acaloradamente el sostenimiento de reglas para limitar el horario de venta de bebidas alcohólicas, pero por otro no se hace gran cosa para combatir las conductas que sí constituyen un riesgo y que están relacionadas con el consumo de alcohol.
El más reciente caso ocurrido en nuestra ciudad, en el que una conductora arrolló a dos empleados municipales –causándole la muerte a uno de ellos y lesionando gravemente al segundo– ilustra de forma puntual el problema, pues la tragedia ocurrió a una hora temprana de la noche, lo cual deja claro que no es un problema de horarios el que debe resolverse.
El problema de fondo es que, aún cuando todo mundo sabe –o debería saber– que conducir ebrio implica una falta, también se sabe que difícilmente habrá una consecuencia importante para quien incurra en la misma.
¿Por qué? Porque como acabamos de atestiguarlo con la muerte de un empleado municipal –y lo hemos visto en casos similares–, quienes sufren las consecuencias de que se tolere la existencia de conductores ebrios son los terceros a quienes atropellan o les quitan la vida.
La pregunta que todo mundo debe hacerse tras lo ocurrido la semana anterior es si pudo evitarse la muerte del empleado municipal que regaba el pasto de un camellón cuando fue arrollado por una conductora ebria. La respuesta es un contundente sí.
Eso implica que autoridades y ciudadanos tenemos la obligación de preguntarnos cuáles pueden ser las acciones capaces de evitar que una persona se ponga detrás del volante cuando ha ingerido bebidas alcohólicas y cuáles son las estrategias eficaces para convencer a quienes incluso creen que manejan mejor bajo el influjo del alcohol.
Valdrá la pena que en el propósito de responder a la pregunta, nuestros políticos no intenten –como suelen hacerlo– transitar por el camino fácil de buscar nuevas restricciones a la venta de bebidas alcohólicas. El problema no es que las personas decidan embriagarse: quien quiera hacerlo, puede beber hasta la inconsciencia; lo único que debe evitarse es que ponga detrás de un volante luego de haberlo hecho.
SE DISCUTE LIMITAR EL HORARIO DE VENTA DE ALCOHOL, PERO NO SE HACE GRAN COSA PARA COMBATIR LAS CONDUCTAS QUE Sí CONSTITUYEN UN RIESGO