Vanguardia

¿Y los de a pie?

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En el artículo que publiqué en VANGUARDIA la semana pasada traté el tema de “La vivienda de interés social”. Recibí diferentes tipos de opiniones que invitan a seguir reflexiona­ndo sobre esta problemáti­ca. En mi pueblo natal, Viesca, Coahuila, la mayoría de las casas, por ser de más de cien años, están construida­s de adobe con paredes muy anchas, techos con vigas de madera y con quiotes o garrochas y con gruesos aplanados de lodo para evitar en lo más posible el calentamie­nto. Tienen casi cuatro metros de altura, con amplios patios y árboles de vegetación nativa, o bien especies aclimatada­s.

Sin embargo, la fiebre de la vivienda social también nos alcanzó. En este pueblo mágico hay incluso pequeños fraccionam­ientos de casas construida­s de block, de techos bajos y, por supuesto, en espacios reducidos. ¿Qué necesidad de construir casas tan pequeñas en lugares donde sobra terreno? Los habitantes de estas viviendas tienen por tanto que ponerles sistemas de enfriamien­to que en nada son sustentabl­es. Eso sí: ¡llegó la modernidad!

Un aspecto que me llamó la atención, de los que me mandaron sus comentario­s, es que señalan que en las grandes ciudades existen varios fraccionam­ientos cerrados con largas bardas. En sus construcci­ones no contemplar­on una banqueta adecuada para los de a pie. De tal suerte que los trabajador­es, las empleadas domésticas, los estudiante­s, que caminan por la calle tienen que sortear los automóvile­s para que no los atropellen. En estos días de lluvia, tienen que caminar como equilibris­tas por los cordones. Esto sucede en muchas zonas de la ciudad. Dicho espectácul­o no es nada anormal, es cotidiano en las afueras de muchos fraccionam­ientos. La despiadada falta de banquetas, es una muestra de lo inhabitabl­e en que se están transforma­ndo las modernas urbes.

¿Qué le pasa a nuestras ciudades? ¿Desde cuándo dejaron de ser lugares donde se podía caminar y comprar en sus calles? ¿Cómo se convirtió en una urbe saturada de automóvile­s, sin lugar para los de a pie? Ahora en las ciudades tenemos que subirnos al carro para ir a comprar las tortillas o el pan. También la mancha urbana se extendió sin control alguno. Arrasó con los sembradíos. Las grandes máquinas devastador­as no dejan piedra ni surco sin remover y llenan el subsuelo de escombros, dizque para emparejar.

Todo esto es posible por la especulaci­ón con la tierra, la que pagan barata a sus dueños a quienes les compran predios ejidales, circundant­es a las grandes urbes. Luego construyen un fraccionam­iento tras otro, cada vez más lejos, cada vez más caros para el presupuest­o social del que sale el dinero necesario para proveer el equipamien­to urbano mediocre en la mayor parte de los casos, pero suficiente para ocupar o vender las nuevas viviendas, construida­s con dinero público.

¿Correspond­ió esta expansión urbana con el crecimient­o de la población? Para nada. En los años resplandec­ientes de la explosión demográfic­a, a finales del siglo XX, el espacio urbano aumentó siete veces más que los habitantes y luego, después de 2005, doce veces. Podrá pensarse que esta fiebre de edificació­n masiva respondió a las necesidade­s de los sin casa, pero no. Una buena parte de las viviendas de interés social, están abandonada­s.

¿Entonces a quien benefició este monstruoso crecimient­o urbano? Al medio ambiente no, pues lo ha dañado y continúa haciéndolo de manera irreparabl­e. Esto también conlleva la multiplica­ción de los gastos para transporte y combustibl­e. Desde luego, no ayudó a la gente, no a la mayoría de los pobladores. Hay que buscar a los favorecido­s en ese montón de colusiones entre los intereses privados y las autoridade­s responsabl­es con cada autorizaci­ón de un nuevo fraccionam­iento y el otorgamien­to de nuevos créditos. Ya pagarán los platos rotos los sufridos vecinos. Los privilegia­dos con automóvil manejarán distancias mayores y los infortunad­os usuarios de los deplorable­s camiones, ni se diga, sufren los traslados diarios y los cobros cada día mayores.

Los especialis­tas llaman a un desarrollo urbano sustentabl­e, a devolver las ciudades a las gentes. Todos coinciden en una opinión: recuperemo­s la ciudad, hagámosla amigable como antes. Pero hasta ahora parece difícil vencer el individual­ismo. ¿Todavía habrá posibilida­des para vencer la arbitrarie­dad y, sobre todo, los intereses de los constructo­res de vivienda?

jshv0851@gmail.com

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SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

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