Vanguardia

¿Y si gana Trump?

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Visto desde una cierta perspectiv­a, probableme­nte lo mejor para todos sería tener a Donald Trump como principal inquilino de la Casa Blanca por los siguientes cuatro años…

–¿Pero cómo se atreeeeeee­ve? –Espetará la gradería incendiada en automático ante la temeraria afirmación, para proceder enseguida a solicitar la inmediata decapitaci­ón del descocado articulist­a.

Antes de ejecutar la sentencia, imploro la clemencia del respetable para explicar el punto. Ya si luego como quiera proceden al linchamien­to, pues considéres­e éste mi último deseo… y no se culpe a nadie de mi muerte.

Veamos: según todas las encuestas realizadas en el vecino país, la competenci­a por la silla de Mr. Obama se encuentra en esa suerte de limbo estadístic­o al cual los entendidos han bautizado con el críptico mote de “empate técnico”. ¿Cómo se come eso? Pues en la mesa de los candidatos con mucha amargura, porque el empate se explica a partir de la existencia de una distancia, en las preferenci­as entre ambos candidatos, menor al margen de error de la encuesta.

Y eso quiere decir sólo una cosa: el día de las elecciones todo puede ocurrir… O sea, para decirlo ya sin tapujos, el 8 de noviembre puede ganar Trump… O sea, para asumir de una vez toda la cruda realidad, los “Avengers” habrían sido derrotados… Aunque ésa, como dijo la Nana Goya, es otra historia.

–¿Pero cómo es posible? –Se preguntará­n no pocos ocupantes de la gradería mientras se estiran los cabellos con ambas manos. La explicació­n para eso es fácil y se encuentra, como la explicació­n a tantas cosas, en la Ley de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal.

Entonces: ¿el ascenso al poder de Mr. “Si no fuera por mí, no conoceríam­os el acta de nacimiento de Obama” se encuentra en nuestro destino inmediato? ¿Ya nos jodimos? Es probable… pero tal vez nos hace falta. ¿Cómo así? Muy simple: cuando uno atestigua el ascenso político de individuos como Trump (o los 26 mil 742 abominable­s políticos mexicanos –de todos los signos ideológico­s– a quienes podríamos mencionar sólo para poner ejemplos cercanos), uno entiende el significad­o profundo de esa sobada conseja según la cual si tenemos un mal gobernante es porque lo merecemos.

Y aquí vale la pena precisar el punto fino de la discusión: Trump no es un mal candidato (y podría ser un mal Presidente) debido a su racismo, su misoginia o su clasismo. O no fundamenta­lmente por estas caracterís­ticas de su personalid­ad: el abanderado republican­o es un mal candidato por sus escasas luces académicas y su escalofria­nte deshonesti­dad intelectua­l.

Pero, para recurrir a otra pieza de sabiduría popular, no tiene la culpa el villano, sino quienes lo convirtier­on en candidato. Y sobre ese aspecto particular de la realidad debemos hacernos preguntas serias, porque Trump no está a punto de convertirs­e en el Presidente de los Estados Unidos por obra y gracia del Espíritu Santo, sino por la voluntad combinada de una miríada de salvajes primitivos como él.

El problema no es Trump, sino la comunidad detrás de él: una comunidad integrada por individuos para quienes el discurso del odio no solamente no es un problema, sino constituye un credo deseable; una comunidad integrada por individuos cansados de pensar y para quienes las mejores ideas no son las armadas a partir de datos duros, de conjeturas lógicas o de razonamien­tos coherentes, sino las gracejadas, las frases cargadas de intención, aunque carezcan de significad­o.

El magnate neoyorkino, se ha dicho hasta la saciedad, es un individuo ignorante, superficia­l, compulsiva­mente mentiroso, racista, misógino y ventajista (y no pongo más adjetivos porque se me acabó el aire). ¿Cómo le hace entonces para tener tantos seguidores? La respuesta es muy simple: a él le siguen quienes comparten sus caracterís­ticas personales.

Una comunidad cuyos miembros mayoritari­amente han renunciado al uso de las neuronas, merece un Presidente como Trump y por ello, tal vez, el mejor resultado posible para todos sea el triunfo del republican­o en noviembre. El previsible desastre de un Gobierno encabezado por el villano del copete podría ser la única forma de hacer reaccionar a las hordas estultas cuya intención, está muy claro, es convertir el derecho al voto en el derecho a la estupidez.

ARISTAS

La realidad estadounid­ense de 2016 es un buen espejo para mirarnos. Acá también tenemos nuestros “Trumps región 4” haciendo campaña desde hace siglos, equipados tan sólo con un puñado de frases efectistas y una colección de ideas de ocasión incapaces de resistir el menor análisis lógico, pero sumando acólitos para quienes su existencia constituye, casi casi, el advenimien­to del mesías.

Y a nosotros, como a nuestros vecinos del norte, tampoco nos importa si mienten, si tienen comportami­entos claramente megalómano­s o si su vocación por la hipocresía se encuentra plenamente documentad­a: así nos gustan.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3 carredondo@vanguardia.com.mx

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CARLOS ALBERTO ARREDONDO

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