Vanguardia

¡Está tres piedras!

‘Catón’ Cronista de la Ciudad

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Poco antes de morir el torero Lorenzo Garza, enfermo de gravedad, decía que Fermín Espinoza “Armillita”, fallecido unos días antes, lo estaba llamando. -Ven –le decía-. Acá está tres piedras.

Voy a decir ahora el origen de esa expresión: “tres piedras”, que antes se usaba mucho y ahora está en olvido. Para eso debo hablar otra vez de Tlaxcala.

A Tulio Hernández, gobernador que fuera de ese estado, alguien le dijo que debía promover la creación de empresas, pues en ese tiempo los empresario­s eran muy bien vistos por el presidente de la República. Había que poner algún negocio; volverse “particular”, como llaman en el sur a quienes ejercen el comercio.

Y Tulio Hernández se hizo empresario. Puso su negocio: una cantina. Era de ambiente taurino y se llamaba “El Señorío”.

Unos pasos más adelante se llega a la que parece una casa cualquiera. La puerta está abierta. Entra usted al zaguán, camina un poco y se encuentra de pronto en la plaza de toros de Tlaxcala.

Coso taurino más mono y recoleto no he visto yo en la vida. (Cuando escribí eso de “mono” la palabrita me chocó. Fui al diccionari­o de la Academia y encontré que la docta corporació­n entiende esa palabra tal como nosotros la entendemos. Leamos: “Mono. Bonito, lindo y atractivo. Dícese especialme­nte de los niños y de las cosas pequeñas y delicadas”. Pues así exactament­e es la plaza de toros de Tlaxcala: delicada y pequeña).

Es bonita la plaza, y pequeñita lo mismo que una niña. Un alto campanario se levanta junto a ella en modo ta que se ve como brotado del tendido. Está el coso al pie del Paseo de los Nogales, uno de los sitios más bellos de este mundo y de los demás que existan. En Tlaxcala todo mundo sabe de toros, no nada más las vacas. Los aficionado­s que no tenían para pagar el precio del boleto se sentaban con los pies colgando en la alta pared de junto al campanario, en la nube más alta, como a 20 mil metros de altura. Los toreros se ponían nerviosos viendo al toro, y más viendo a aquella multitud que se apiñaba ansiosa al borde del hondo precipicio. Hubo que poner una reja. Tras ella los aficionado­s siguen viendo los corridones sin pagar.

“Está tres piedras”, decíamos antes. (Ahora ya no dicen más que “güey”). Con aquella expresión queríamos significar que algo estaba muy bueno, o muy bonito; que era de excelente calidad. Yo conozco el origen de esa frase. Hubo una corrida en la Ciudad de México. De los seis toros que se lidiaron cuatro salieron de calidad excepciona­l. Nobles, bravos, con trapío, tomaron todas las varas y acudieron al engaño sin engaños; su embestida era de suave terciopelo. Los cuatro toros merecieron el arrastre lento después de que la muerte a espada puso a su vida epílogo glorioso. Un periódico de la Capital encabezó la crónica de la corrida con un titular entusiasma­do: “¡Tres Piedras y un Tepeyahual­co!”. En efecto, de aquellos cuatro toros tres eran de la ganadería de Piedras Negras, y uno era de Tepeyahual­co. Ambas ganaderías son de de Tlaxcala, como Coaxamaluc­an, La Laguna, y otras treinta o cuarenta más. Que vivan muchos años esas nobles y prestigios­as ganaderías, y que yo lo vea.

¿Lo veré? Quién sabe. Me cuentan de un cierto señor cura que daba este consejo sapientísi­mo para vivir larga existencia: “Come poquito, bebe vinito, y duerme solito” De las tres cosas yo hago solamente la segunda. Así que…

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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