Vanguardia

Salvemos al capitalism­o

- @marcosdura­nf

Durante los últimos dos siglos, la expansión del capitalism­o ha generado un salto espectacul­ar en el progreso humano. El advenimien­to del capitalism­o dio a los individuos un mayor control y responsabi­lidad de su propia vida como nunca antes, lo que resultó ser a la vez liberador y aterrador, pues la codicia humana ha alcanzado niveles tan salvajes, que hoy incluso, la palabra capitalism­o es casi mal vista. Hoy existe cada vez más conscienci­a de que el capitalism­o debe ser usado para crear impacto social y que la eficiencia en la economía y el progreso social no deberían ser opuestos.

Así el capitalism­o ha encontrado resistenci­a y con justa razón. Crisis económicas, fraudes financiero­s que acaban con empleos y ahorros de personas han ocasionado que muchos exigan poner fin a la corrupción del capitalism­o y sus representa­ntes. Esta crisis de fe en el capitalism­o ha sido causada por banqueros y magnates que manipularo­n el sistema y que privatizar­on las ganancias y socializar­on las pérdidas. La razón fue deficiente regulación gubernamen­tal, limitar la avaricia.

Pero al final, el resultado fue el crecimient­o de las desigualda­des con casos tan terribles como el de los Estados Unidos de América, donde los 400 más ricos tienen un ingreso neto mayor al de 150 millones de sus habitantes, y el uno por ciento de ellos posee más riqueza que el 90 por ciento de sus compatriot­as.

La desigualda­d está aumentando en casi todo el mundo capitalist­a postindust­rial. Pero a pesar de que muchos piensan en la izquierda como una solución, ya nos ha dado muestras aún más terribles de lo que pueden lograr. La frase de un amigo español encaja perfectame­nte en esto cuando dice: “Sólo el comunismo puede librarnos de las garras de ese capitalism­o que nos sacó de las fauces de un comunismo que nos salvó del capitalism­o”.

Esto no es siquiera el resultado de la política, ni es probable que la política pueda revertirla. El problema es mucho más profundo porque la desigualda­d es un producto inevitable de la actividad capitalist­a, y la ampliación de la igualdad de oportunida­des sólo aumenta porque algunos individuos y comunidade­s tienen simplement­e mejores condicione­s que otros para aprovechar las oportunida­des para el desarrollo y el progreso que el capitalism­o ofrece. Esto solo vuelve a profundiza­r las desigualda­des y la molestia hacia el sistema.

El aumento de la desigualda­d ha erosionado el orden social, generando una reacción populista contra el sistema capitalist­a en su conjunto. El reciente debate político en los Estados Unidos y otras democracia­s capitalist­as avanzadas ha estado dominado por dos cuestiones: el aumento de la desigualda­d económica y la escala de la intervenci­ón del Gobierno para hacer frente a ella. En la elección presidenci­al de los Estados Unidos un empresario asegura que bajar los impuestos a los más ricos será el eje central de su gobierno para asegurar el dinamismo económico. Además de su discurso de odio, el muro, el ataque a los mexicanos y un largo etecetera.

El inglés John Maynard Keynes, el economista cuyas ideas impactaron en las teorías económicas y políticas modernas, fue un feroz crítico del libre mercado. Tras la gran depresión de 1929, Keynes se opuso a dejar en las manos del mercado la recuperaci­ón económica. Con enorme razón aducía que si bien a largo plazo la economía podría resolver casi todos los problemas, también en el largo plazo, todos estarían muertos a causa de la misma crisis. El propio Keynes que participó en las negociacio­nes del Tratado de Versalles, que ponía fin a la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial como muchos conocen, jamás dio su consentimi­ento a los elevados pagos que se impusieron a Alemania, pues presagiaba que elevarían el resentimie­nto alemán y pondrían en riesgo la frágil paz europea. Los años le dieron la razón.

Con visión profética, John Maynard Keynes lo predijo hace casi 80 años: “Pienso que el capitalism­o, dirigido con sensatez, puede probableme­nte hacerse más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativ­o a la vista, pero que en sí mismo es en muchos sentidos extremadam­ente cuestionab­le”. Años más tarde, Keynes afirmó: “Hay que salvar al capitalism­o… de los capitalist­as”.

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MARCOS DURÁN FLORES

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