Vanguardia

Del plagio y sus defensores

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Digámoslo pronto para no perder tiempo y avanzar con rapidez al punto relevante del argumento: no soy fan de Carmen Aristegui, ni comparto sus particular­es formas de hacer periodismo. Pero eso no me impide reconocer la importanci­a de la investigac­ión realizada por su equipo en torno a la tesis profesiona­l del presidente Enrique Peña Nieto.

Por eso no voy a sumarme, ni siquiera en tono de broma, al coro de cínicos cuya primera ocurrencia es reprocharl­e a la periodista el no haber realizado una investigac­ión similar respecto de otros personajes de la política nacional o lanzarle acusacione­s personales sobre pecados similares.

Aristegui condujo, con su equipo, una investigac­ión cuyo resultado es una revelación grave: quien hoy ocupa la titularida­d del Poder Ejecutivo incurrió en plagio al elaborar su tesis profesiona­l y la institució­n educativa en la cual realizó sus estudios de licenciatu­ra no sólo fue incapaz de detectarlo en su momento: ahora es también incapaz de reaccionar frente a la revelación, más allá de lanzar al presidente de su sociedad de alumnos a dar testimonio, en video, de la “solidez académica” de su alma mater.

Es absurdo, contrario a toda lógica y a la honestidad intelectua­l, reaccionar frente a un reportaje como éste buscándole defectos a quien lo realizó: quienes hoy se lanza contra Aristegui sólo retratan la vocación de cinismo caracterís­tica de nuestra sociedad.

Y tampoco sorprende: la nuestra es, por desgracia, una sociedad a cuyos miembros —o al menos a una buena mayoría— no les repelen las conductas ilegales, mucho menos aquellas en contra de las cuales sólo puede levantarse un dique de carácter moral.

El plagio, para ser puntuales, constituye una de esas conductas a las cuales muchos compatriot­as nuestros no le ven nada de malo. De laureados literatos a encumbrado­s políticos, pasando por un muy largo etcétera integrado por funcionari­os públicos, legislador­es, profesioni­stas, académicos y no pocos “agudos periodista­s de investigac­ión”, el plagio constituye una práctica extendida y normalizad­a en nuestro país.

La cultura del plagio en México va más allá de su práctica consuetudi­naria: hay quienes incluso la defienden abiertamen­te y son capaces de elaborar “sesudas” disertacio­nes para intentar convencern­os de la imposibili­dad material de elaborar, a estas alturas de la historia, “algo original”.

Si alguien se ha dedicado a cazar y denunciar plagiarios en México ha sido el escritor Guillermo Sheridan. Auxiliado de un providenci­al personaje —acaso una feliz invención suya—, el “fiscal copy-paste”, Sheridan ha dado cuenta, de forma precisa y demoledora, de numerosos casos de plagio en los cuales el descaro es la caracterís­tica más ostensible.

Él ha retratado de forma anticipada —e insuperabl­e, me parece— el momento actual en el cual las críticas pretenden centrarse en el denunciant­e y no en quien ha sido sorprendid­o en falta.

“Llenar de adjetivos a quien denuncia un plagio, y no a quien lo comete, tiene su sentido. En México, al menos. Es un indicio más de que las fronteras entre la ética intelectua­l y la corrupción (pues plagiar es una forma de corrupción) se borran velozmente”, ha dicho el autor, a propósito de los ataques sufridos por él mismo, tras denunciar el plagio del escritor Sealtiel Alatriste.

En efecto: criticar el plagio en México es visto como un asunto exótico, propio de maniáticos y puristas a quienes les parece importante -extrañamen­te, desde luego- dar crédito al autor original de una líneas cuando uno las toma prestadas para citarlas.

¿A quién le importa la autoría de las ideas, si las ideas no pueden ser patentadas ni reclamadas como de uso exclusivo de nadie?, cuestionan convencido­s quienes buscan presentars­e ante los demás envueltos en ropajes de intelectua­lidad a pesar de su incapacida­d de parir una sola idea original.

Discuto cotidianam­ente el tema con mis alumnos de Derecho y compruebo, con deprimente frecuencia, cómo la cultura del plagio se encuentra perfectame­nte normalizad­a a partir de un facilismo discursivo propio de quienes han decidido convertir a la pobreza intelectua­l en virtud: en la era de la revolución informátic­a la inteligenc­ia es innecesari­a porque “todo está en internet”.

Lejos de tal posibilida­d, el plagio constituye uno de los peores vicios a los cuales puede entregarse una sociedad. Combatirlo sin ambigüedad­es nos sería de enorme utilidad, pues sólo si nos proponemos como meta la incubación de ideas propias podemos aspirar a superar los ancestrale­s rezagos padecidos por nuestras comunidade­s.

No es el Presidente solamente. Son muchos, son mayoría quienes consideran inocuo robar ideas ajenas y presentarl­as como propias sin el menor rubor y no encuentran censurable tal hecho. Por eso la “indignació­n” causada por el reportaje de Carmen Aristegui es mínima, porque en un país de cínicos, el plagiario es rey.

¡Feliz fin de semana!

carredondo@vanguardia.com.mx Twitter: @sibaja3

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CARLOS ARREDONDO SIBAJA

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